Libros / Cuentos mojados / Ví­ctor Ortiz Partida

Se dice que cuando uno se baña el oxígeno llega mejor al cerebro, y que por eso bajo la regadera se resuelven más fácilmente los atorones de la cotidianidad. La lectura de los ocho cuentos de La tina episcopal de Don Lucas Cadavieco se disfruta como un buen baño que le regresa a uno el vigor y las ganas de enfrentar la vida.

Todos los cuentos del libro, «La flor en jícara», «Jueves santo», «Border patrol» y «Ojos vacíos» entre ellos, son conmovedores en dos sentidos: primero: cada uno, por motivos distintos y de diversas maneras, puede perturbar, inquietar y alterar al lector; segundo: pero también, todos en conjunto, mueven al lector a sentir un cariño entrañable por los personajes y por las historias que se narran en ellos.

Los ocho cuentos, que tienen en común, de manera evidente, el agua corriendo por los canales de su narración, son conmovedores a partir de diferentes puntos de vista; son originales, pero al mismo tiempo comparten algunas características entre sí: son reconstrucciones imaginativas de hechos del pasado en las que se reconoce la importancia de lo aparentemente banal; aparecen las devastaciones, pero también las construcciones, que deja el paso del tiempo en los seres humanos y su entorno; los orígenes, las tentaciones, la aparente frialdad para enfrentar casos difíciles y resolverlos, la comunidad en la que nos apoyamos para vivir y sobrevivir.

Todos los cuentos están bañados de humor —independientemente de los temas centrales que fluyen en sus narraciones. Incluso si el cuento narra una historia triste, como es el caso del cuento «Agua fría», en el que, en el momento más álgido, se lee:

 

Los hombres lograron sostener la silla y la trasladaron [con el personaje femenino inmóvil, sentado en ella] a la recámara, como cuando se lleva un refrigerador.

—Dale, dale.

—Cuidado con el borde.

—Quiébrate, quiébrate. Así para atrás, que no pegue.

 

Una de las claves del humor en La tina episcopal de Don Lucas Cadavieco está en la recuperación minuciosa de muchos de los giros cotidianos del español hablado en las regiones geográficas y sociales en las que se desarrollan las narraciones. En este sentido, el cuento que da título al libro es un caso notable, ya que se sitúa en 1758, hace más de 250 años; también es notable «Romelia», un cuento en el que el lector se cuela a la intimidad del personaje femenino y en el que, gracias al humor, se mezclan la denuncia y la compasión (y también el erotismo…).

El humor del libro estalla en el cuento «El trono de Tritón», en el que el lenguaje y la anécdota se trenzan para hacer disfrutar al lector tanto como el personaje central disfruta de la vida.

Al leer La tina episcopal de Don Lucas Cadavieco uno reconoce en Juan Carlos Núñez la voluntad de comunicar, la voluntad de narrar y así compartir lo vivido, de inventar o recuperar las historias y contarlas literariamente para que más gente se acerque a ellas y no se pierdan. Dice Juan Carlos en una nota introductoria del libro que «en estos cuentos hay trozos de historias que oí, gente que vi y lugares que visité como periodista».

Se podría decir que con La tina episcopal de Don Lucas Cadavieco Juan Carlos inicia su carrera literaria, pero quizá la empezó ya desde hace mucho tiempo —cerca de treinta años— en el propio periodismo, en el que se necesita esa voluntad de compartir de la mejor manera lo vivido, esa voluntad de escribir para que los lectores capten lo verdaderamente importante de lo que vamos viviendo día con día.

Los ocho cuentos de La tina episcopal de Don Lucas Cadavieco son disfrutables, como es el caso de «El trono de Tritón», en el que el personaje narrador cuenta, ya hacia el final, que «mi amigo Carlos, el arquitecto, me ayudó a diseñar un nuevo sistema de poleas que me permite, desde el “Trono de Tritón”, colgar las páginas que escribo en una cuerda. Las sostengo del mecate con las pinzas de madera, como si fuera ropa recién lavada, y las bajo hasta la calle. Es un tendedero de letras. Por las mañanas, la gente llega para leer lo recién salido de la tina, como las novelas por entregas».

Es bueno pensar en la literatura de esa manera, como una creación abierta a la curiosidad de la comunidad.

Sí, la lectura de los cuentos de La tina episcopal de Don Lucas Cadavieco se disfruta como un buen baño que le regresa a uno el vigor y las ganas de enfrentar la vida.

Y sí, también, como sucede bajo los chorros de agua, cuando uno comienza a ver con claridad la resolución de los asuntos que nos preocupan, la lectura de los cuentos mojados de Juan Carlos Núñez nos permite desear que él siga escribiendo y dé a la literatura muchos libros más.

 

La tina episcopal de Don Lucas Cadavieco y otros cuentos de la ducha, de Juan Carlos Núñez. La Zonámbula, Guadalajara, 2016.

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