Walter Benjamin
El pianista de Nordstrom estaba llorando
y nadie sabía qué hacer. Sus manos pálidas
y finas como los puños almidonados que le sostenían
las muñecas sobre el teclado, se derrumbaron,
hasta quedar ahí, en medio de sollozos de dolor y horribles
silencios, entre el repiqueteo de las cajas registradoras, el océano
de menudas voces, el zumbido y el golpeteo del comercio.
Nos quedamos en vilo, viéndolo, volteando luego al otro lado,
los elegantes trajes colgando del brazo,
o la fragancia que nunca podríamos comprar espesando
el aire, o un pie a medio meter en un zapato azul nuevo
que jamás compraríamos, ni ahora ni nunca, y esos tiesos
grititos envarados que seguían arremetiendo, retumbando en todo
ese inmenso y refulgente piso hasta los vestidores
en donde hombres y mujeres escrutaban los espejos
ajenos a aquella extraña tristeza que caía desmañada
en medio del apuro de un día que como todos los días corre a cumplirse,
a completarse, como el diligente cartero a su tarea, y así
hicimos una pausa en el silencio que se desmoronaba, hasta que los cautos,
frágiles acordes de Las hojas muertas comenzaron a flotar
por los pasillos, en torno a los relucientes aparadores
como si un sueño, un inmenso sueño estuviera siendo soñado nuevamente,
y el llanto de un bebé se alzara desde la otra punta del centro
comercial, llantos desbordándose en gritos y de repente un largo
alarido abriendo sus alas y elevándose magnífico,
y nos fuimos poniendo serios y comenzamos a movernos nuevamente,
hurgando en los bolsillos, las carteras, monederos, bolsos de cuero,
en busca de cualquier cosa que parara ese grito.
Les Passages
Walter Benjamin
The piano player at Nordstrom’s was crying, / and no one knew what to do. His hands were thin / and pale as the starched cuffs that seemed to hold / his wrists above the keyboard until they collapsed / and lay there among the ache of his sobs and awful / silences and the tapping of cash registers, the ocean / of small voices, the hum and click of commerce. // We all stood there, looking at him, then away, / fine linen trousers hanging from our arms, / or scent of cologne we could not afford thickening / the air, or right foot half-slipped into the new blue shoe / we would not buy, not now, not ever, and those stiff / little cries kept coming, kept tumbling across / that immense, gleaming floor into the change rooms // where men and women were gazing into mirrors / far from this strange sadness that fell clumsily / into a day rushing like all days on earth to fulfill itself, / to complete like the good postman its mission, and so / we paused in the crumbling silence until the fragile, / cautious tones of Autumn Leaves began to drift / through the aisles and around the glittering display cases // as if a dream, a great dream, were being dreamed again, / and the cries of an infant rose now from the other end / of the mall, cries bursting into screams and then one long / scream that spread its wings and lifted, soaring, / and we grew thoughtful and began to move about again, / searching our pockets, wallets, purses, tooled leather / handbags for something that would stop that scream.