José Miguel Oviedo: la reinvención de una vida / Guillermo Niño de Guzmán
A sus ochenta años, José Miguel Oviedo nos ha sorprendido con un libro inusual, de gran calado, que dice mucho acerca de sus trajines en el mundo de las letras, pero también sobre su itinerario privado. Una locura razonable: memorias de un crítico literario es la historia lúcida y apasionada de una vocación personal, a la vez que un interesante testimonio de primera mano de una época crucial en el desarrollo de la literatura latinoamericana. Sin embargo, antes que nada, es la confesión de un autor que escudriña su pasado y pone al descubierto sus más íntimas pulsiones —a veces con cierta impudicia, aunque siempre con honestidad—, acicateado por una necesidad de revelación (en su doble acepción, es decir, como manifestación de algo oculto y como descubrimiento de una verdad irrefutable), a la que quizá sólo puede llegarse mediante la escritura.
Para quienes no conozcan sus antecedentes, habrá que recordar que el estudioso peruano está considerado como uno de los críticos literarios más notables de América Latina. Abrazó este oficio desde muy joven, cuando despertó su interés por las tablas. Curiosamente, rompió sus primeras lanzas como autor y no como crítico. Escribió una pieza titulada Pruvonena, con la que ganó un concurso de dramaturgia en 1957. En sus memorias evoca este suceso y refiere la emoción que sintió el día que Sebastián Salazar Bondy, uno de los escritores y periodistas culturales más importantes de la época, quien era miembro del jurado, se acercó a su casa de Santa Beatriz para comunicarle la feliz noticia. Ese encuentro marcó el inicio de una entrañable amistad. Salazar Bondy, que le llevaba diez años, se convirtió en su mentor intelectual y lo animó a escribir para los periódicos. Así, Oviedo asumió el rol de crítico teatral en el diario La Prensa y, más tarde, en el suplemento dominical de El Comercio amplió su radio de acción a la literatura en general.
Al volver la mirada hacia ese periodo de aprendizaje, el autor medita sobre su atrevimiento juvenil —todavía era estudiante universitario— y el entusiasmo con que intentó suplir la falta de autoridad y experiencia al desempeñar la tarea crítica. Consciente de la responsabilidad, se dedicó a leer intensa y disciplinadamente para poder escribir las reseñas y artículos que debían aparecer con una frecuencia semanal. Y, si fue capaz de mantener ese ritmo durante quince años en El Dominical, ello se explica porque había encontrado su vocación. «Del modo más casual y sin haberlo planeado, me fui convirtiendo en un crítico literario», señala en su libro, «y descubriendo que eso era lo que más me gustaba hacer y que podía hacerlo de manera sostenida. La práctica se fue volviendo un oficio, una actitud, un papel por cumplir, casi sin que yo me diese cuenta». Asimismo, se percató de que «si ser poeta, ser novelista, especialmente en el Perú de esos años, era asumir una vocación singular, peregrina e improbable, ¿qué decir, entonces, de la vocación de ser crítico literario? […] Podía tal vez entendérsela como una forma de locura, una forma de locura razonable, cuya realidad y perspectivas a muy pocos importaban, lo que la hacía más fácil de ser tolerada».
Sin duda, las exigencias propias del periodismo influyeron decisivamente en la gestación de su estilo, uno de los más claros, fluidos y asequibles de la crítica literaria moderna (en una línea afín con la que cultivaba una figura de la talla de Edmund Wilson). Oviedo es, en ese sentido, una rara avis que, además, se mueve como pez en el agua tanto en la vertiente académica como en la periodística. A diferencia de la mayoría de sus colegas del ámbito universitario, expone sus ideas con una claridad meridiana, sin recurrir a jergas crípticas ni modelos de análisis incomprensibles para los no iniciados. Su prosa, que fluye con naturalidad y precisión, facilita el propósito de estimular la curiosidad y comprensión del lector.
Por supuesto, esa sencillez no implica ningún sacrificio del rigor y profundidad de sus juicios. En lugar de desmontar una obra con la frialdad de un taxidermista, Oviedo opta por un enfoque donde la reflexión conjuga con la pasión. Examina el uso de ciertos mecanismos formales, pero sin perder de vista que su valor reside en su capacidad para dar consistencia expresiva a la imaginación creadora del autor. Más aún, explora las motivaciones que subyacen en un texto y tiende puentes entre las resonancias significativas del mismo. Su amplio interés por otras artes (el cine, el teatro, la pintura, la escultura, la fotografía, el jazz) le permite establecer asociaciones que enriquecen su asedio crítico.
En 1970, Oviedo entregó a la imprenta el libro Mario Vargas Llosa: la invención de una realidad, un ensayo biográfico-crítico que analiza y desentraña las claves creativas del novelista (en nuestra opinión, el mejor estudio que se ha publicado sobre el Premio Nobel). A mediados de esa década, se trasladó a Estados Unidos, donde continuó la auspiciosa carrera docente que había iniciado en la Universidad Católica. Fue una decisión trascendental, pues cambió su derrotero vital y profesional. Entre otras cosas, su nueva situación (fue profesor en la ucla y en la Universidad de Pennsylvania) hizo posible que se planteara un reto sin precedentes como investigador: la preparación de una Historia de la literatura hispanoamericana (1995-2001), un ambicioso trabajo que abarca cuatro volúmenes y que hoy es una obra de referencia indispensable en esa disciplina. Una verdadera proeza si tomamos en cuenta que, dada la tendencia a la especialización que impera ahora en los campos del saber, este tipo de empresas suele exceder la competencia de un solo autor.
Una locura razonable constituye un valioso testimonio de una época singular. En sus páginas se reconstruye una Lima que ya no existe, aquélla de los años cincuenta y sesenta, donde confluyeron varios de los escritores, artistas e intelectuales más destacados del Perú contemporáneo. Oviedo traza retratos vívidos y conmovedores de amigos muy próximos, como Sebastián Salazar Bondy, José María Arguedas, Blanca Varela, Fernando de Szyszlo, Abelardo Oquendo, Luis Loayza y Mario Vargas Llosa, entre tantos otros. Asimismo, nos ofrece una visión privilegiada de la emergencia del Boom latinoamericano y de sus principales protagonistas (además de Vargas Llosa, Oviedo trabó amistad con García Márquez, Cortázar y Fuentes). Después de todo, ellos fueron compañeros de ruta a los que dedicaría influyentes trabajos críticos. El relato abunda en anécdotas, como aquella que refiere el encuentro con su admirado Borges, a quien tiene el honor de ayudar como lazarillo en su deambular por las calles de Buenos Aires.
Un aspecto fundamental de este volumen autobiográfico es su carácter introspectivo, la confrontación de un pasado desde la perspectiva que da el presente. Oviedo no ignora que evocar los hechos de una vida implica una cuota de invención, aunque sea un acto involuntario. Sin embargo, esta condición inevitable parece haber alentado sus ganas de contar (no olvidemos que también ha firmado tres libros de ficción). Más allá de la esfera intelectual, estas memorias suponen un esfuerzo mayor para entender el sentido de una existencia que, para bien o para mal, ha sido esencialmente libresca (ya se lo había hecho notar Salazar Bondy en su juventud: «A tu vida le falta aventura»).
Una locura razonable es la declaración extrema de un escritor que, al mirar en retrospectiva, constata que ha vivido muchas experiencias de manera vicaria, a través del sortilegio de la literatura. De ahí que represente el gesto final de un hombre que, en el último tramo de su existencia, decide ajustar las cuentas consigo mismo y, gracias a la magia de la escritura, conseguir lo imposible: reinventar su vida.
Una locura razonable: memorias de un crítico literario, de José Miguel Oviedo. Aguilar, Lima, 2014.