Götterdämmerung o el ocaso de los dioses / Gerardo Villanueva

La editorial ecuatoriana El Ángel Editor publicó este año la antología personal del poeta Luis Armenta Malpica, la cual lleva por título Götterdämmerung. A partir de su visita, o debería decir revisita, ya que algunos de los poemas me resultaron familiares —los había leído con anterioridad—, en ellos me topé con cuatro símbolos que se hacen presentes con notoria frecuencia: serpientes, dragones, ángeles y peces. Con su guía formulé una lectura fragmentaria, por supuesto, sin salmos responsoriales.

     Mis primeros acercamientos al trabajo de escritura de Luis Armenta Malpica fueron, particularmente, a través de los libros Ebriedad de Dios y Voluntad de la luz.      Desde su lectura y relectura encontré un rasgo de poderosa atención: una unidad infranqueable que funciona como hilo conductor. Unidad temática, sintáctica, semántica; contención y concreción en el poema, y a su vez, en el conjunto de poemas que componen cada libro. Al paso del tiempo, con la lectura de otros títulos (me refiero a títulos como El cielo más líquido, Envés del agua o el reciente —y uno de mis favoritos— Llámenme Ismael), confirmé esta idea que ya venía percibiendo desde la lectura de aquéllos.
     Ahora bien, el reto que implica Götterdämmerung, consiste en escarbar en un terreno medianamente conocido para dar con nuevas pistas en un libro con identidad propia, pero, ¡vaya!, se trata de una antología personal derivada de libros construidos con ese bloque de unidad de la que hablaba antes, y que éste justo levanta un nuevo bloque con su propia unidad o personalidad. Entonces, aquí el reto se potencia por atractivo.
     Me merecen especial interés aquellos autores que piensan y escriben en función de la obra-totalidad. Así como un biólogo estudia la biodiversidad yendo de lo más a lo menos, ecosistemas-especies-genes, estos poetas construyen su trabajo a partir de la cadena obra-libro-poema, gestando todo, obviamente, de forma inversa. Y así he dado con libros, no necesariamente antologías, similares a éste en la fuerza de la unidad, que han cobrado nueva vida a partir de elementos sustanciales que ya venían anunciándose en trabajos anteriores. Uno de mis knock outs favoritos —recibidos— es aquel carroña última forma, un libro radical y travieso del poeta Leónidas Lamborghini, quien casi al final de su vida construyó un libro sobre el soliloquio de un vagabundo, apoyándose, entre otras cosas, en retazos de poemas cuyas primeras versiones aparecieron en libros como Partitas, Episodios y Verme.     
     Aquí acontece algo similar pero considerando que los símbolos conductores son, entre otros, algunos de los animales que aparecen en las óperas de Richard Wagner. Y claro, partamos de que Götterdämmerung es una ópera en tres actos del compositor y director de orquesta alemán. La última de las que integran El anillo del nibelungo. Un monumento cuyas dimensiones no tienen precedentes y que supera a todas las obras dramáticas de la generación anterior. También conocida como el ocaso de los dioses; en ella, los personajes que venían representando las acciones de las jornadas anteriores ceden su sitio a los hombres, que prosiguen en la tierra la batalla iniciada en la segunda escena de El oro del Rin, al enterarse Wotan (el dios supremo), por el relato de Loge (el semidiós del fuego), de la existencia de los tesoros del nibelungo
     El mismo título nos muestra que, aunque Wotan no aparece en escena, también aquí la acción principal es la que se desenvuelve en el alma del dios, y tanto la música como los relatos de los personajes, como Sigfried o Gunther, nos recuerdan permanentemente la presencia del dios. Y claro, cuando se habla de las obras escénicas de Wagner no se habla intencionadamente de óperas, pues a través de su tiempo creativo, él mismo pasó a definir sus composiciones como festivales escénicos, o incluso —en el caso de Parsifal— como festivales escénicos sagrados.
     Aquí hay una primera luz que bien podría indicarnos por dónde comenzar el viaje en este conjunto de poemas. Hay en gran parte del trabajo de Luis Armenta Malpica una relación con la cosa divina, sea ésta cual sea. Me atrevo a pensar que no se trata de la figura de un dios vinculado a religión o creencia alguna, sino más bien a una suerte de misterio, a una piedra preciosa, o, por qué no, y hablando de Wagner, a los tesoros del nibelungo. Sea lo que sea, llegado el momento de su encuentro es posible que se produzca no el encendido de una luz sino un encandilamiento, algo similar a la revelación de un secreto de atómicas proporciones guardado por largo tiempo.
     Algunos especialistas en música afirman que si nos limitamos a considerar su creación artística, la importancia de Wagner resulta indiscutible. En él se desatan las pasiones con una impetuosidad que no tenía precedentes en el siglo XIX. Sus representaciones dramáticas buscaban la obra de arte total, la unificación de todas las artes. Es posible también que el ocaso de los dioses condujera precisamente al hallazgo del absoluto, del tesoro, de esa luz que es la Poesía. Y bajo estas condiciones me pregunto: ¿hacia dónde apunta la batuta del autor del libro de poemas que lleva el mismo nombre que la ópera? No seré tan iluso para responder a la primera de cambio: a la uniformidad, a la condición metacosmogónica de la poesía, al absoluto, al hallazgo del tesoro. No. Tal vez, pensaría que, más allá de esos anhelos (muy válidos, por cierto), la escritura de Armenta apunta a la reconstrucción o transformación de las cosas aniquiladas mediante su nombramiento, donde «el animal más sabio se convertirá en piedra» como afirma en el poema «El último dragón». Vamos, creo que trata de una suerte de poética metamórfica y postapocalíptica. Poesía para el día después del ocaso de los dioses.
     Por otro lado, hay que señalar que el trabajo de escritura de Luis Armenta Malpica parte también de un especial vínculo con la luz. Escritura fotosintética. En los poemas se genera un fenómeno de transformación de la materia, pero también un encandilamiento que limita, no la capacidad de ver, pero sí el sentido de la vista; así como cuando encendemos una lámpara en medio de la noche y es difícil acostumbrar la visión que reposaba en la obscuridad. Se trata del encuentro con un exceso de luz que obliga a volver la mirada hacia adentro. Y no en vano, un rasgo reciente en los poemas del autor es el tema de la paulatina pérdida de la vista vinculada al paso del tiempo. Un andar a tientas en el laberinto que lo lleva a insertar algunos registros en Braille, sobresaliendo de entre ellos un verso que precisamente dice «tictac», refiriéndose al sonido acompasado que produce el mecanismo de un reloj.

Dice, en «Escafandra con fisura»:

A los ojos no los puedo acostar

se les cae la mirada

y buscan en el pez de lo ya escrito
los lugares del padre.
tictac

¿Por qué será que aquí, bajo los años, todo
recobra su natural desistimiento?
tictac

Hay algo más que apuntar. Ya decía que en los poemas se encuentra un fuerte vínculo con lo divino, pero, en ciertos momentos, esa relación entre divinidad y Poesía pasa a través de un instrumento procesador de la experiencia: el cuerpo. Un cuerpo carne. Cuerpo vista cansada. Cuerpo deseo. Cuerpo sexo. Cuerpo o cuerpos capaces de mutar de serpiente a pez, de pez a dragón y de dragón a ángel. Parecería algo contradictorio. Pero aquí el proceso opera como una especie de ritual de deseo como sinónimo de purificación. Algunas religiones pretenden regular o limitar lo conducente al cuerpo, pero el erotismo es innato al ser humano y no busca ser domesticado. Por ello, habría una oposición. No obstante, la poesía como instrumento de transgresión puede combinar ambos elementos en aras de renombrar las cosas y dar con experiencias mucho más poderosas que las que sostienen el ejercicio de la libertad erótica en pilares de sometimiento.
En «Vía Láctea»:

Este cuerpo después

nos reivindica.

Inalcanzable sombra

qué sollozo de Dios habita en mí
si lo desando.

Hace cerca de diez años, el Fondo de Cultura Económica publicó una muestra de poesía brasileña y argentina contemporánea bajo el título Puentes. El título me pareció un acierto, ya que, finalmente, con la escritura de poesía se construyen puentes que unen realidades distintas. Este libro que hoy se presenta es un buen puente para transitar por el trabajo reciente de Luis Armenta Malpica. Un puente aderezado de símbolos, de luces, de metamorfosis y sobre todo de ecos: voces que podrían venir de una ópera tan compleja e integral como Götterdämmerung.

Götterdämmerung, de Luis Armenta Malpica. El Ángel Editor, Quito, 2015.

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