Las soldaderas (Un cuento histórico en verso)

César Bringas

(Puebla, 1990) Su último libro publicado es En recuerdo de la lenta fiera (Crisálida Ediciones, 2020).

i

Hablo, con una lengua que no es la mía, de cosas que no entiendo. Hablo con la lengua de las madres, me equivoco y vuelvo a comenzar. La sal. La piel de mis manos bifurca el destino.                   Digo:
Yo soy rielera y tengo a mi Juan. 
Hablo con la lengua de las madres de piel curtida. Hablo en la misma lengua de las mujeres 
	que no fui,				  pero quise ser.
El sol quemó mi piel. 
No fue el sol, fue la herencia de las madres: cerillos y sal para la carne.
Carne para alimento de la carne que somos, 
el polvo que seremos. 
Viene en algún libro que si lloro 
crecerá el Sol por mi espalda.
Crecerá el Sol al que llamaré como al niño que tendrá una brújula dentro del 
[estómago. 



ii

Digo: guardo bajo de las enaguas, entre los pañales de los niños, como gusanos que no se mueven, la mariguana para mi Juan. 
Yo soy su querer.

iii
Las soldaderas eran expertas contrabandistas. Ellas eran quienes rezaban por los vivos para que no murieran. Rezaban por los muertos para que no padecieran el infierno. Recorrían detrás del ejército el mundo, eran la sombra del ejército. Del sur al norte y viceversa. Vuelta a empezar después del giro del Sol.
Más que en Cristo su fe estaba con Teresita de Urrea, la Santa de Cabora:
que era una virgen viviente de Chihuahua, 
epiléptica y catatónica y milagrosa. 
Bendecían con sus escapularios las balas; que cada una fuera un enemigo muerto. 
Que cada una salvara a su hombre.



iv
Viniste bailando un son bien sabroso, Juan, me enseñaste la mano que no cargaba el arma y dijiste: Tengo un par de caballos para la Revolución. Soy un clarín que tocará el himno. En la raya, la primera, yo me juego el corazón.   Yo me muero donde quiera.



v
¿Eres consciente de que todas las personas que conoces
morirán algún día? 



vi
He aquí mi nombre. He aquí, grabado con fuego, el nombre del amor. El nombre del amor no es el mío, porque en realidad nunca nos dijimos el nombre verdadero. Hablo con una lengua que no es la mía. En el vaivén del tren nos conocimos, hacinados unos sobre otros sobre otros, dijimos el primer nombre que se nos ocurrió. He aquí el nombre del primer amor: Único Amor.



vii
Que me castigue Dios si algo, aparte de la muerte, me aleja de ti. Iré yo donde tú vayas. Viviré yo donde tú vivas. Tu Dios mi Dios será. Tu pueblo será mi pueblo. 
Donde tú murieres, moriré yo. 
En la Biblia, en el libro de Ruth, ya se hablaba de las soldaderas. 


	
viii
—Si tuviéramos un hijo tendría una brújula en el estómago, para guiar nuestro camino de regreso al amor que un día nos juramos —dice ella.
—Si tuviéramos un hijo preferiría que no muriera como yo —dice él. Mientras, con una mano guarda el camino de otro camino, el de la huida.



ix
Habla y di que cuando lo conociste tomaste un puñado de tierra, contaste los granos 
      y dijiste: éstas son las horas que juntos nos quedan. 



x
Después de un breve coqueteo, brusco como el amor, se producía lo que el general Urquizo llamaba «matrimonio a lo puro militar»:
—¿Cómo te llamas, chata? —decía él, y ella respondía: —El Nombre del amor, ¿y tú? 
—El Nombre del amor —se miraban a los ojos y decían al mismo tiempo—: ¿Arreglados?                                 —Venga esa mano—. No les creas a las caricias, son mentiras.



xi
Ahora el soldado, Único Amor, ha muerto. Su cuerpo: vacío. Sus manos: ya no acarician. Sus ojos: los pájaros que no cantan. Ahora el soldado ha muerto.
	Sé que es un lugar común, pero he de decirlo: a su sombra, donde anidaron pájaros que vuelan solos, ahora hay una soldadera, alguien le enseñó el ojo del huracán, pero no le mostró la ruta de escape. Le enseñaron el hambre, y que el hambre escala las paredes como hormigas, y como el tiempo todo lo destruye, el hambre era el inquilino incómodo que hizo migas con la soledad ahora que el soldado ha muerto.
La mujer levanta la mano, camina y pregunta por el sendero que ha de seguir. Detrás va siempre un niño que tiene una brújula dentro, que tampoco conoce el camino.



xii
Mi amado es mío entre las azucenas y yo soy de mi amado.
—Cantar de los cantares.



xiii
Aullaba un dolor que no era el mío, lo hacía quedo y bajo, como para que nadie escuchara. Pero no, un dolor así no siempre es cierto ¿verdad? Un dolor así debe fingirse, nadie sufre como yo, que he perdido un Juan, un Pedro, y otro Juan.
Luego fue la noche. Luego fue el beso del alcohol.



xiv
No recuerdo tu segundo apellido. (Piensa aquel que ya no es un niño. Aun así, tiene una brújula dentro del estómago).
Nunca supe dónde tu tumba, pero sí dónde el impacto. He olvidado el olor. He olvidado el sonido. Si yo fuera de verdad poeta esto no pasaría. Trato con pinzas las conjunciones adversativas. Respiro con calma. Abro los cajones. No, ahí tampoco está el apellido que falta. La abuela contaba la historia de tu familia porque ese segundo apellido que falta estaba relacionado con su viejo pueblo, con la caña brava, con los bastardos.
Mi corazón también es una bolsa con municiones echadas a perder por la humedad. Hablo del error. Hablo con el cuerpo. Hablo con la lengua de las mujeres que no fuimos. Colgando en mis dedos diez palabras. Al imitar su gesto te burlas de él, borras su significado.



xv
La mujer, antigua soldadera, se retira las canas de la frente, levanta la mano, camina y pregunta si algún día volverá a ser la mujer que fue: de ojos abiertos y pulso breve.
La serpiente del Génesis no la tentó de nuevo. 
El hambre hizo migas con la soledad bajo la sombra de un recuerdo. Se contaban la misma historia: una mujer de aquella época salía de caza para casarse con su casa, la presa era el anhelo.       Piensan en una canción:
Él es mi encanto:                                         Yo soy su querer. Yo soy su querer. 
Cuando me dicen que ya se va el tren:    Adiós mi rielera ya se va tu Juan. 
Adiós mi rielera ya se va tu Juan.
Si vuelves, ay, soldado, si vuelves. 
Una sombra se pasea en mi jardín, Señor. Él no quería ser un héroe en una guerra fratricida, 
Señor, él quería una vida normal.
Si vuelves, ay, si vuelves. 

Adiós mi rielera ya se va tu Juan.                            Adiós mi rielera ya se va tu Juan.
Adiós mi rielera ya se va tu Juan.                           Adiós mi rielera ya se va tu Juan.
Yo me voy también.


Post scriptum

A lo largo de este texto, a modo de reapropiación y sampleo textual, se cita y parafrasea sin orden especial a Tálata Rodríguez, Elena Medel, Laura Restrepo, Paula Abramo, Elena Poniatowska, Cristina Rivera Garza y Francisco L. Urquizo.  

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