Como aclara el autor, el periodista Diego Petersen Farah (Guadalajara, 1964), su novela Malasangre —que completa la trilogía que protagonizan el reportero y editor Adalberto Zaragoza y el comandante Peláez— no se fundamenta, como las dos anteriores, «en un caso real: es ficción de principio a fin», motivo por el cual su tono es mucho más ligero y se distancia un poco de asuntos «verificables» en la prosa cotidiana de los medios impresos, porque se adentra en el mezquino universo de los poetas locales para dar esta vez con un asesino tan cruento como particular.
Primero que nada, tanto Zaragoza como Peláez enfrentan sus respectivas crisis «de la edad madura», pero cada cual a su modo: el primero, que mira desvanecerse su negocio de años, afronta una complicada relación con su hija y las consecuencias de ser un ridículo e inútil intento de amante; el segundo, anclado en la nostalgia procedimental, enfrenta la posibilidad de su despido debido a diferencias políticas con el fiscal en turno y la terrible enfermedad que padece su esposa. Ambos, por supuesto, saldrán de esta historia apenas librados de mayor escarnio, pero tras conocer la verdad del caso que los pondrá a prueba, una serie de asesinatos en la comunidad literaria local.
Ahora bien, el autor ha señalado ya como la «inspiración» para el inicio de esta historia un bar que funcionó hace unos años en el centro de la ciudad y ostentó el mismo nombre de su novela, un sitio «a donde los poetas iban a leer y los escuchas a tomar cerveza»; aunque, claro, si alguna vez visitó dicho lugar, debe reconocer por igual que su descripción del espacio y el ambiente toman bastante distancia de la realidad; no obstante, debe decirse, lo que se apunta en el libro ayuda a brindar ciertos toques de humor al relato (lo mismo que cuando se refiere a la Escuela de Letras del cucsh).
Por otra parte, en Malasangre el autor nos proporciona una vez más un muy asertivo «retrato» del universo reporteril y de la investigación policiaca local, esto es, Peláez y Zaragoza cada vez retratan mejor un mundo que los «va dejando atrás» y que se transforma a una velocidad que les afecta en exceso, a pesar de que consigan pasar con relativo éxito las pruebas que se les presentan.
A todo esto habría que agregar que la estructura de la novela hace dinámica la lectura, las secciones vienen intercaladas por la «memoria» —se descubre al final— del asesino, y cada una convoca a dos narradores que se hallan «naturalmente» vinculados (se trata de padre e hija, pues), y, mejor aún, no se superponen al contarnos con detalle la secuencia de eventos.
Por supuesto, en la novela hay detalles cuestionables o que, de plano, no funcionan a la perfección, pero no es posible hablar de ellos sin «revelar» el misterio y el atractivo que la sostienen. Claro que, sin que esto signifique un spoiler, podría haber beneficiado al asesino que sus «motivaciones» fueran menos evidentes, que se hubiera tornado más complejo el desenvolvimiento de las causas que desencadenaron los hechos y, en especial, que hubiera sido más detallada y arriesgada la «exploración» —no se me ocurre otra forma de llamarla— que hace el autor de lo que representa o debe ser la «verdadera» poesía, puesto que se limita (prácticamente) a Roque Dalton y Eliseo Diego, no va más allá. Finalmente, lo cierto es que la pluma no le pesa a Diego Petersen, y quienes ya se hayan aficionado a sus novelas pueden esperar una nueva entrega en el futuro cercano. Lo que sigue siendo un misterio es si regresará a Zaragoza y Peláez (quedan algunos hilos sueltos), pero no hay duda de que esta trilogía cierra con brío y que la Guadalajara de ayer y hoy ofrece muchísimo material para libros que, como esta novela, atraigan numerosos lectores.
l Malasangre, de Diego Petersen Farah. Planeta, México, 2019.