Una mañana de 1958, un joven escritor se topó con la convocatoria del Primer Concurso Nacional de Cuento Universitario. El jurado estaba integrado por Guadalupe Dueñas, Henrique González Casanova, Juan Rulfo, Jesús Arellano y Juan José Arreola. Ese mismo día, el aspirante a cuentista se sentó frente a una Remington negra de teclas redondas y escribió un cuento de ambiente rural en el que había resabios de Juan Rulfo. Lo llamó «La polvareda». Dos días después escribió un relato muy distinto en el que utilizaba recursos faulknerianos y narraba la anécdota de unos jóvenes clasemedieros que roban un auto y se accidentan en la carretera. Para despistar al jurado, tecleó este nuevo texto (titulado «¿Qué me van a hacer, papá?») en una Smith Corona portátil, de letra muy pequeña. Envió ambos al concurso. «La polvareda» ganó el primer lugar… y el segundo lo obtuvo «¿Qué me van a hacer, papá?».
Con los dos cuentos premiados, seguidos por otros 20 relatos cortos, aquel joven llamado Vicente Leñero armó La polvareda, su primer libro. Se trata de un volumen de 188 páginas publicado por Jus en 1959, dentro de la colección Voces Nuevas. A medio siglo de haber escrito aquellos primeros relatos, Leñero nos entrega Gente así, cuentario con el que —arquitecto a fin de cuentas— tiende puentes hacia esa primera publicación.
Hay que decirlo de una vez: con Gente así, Leñero no pretende hacer el remake de su primer libro de cuentos, sino su complemento. Si se me permite el símil, con este par de libros ocurre algo parecido a lo que sucede con una de las obras maestras de la música occidental: El clavecín bien temperado, de J. S. Bach. Esta obra del compositor alemán también está formada por dos libros escritos en momentos muy distintos (con un lapso de 20 años entre su publicación), que sin embargo comparten el mismo esquema: cada libro comprende 24 preludios y fugas que exploran todas las tonalidades de la música occidental. Se trata entonces de una colección que abarca 48 preludios y 48 fugas cuyo objetivo es al mismo tiempo teórico y didáctico, según el propio J. S. Bach apunta en el prólogo: «El clave bien temperado, o preludios y fugas en todos los tonos y semitonos (…) están compuestos para la práctica y el provecho de los jóvenes músicos deseosos de aprender y para el entretenimiento de aquellos que ya conocen este arte».
Puestos uno frente a otro, Gente así y La polvareda muestran la variedad de temas que obsesionan a su autor. En las páginas de ambos —como en la vasta obra que hay entre los dos títulos— habitan albañiles, sacerdotes, escritores, obreros, periodistas y jugadores de beisbol. Si La polvareda comienza con el cuento del mismo nombre escrito en clave rulfiana, Gente así arranca con «La cordillera», cuento en el que un joven estudiante de letras copia el estilo de Rulfo y acaba la novela inconclusa del autor de Pedro Páramo. Si hace 50 años «El albañil muerto» era una exploración que anunciaba lo que años más tarde sería Los albañiles (Premio Seix Barral 1963), «A la manera de O’Henry» es un cuento que toma como pretexto una historia de albañiles para hacer un inteligente juego con el autor norteamericano. Y si La polvareda incluye «Navidad en el cerro» como una variación del nacimiento de Jesucristo, Gente así contiene «Belén», cuento con final sorpresivo que reconstruye, también con alteraciones, la historia bíblica. Ajedrez y beisbol son quizá los únicos temas que no aparecen ni siquiera mencionados en la opera prima, y que después se volverán una constante en la obra de Leñero.
Del contrapunto que forman La polvareda y Gente así podemos sacar en claro que aquel Vicente Leñero que tecleó con ansias sus primeros cuentos en la Remington de su hermano Armando ha sido fiel a sus obsesiones, de las cuales la primera es el impulso creador. También es claro que ha sido fiel a sus temas. La diferencia es que ahora, medio siglo después, aquel joven ha producido una extensa obra y a fuerza de convivir con las palabras ha logrado arrancarles los secretos del oficio.
De Gente así destaca en primer lugar lo atractivo de las historias que contiene: relatos que se leen de un tirón, páginas que atrapan a los lectores. En ambientes descritos con precisión y eficacia se mueve una turba de personajes que habitan en distintos momentos y en distintas latitudes, pero que se arrastran hacia finales fatídicos movidos por el rencor o por el sentimiento de culpa. Diálogos escritos con un oído bien temperado que reproducen con envidiable naturalidad las formas de hablar, y que fluyen con una sencillez lograda a base de trabajo.
Gente así es un magnífico libro porque, además de aplicar las herramientas de la narrativa, Leñero enriquece sus libros con elementos del teatro, del periodismo, del cine y hasta del ajedrez. Y también porque el autor desafía el carácter ficcional de la literatura: las 17 historias que contiene están construidas a caballo entre la realidad y la fantasía. Como lo ha hecho ya en trabajos previos como Sentimiento de culpa y La vida que se va, Leñero mezcla personajes que él crea y nombres de la realidad para hacer una suerte de ilusionismo literario que mete en la jugada hasta al más escéptico de sus lectores. ¿Qué es realidad y qué no lo es en estas líneas apuntaladas en el mundo por medio de personajes como Julio Scherer, José Emilio Pacheco, Manuel Arango o Gael García Bernal?
Lo mismo sirven para construir este catálogo una librería de la Condesa que la fortaleza de Pedro y Pablo en el helado y lejano San Petersburgo habitado por un joven ruso aspirante a novelista; lo mismo el convulso Culiacán bajo el yugo del narco que la Inglaterra de Shakespeare o la Feria del Libro de Guadalajara. La clave de este juego la proporcionan quizá las reflexiones de Benjamín —uno de los protagonistas del cuento que abre el libro— mientras recuerda los consejos de Gerardo de la Torre: «Cuando se parte de una realidad se vuelve más sencillo el trabajo porque se reducen las exigencias de la imaginación y se despierta la fantasía gracias al imperativo de ir desarrollando, por aquí o por allá, cada personaje, cada trama, cada nueva historia imprevista. El escribir impulsa a escribir».
En Leñero ese impulso por narrar ha sido siempre tan poderoso que además de motor para escribir ha resultado muchas veces el tema de lo escrito. Así ocurre desde su primera novela, La voz adolorida (publicada por la Universidad Veracruzana en 1961), en donde el personaje-narrador intenta hacer la reconstrucción de su vida a fuerza de palabras, y sigue ocurriendo en otras novelas como Estudio Q, en donde una autora de guiones se enfrenta a las dificultades del oficio; como El garabato, protagonizada por el escritor ficticio Pablo H. Mejía; o como La vida que se va, en donde un reportero registra las memorias reales o imaginarias de doña Norma, una anciana fuera de lo común que parece haber vivido en simultáneas.
No es extraño entonces que varios de los cuentos de Gente así sean protagonizados por escritores: «La cordillera», «Resentimiento», «A la manera de O’Henry» «Los cuatrocientos años de Hamlet», «La apertura Topalov», «Cajón de Alfonso Sastre», «La novela del joven Dostoievski»… Al maestro Leñero podría aplicarse la descripción que, de Fiódor, hace el narrador de este último relato: «Escribía a todas horas encerrado en la vivienda: cuando no su novela tachoneada y corregida de continuo en el borrador […] apuntes para cuentos. En ocasiones, por la mañana, cuando su frenesí se empantanaba, salía a recorrer los barrios [San Pedro de los Pinos] para sumergirse en las tramas secundarias de los vecinos de sus protagonistas. Nada necesitaba inventar. Todo estaba allí: en las oficinas, en los mercados, en los rincones de las casuchas».
Sí, todo estaba allí, pero alguien tenía que escribirlo. Ahora que Leñero ha celebrado 75 años de vida, Gente así aparece entonces no sólocomoun excelente libro de cuentos, también como una cátedra sobre el oficio de narrar.