La parte blanda[fragmento] / Sandra Santana

Observad

la verdadera distancia
que se mantiene en la caída:

la distancia
que hay entre el puño
cerrado y la mano
abierta,
entre la hoja de papel
sobre la mesa
y ese avión
que sobrevuela las cabezas
de los niños en clase.

También vuestros cuerpos
se abren
y cierran,
también los pliegues
de los afectos os atraviesan
y transforman.
También vosotros
al abriros, en el espectro
infinito
de las articulaciones,
sois y no
los mismos.

Y así todo, ¿o acaso
no fueron las cosas
antes también algo
distinto?

La mesa, la cuchara,
la prenda que protege
el cuerpo del bebé fueron
también la sombra
de una rama sobre el árbol,
una inyección
de plástico y un largo
hilo de lana.

También bailan ellos
—la oveja, el plástico,
la sombra de la rama,
el cuerpo del bebé,
la mesa y la cuchara—
bajo la serie
de sus transformaciones.

Y así bailáis todos,
cambiando la posición
del cuerpo pero sin avanzar
hacia ninguna parte.

Así bailáis todos,
como uno que busca
algo y, de pronto,
ese recuerdo desaparece
y se detiene,
confusa la mirada,
pero manteniendo
la dirección del gesto.

(Venga, muévete y diles
lo que están esperando).
Y aquí va, y te dice:

Os pensáis libres
cuando, exhaustos, corréis
como cazadores
buscando una presa en el cielo y
poniendo a tiro
vuestros deseos,
pero fueron ellos
disfrazados de voluntad
los que hace tiempo
decidieron
hacer nido en vosotros.

Y te dice:

y así avanzáis, lentos,
arrastrando esa cadenita
de oro hecha con los añillos
del miedo 
a las pérdidas.

Pero, ¿qué significa
este pedazo de papel?
Este pedazo de papel
está marcado.
Este pedazo de papel
lo representa todo.

10 euros, 10 dólares, 10 yenes:
esto adopta
todas las formas, esto en todo
se transforma.

Nunca está en tu mano,
nunca está en tu boca.
Es el símbolo siempre
desplazado de su valor.

Y así, un día,
vuestros antepasados
creyeron sentirse
más ligeros
y, sin embargo, vosotros
desposeídos
de vuestro ganado,
vuestro calzado
y vuestras pieles
comenzasteis a vivir
en la pobreza.

Ésa fue siempre la marca
del precio.

Girando en círculos
con los ojos vendados:

Pero lo que buscáis
no está nunca allí,
lo que buscáis
está en esas canciones
que entran
por una pequeña oreja
salen
por una pequeña boca
entran
por otra oreja y
salen por otra boca
haciendo moverse
a un ritmo único
los millones de brazos,
los millones de combas,
los millones de palmas
y de corros.

Ésas son ¡ay, ay!,
lairón, lairón,
las palabritas
que os vienen
de los muertos.

Ellas no pueden enseñarnos
el amor, pero son la forma
de su reconocimiento.

No pueden enseñaros
pero, ya ves, cuando crees
que lo tienes
las voces de los niños
se elevan desde el patio
como una bandada de pajaritos
coloreados que rompen
su figura en el aire
escapando al sol
por la puerta abierta
de la jaula.

¿Qué os queda entonces ?
Mirad, abrid la mano.
Mirad la mano dispuesta
en forma de cuenco.

Esto es lo único
que verdaderamente
os pertenece:

el vacío vibrante
de la posibilidad.

El agua, la piel, el mundo
le pertenecen a la mano
tanto como a la boca.

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