Leer a Daniel Sada es aprender a escribir. Conocida es su propensión a la prosa barroca, evidente la extensión de su vocabulario, un mago del lenguaje que se mueve con soltura en terrenos en los que pocos se atreverían a entrar, y sale avante. Además de tres libros de poesía, Sada fue un autor que vertió la mayor parte de su energía en la narrativa, el cuento pero sobre todo la novela, hacedor de tramas firmes y de personajes igualmente complejos y bien construidos. En contraposición, poco conocida es su labor como ensayista, y gracias a El Temple deslumbrante. Antología de textos no narrativos de Daniel Sada es posible adentrarse en ese otro mundo que brilla por méritos propios y también como puente entre el andamiaje intelectual del narrador y su obra.
Ambos compiladores concuerdan: Sada procuraba no alejarse de la ficción. Héctor Iván González formó parte de uno de los conocidos talleres que impartió el escritor bajacaliforniano y coordinó y prologó La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012). En su introducción a El Temple deslumbrante habla de la preferencia de Sada a dedicarle tiempo a su obra narrativa más que a cualquier otra cosa, y Adriana Jiménez, su viuda, subraya esa misma inclinación en el texto de presentación, en su opinión debido a la abundancia de historias que se sentía obligado a poner en papel. De ahí la joya que representa este libro de textos cuidadosamente escogidos por dos de sus más sinceros acólitos.
El tema primordial y recurrente es la lectura. Casi todos los apartados refieren a un autor o a varios, o a apuntes sobre diversos géneros literarios, como en «El cuento y sus fórmulas», «Sobre la crónica urbana» y «Adocenamiento de personajes», otra manera de referirse a la novela. A grandes rasgos, para Sada el cuento significa anécdota, y la novela, personajes. Por sus páginas desfilan José Revueltas y Enrique Vila-Matas, Hemingway y Fitzgerald, Don DeLillo y David Lodge, así como el prólogo a la edición conmemorativa por los sesenta años de la publicación de El llano en llamas, y otro para el libro Salvador Elizondo, La escritura obsesiva. Influencias, afinidades y gustos personales, lecturas pasadas por el punto de vista de uno de los más grandes escritores que ha dado este país.
De entre los veinticinco textos que conforman la antología hay algunos disponibles en la red, como «Así escribo», el que abre, publicado originalmente en la revista Nexos en mayo de 2010. Ocho puntos que condensan su manera de acercarse a la escritura, que aunque no pretenden abordar la totalidad de lo que implica el oficio, abren una puerta hacia su práctica y dejan entrever algunos de los hilos que mueven su literatura. Estamos frente a un autor generoso que elige develar secretos, que aconseja por medio de opiniones y que no pretende imponer, sino sólo definir algunas de sus filias y sus fobias. Para quienes no tuvimos la oportunidad de participar en sus talleres, y que tampoco formamos parte de su grupo de amigos, El Temple deslumbrante es la mejor manera de convivir con él más allá de su obra, porque aunque forma parte de ella, es también una suerte de acompañamiento en tono de tertulia, como notas al pie o comentarios al vuelo.
El soporte de la compilación son las colaboraciones para la columna «El buscavidas», que mantuvo en el periódico Reforma, en la que podía hablar de cualquier tema que le interesara, no nada más de literatura, como atestigua «La dignidad del futbol ratonero». Hay también apuntes sobre beisbol, desprendidos del suplemento Laberinto, de Milenio, y una reseña de la desaparecida revista Vuelta de Octavio Paz.
Con una obra no narrativa tan limitada, se antoja un volumen que contenga el conjunto de aquellos textos. Si Jiménez y González decidieron escoger sólo algunos, cabe especular sobre el número de textos que se quedaron fuera, y sobre su calidad. Es probable que entre los ausentes existan más tesoros. Habrá entonces que esperar a que pasen los años y que la tendencia a editar obras completas los reúna.
Si bien los juegos de lenguaje tan presentes en su narrativa no son tan evidentes en sus breves ensayos, éstos y otros giros están regados por ahí, camuflados entre ideas propias y ajenas, dándoles así un uso distinto al habitual, igualmente efectivo y en ocasiones hasta lúdico. Su peculiar empleo de los dos puntos, de palabras inusuales, de arcaísmos.
En la presentación, en el marco de la vi Feria del Libro Independiente en la Librería del Fondo de Cultura Económica Rosario Castellanos, Adriana Jiménez confesó su predilección por «Un beso largo», del cual extraigo estas palabras finales:
A todo esto, confieso que yo he dado besos largos y estudiosos. No obstante, mi mayor anhelo es darle a la mujer que amo un beso largo en la cúspide de una loma. Quisiera que fuera tan largo como un atardecer y tan íntimo como una larga noche.
El Temple deslumbrante. Antología de textos no narrativos, de Daniel Sada.Posdata, México, 2014.