La risa sin alegría / Sergio Téllez-Pon

Emil Cioran murió en París hace veinte años, en junio de 1995. Aunque fue contemporáneo de Sartre y Camus, no perteneció al existencialismo, no escribió libros como La náusea o La peste, pues su pensamiento más bien tomó el camino del pesimismo, sobre esa ruta en que lo antecedieron Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche. Por fortuna, su obra fue lo suficientemente leída, sobre todo en sus últimos años de vida (sus primeros libros, en cambio, fueron un fracaso editorial), y en todo este tiempo no ha hecho sino crecer: crecer en lectores, en seguidores, en discípulos, tanto así que tuvo en Susan Sontag a una de sus primeras lectoras y críticas. Aunque él no se definía propiamente como un filósofo, sino como un pensador, un demiurgo o un escéptico, lo cierto es que fue un destructor que en su obra arremetió contra todas las ideas modernas que se han establecido como norma: «sueño con un pensamiento ácido que se infiltraría entre las cosas para desorganizarlas, para perforarlas, para atravesarlas».
     Cioran entendía su labor filosófica como una forma de explosión y no como un tratado, como un sistema que lo llevara a un pensamiento lineal o uniforme. Por eso encontró en el fragmento la forma idónea para plantear sus ideas. Ese estilo lo tomó del filósofo alemán Georg Simmel y, desde luego, la referencia más directa es Así hablaba Zaratustra. En uno de sus cuadernos publicados después de su muerte, Cioran escribió que le parecía algo positivo el ejercicio cotidiano del fragmento. Así, el discurso fragmentario es subjetivo y eso permite que el pensamiento se contradiga: «Un pensamiento fragmentario refleja todos los aspectos de nuestra experiencia: un pensamiento sistemático refleja sólo un aspecto, el aspecto controlado, luego empobrecido» (en Conversaciones, Tusquets, 2010). Al reflejar todos los aspectos de nuestra experiencia, el fragmento permite su contradicción, su envés y su revés, y no estipula verdades absolutas porque proclamar, dice, es más propio de reformadores, profetas y salvadores.
     Précis de décomposition (1949) —conocido por la traducción de Savater, que revisó el propio Cioran, como Breviario de podredumbre—, fue el primer libro que escribió por completo en francés. Para Cioran, cambiar de idioma es el mayor acontecimiento, el más dramático que puede sucederle a un escritor; en su caso, el cambio del rumano al francés fue muy difícil porque, según confesó en una entrevista, «por temperamento la lengua francesa no me conviene, me hace falta una lengua “salvaje”, una lengua de borracho». Los temas de sus tres primeros libros escritos en rumano, En las cimas de la desesperación (1936), De lágrimas y santos (1937) y El ocaso del pensamiento (1940), vuelven en Breviario de podredumbre para deshacer y rehacer su obra: la historia, la nostalgia por la infancia perdida, la catástrofe de la civilización, la insignificancia del hombre, el dogmatismo extremo de la religión, Dios, el tedio de la vida, el insomnio que tanto lo azotaba, la lucidez que para él era la duda, la vida y la muerte.
     Además de la evidente escritura fragmentaria, el rasgo más característico de la obra de Cioran, como se ha dicho muchas veces, es la amargura que heredó de Schopenhauer y Nietzsche, y que luego tomará Samuel Beckett. En Cioran, dicha amargura se construye gracias a que hace una filosofía de la historia que, según él, es más vasta que la ideológica o la política. En cambio, el aspecto menos reconocido en Cioran es su ironía, su humor ácido. Eso se debe a que no es el humor de los felices, el humor fácil y burdo de quienes viven en una especie de euforia perenne parecida a los gags de comediantes, sino a uno menos identificable, un humor más refinado, destinado a quienes se encuentran en la misma sintonía, esos pocos seres con los que uno puede entenderse, diría el propio Cioran. Por eso, observa Savater, «las exhortaciones positivas de Cioran son siempre irónicas; cuando recomienda algo es siempre lo imposible o lo execrable». Y gracias a su ironía sus libros no son deprimentes: son vivificadores, atizan el pensamiento y estimulan las ideas.
     Sobre Del inconveniente de haber nacido (1973) le escribió en una carta a su hermano Aurel: «Ni bueno ni malo, es un amasijo de reflexiones y de anécdotas, en un género a la vez fútil y fúnebre». Aunque Cioran consideraba La tentación de existir (1956) como su mejor libro, al ser Del inconveniente de haber nacido ya uno de sus libros de madurez, en él ahondó en las ideas que una forma más vaga había expuesto en los primeros, profundizó en sus temas exponiéndolos con mayor lucidez y, claro está, dominó la lengua francesa. Esther Seligson, traductora al español de la obra de Cioran y una de sus más puntuales lectoras, dice que, para él, saber que su existencia fue sólo un accidente, y que su nacimiento debería haber sido evitado, hacen que pierda el interés por cualquier cosa, que no encuentre sentido a la vida (en Apuntes sobre E. M. Cioran, Conaculta / esn, 2003). El interés por la muerte se le agotó muy pronto, pues no se puede extraer ya nada más de ella y la vida es un resultado frustrante, así que en Del inconveniente de haber nacido, dice Cioran, retrocede hasta el nacimiento «y se dispone a afrontar un pozo, esta vez sin fondo»; en el nacimiento están dos de sus grandes temas: la esterilidad y el vacío. A su muerte, Octavio Paz escribió que «su pesimismo y su escepticismo nos hicieron más soportable la desdicha de haber nacido».
     El optimismo está sobrevalorado en estos tiempos. Cuando yo era niño, recuerdo que en la radio pasaban con bastante frecuencia un anuncio que invitaba a unirse al «club de los optimistas». Pareciera que la invitación surtió efecto y muchos asistieron a esas sesiones, que imagino multitudinarias, pues ahora se viven las consecuencias: alguien siempre es mejor visto si tiene «buena actitud» ante la vida (si eres pesimista es que algo está mal, no es lo normal, «eres un amargado», dicen); cuando te sucede algo, todos envían sus «buenas vibras», y para estar en este mundo una de las condiciones es «ser feliz»; sobre todo, si no estás casado tienes que buscar la felicidad al lado de alguien, es decir, casarte. En oposición, los críticos, los pesimistas, los solitarios, no tenemos cabida dentro de esa ola new age. ¿Cómo ser optimista y feliz en un mundo moderno lleno de barbarie a todas horas y en todos lados? Es por eso que pienso en Cioran como el profeta de la devastación, el filósofo de nuestro tiempo, un tiempo sin esperanzas, sin buenas noticias, sin lugar al cual escapar y estar a salvo. Savater dice que Cioran derrumba todo pero en su lugar no levanta nada, y es verdad: cuando en Breviario de podredumbre describe el fanatismo, parece que habla del dogmatismo islamista de nuestros días, en particular, el califato islamista que se apodera cada vez de más ciudades en Siria e Irak. Entonces, bajo estos casos, la lectura de la obra de Cioran se hace más necesaria.

Breviario de podredumbre, de E. M. Cioran, traducción y prólogo de Fernando Savater. Taurus, México, 2014.

Del inconveniente de haber nacido, de E. M. Cioran, traducción de Esther Seligson. Taurus, México, 2014.

 

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