La paradoja del sufrimiento y el goce de la imaginación… / Wu, Chan Je

La paradoja del sufrimiento y el goce de la imaginación: semblante de la literatura coreana a fines del siglo xx

1.  La paradoja del sufrimiento

Desde muy antiguo, en Oriente se ha hecho mucho énfasis en el sentido profundo de la flor de loto, que florece en el lodo, y a su sabiduría. Por supuesto, no fue así sólo en Oriente. El respeto hacia el loto, convertido en flor a través de un rito de iniciación que conlleva un largo y penoso proceso de sufrimiento, ha sido siempre un tema universal de la humanidad. La paradoja del sufrimiento está presente no sólo en las ilustraciones del budismo, representada en la flor del loto, sino incluso en los mismos logros artísticos y científicos, de manera que no es raro encontrarse con ella en la literatura, sea en Oriente como en Occidente. Cuanto más doloroso es el sufrimiento, más se enriquece su contradicción, tanto es así que en las grandes literaturas, la paradoja está en el mismo goce de la imaginación, que se contrapone a los abismos de la agonía.
      El siglo xx fue una época especialmente dura. Aparecieron y desaparecieron un sinfín de historias repletas de sufrimiento, así como muchas guerras, incluidas las dos mundiales, repentinas ansias imperialistas y rebeliones de las colonias, masacres, como las de Auschwitz, y otras grandes y pequeñas revoluciones y sus contrarrevoluciones. Lo mismo ocurrió en Corea. El imperialismo japonés nos tuvo sometidos durante 36 años. Luego, con la independencia en el año 1945, el país, por voluntades ajenas, quedó dividido en dos partes: norte y sur. En 1950 estalló la contienda civil, que duró tres años y nos arrastró a todos a una posguerra sembrada de pobreza, una pobreza terrible y despiadada. La revolución de abril de 1960 trató de derrocar la dictadura y establecer la democracia en el país, pero estalló un golpe de Estado y el poder político pasó a manos de una gobierno militar que duró otros muchos años. Luego, en mayo de 1980, en un nuevo intento de democratización en la ciudad de Gwangju, un número incalculable de víctimas perdieron la vida. Sin embargo, los coreanos aprendimos a superar el dolor de todas estas desgracias y conseguimos un crecimiento económico inimaginable, democratización política, estabilidad social y una gran madurez cultural. A lo largo de este proceso, la literatura coreana, reflejo de su realidad, ha venido cultivando una historia literaria llena de paradojas del sufrimiento.
      Intentaré presentarles de forma breve el semblante de la literatura coreana a fines del siglo xx, y para ello la dividiré en tres etapas: la literatura de la independencia y la guerra civil (1945-1959), la literatura del período de la democratización y de la industrialización (1960-1988) y la literatura de la postindustrialización (1989 en delante).

2.  La independencia y la recuperación del idioma
     nacional: literatura de posguerra

El 15 de agosto de 1945, Corea consiguió su independencia frente a los 36 años de imperialismo japonés, pero no por ello logró hacer realidad su sueño de construir un Estado nacional moderno. Las circunstancias en las que se encontraba, más la división ideológica, nos obligaron a establecer dos gobiernos independientes territorialmente divididos: el norte y el sur. Unos años más tarde, en 1950, estalla la guerra civil coreana, que se prolonga durante tres años. Cesa el fuego, pero no la intolerancia ideológica y política de ambas partes, que se acentúa aún más, dejando al país en un estado de raquitismo económico que marcará la vida de todos los coreanos durante la década de los cincuenta, y con un régimen corrupto, el de Lee Seung-man, que consigue su segundo mandato por un fraude electoral, desencadenando la revolución estudiantil del 19 de abril de 1960 y su posterior derrocamiento.
      En la segunda mitad de la era colonial, se prohibió el uso del idioma coreano (hangul), pero con la liberación, se recuperan tanto la lengua como el territorio, y se abren posibilidades para un mundo literario que empieza a estrenarse. Sin embargo, la casi inmediata división del país impuso una nueva opresión a los escritores: la ideológica. En el caso de Corea del Sur, las manifestaciones literarias de tendencia izquierdista se censuraron en pro de un nacionalismo conservador. La literatura se centró, entonces, en problemas universales del ser humano y dejó a un lado la realidad particular e histórica de su pueblo. En esta línea están las obras de Kim Dong-ni y Oh Myeong-su, inspiradas en emociones derivadas de su tradición y en ideas chamanistas, pues, sobre todo el primero, trata de encontrar un camino propio para el espíritu, reaccionando contra el mundo occidental y moderno, con temas siempre basados en la identidad de la raza coreana y su folclor. Sin embargo, hubo otra vertiente de escritores, cuyas obras, de un fuerte realismo acorde al mundo sombrío de aquella época devastada por la posguerra, describen el desmoronamiento de la ética social y de las costumbres del momento o denuncian la crueldad de la guerra en una desesperante búsqueda de la dignidad humana. Sus autores principales son Hwang Sun-won, Choi In-hun, Son Chang-sop, Jang Yong-hak, Yi Bum-sun, Suh Ki-Won, Ha Geun-chan y Lee
Ho-chul. Hwang Sun-won escribió novelas que exploran las coordenadas espirituales del tiempo perdido, en los recuerdos afines y las emociones humanas que identifican al pueblo coreano; y Son Chang-sop lo hizo sobre la marginación llevada a extremos en la que vivió el «pequeño e insignificante» ser humano de la paupérrima sociedad de posguerra.
      En el caso de la poesía, el esfuerzo principal estuvo en recuperar el idioma nacional, centrándose principalmente en los recursos técnicos de la lírica tradicional coreana. Así lo hicieron los poetas So Chong-ju, Yu Chi-hwan y Park Mok-wol, que ya escribían desde la época colonial, y otros, como Park Jae-sam, Lee Hyong-gi, Jun Bong-geun, Kim Kwang-Sop, Kim Jong-sam y Kim Jong-gil, que renovaron la tradición. De entre ellos, So Chong-ju es el poeta que mejor ha representado la fusión de lo occidental y lo coreano, pero también el que mejor ha sabido sublimar las emociones, elevando la calidad de nuestra poesía. Yu Chi-hwan, por su parte, canta a la vida y a sus seres vivos, en un intento por superar el nihilismo; y Lee Hyong-gi escribe con gran lirismo sobre la providencia de la naturaleza, lo mismo que hace el poeta Kim Jong-gil, cuyo espíritu literario, en un afán de superar tiempos difíciles, busca la comunión espiritual con la naturaleza.
      Hay, sin embargo, otras vertientes que tienden hacia el modernismo, con poemas más prosaicos que hablan sobre vidas urbanas, y critican la autoridad existente y su absurda realidad. En este grupo de poetas, encontramos a Kim Su-young, Kim Chun-su, Park In-hwan y a Song Wook, cuya importancia, en especial la de los dos primeros, está en el hecho de que ampliaron el panorama de la poesía coreana con poemas experimentales basados en un impulso renovador.

3.  La literatura del período de la democratización
     y de la industrialización

El anhelo de la democracia estalló en la revolución de abril de 1960 y, aunque quedó inmediatamente frustrado por el golpe militar de 1961, supuso un estímulo decisivo para el derrotismo político que imperaba dentro de la atmósfera social. Con un gobierno militar en el poder, la democratización quedó apartada a un lado, y la modernización económica del país se convirtió en la prioridad máxima.
      La dictadura militar continuó ejerciendo su gobierno de opresión durante los años setenta, cada vez con más rigor. La libertad política quedó prácticamente anulada y la tensión se hizo mucho más evidente en toda atmósfera social. Sin embargo, por el lado económico, fue, sin duda, uno de los momentos más prósperos y sorprendentes de su crecimiento, conocido como el «milagro del río Han». Las estrategias de modernización industrial dirigidas por el gobierno dieron resultados, aunque a costa de muchos sacrificios y demás efectos secundarios, en general bastante negativos: se destruye el campesinado, se agiganta la desigualdad entre ricos y pobres, y la acelerada urbanización provoca problemas de contaminación, destruye tradiciones y se desarticulan las costumbres, pero, por encima de todo, aumenta la insatisfacción de los trabajadores, que, en su mayoría, vivieron condenados al margen de la distribución económica. Sin embargo, hay otros rostros en aquella sociedad y uno de ellos está representado por la cultura joven, con sus guitarras, los jeans, las melenas y la minifalda, símbolos de libertad y resistencia, y de incipientes movimientos de democratización.
      A fines del año 1979, nada más concluirse los 18 años del régimen de Park Jung-hee, la sociedad coreana revivió otro momento de euforia con la esperanza de una democracia para el país. No obstante, la revolución democrática de Gwangju fracasó y se restableció otro mando militar, aunque ya nada fue igual: la resistencia política por parte de los intelectuales, de la clase obrera y de los estudiantes cobró una gran fuerza y quedó constatado el anhelo del pueblo coreano por la democracia. Pese a las duras represiones políticas, el derrumbamiento de las fuerzas del poder y el orden se había hecho ya evidente en muchos aspectos de la sociedad, una sociedad que seguía creciendo, con cambios y progresos que le permitieron celebrar como país anfitrión eventos internacionales de una gran magnitud, como los Juegos Asiáticos de 1986 y los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. En volumen económico, el país prosperó y mejoró la calidad de vida de sus ciudadanos. La cultura se abrió a la libertad individual y, a nivel político, las enmiendas constitucionales y las elecciones presidenciales de 1987 parecían otorgarle un tinte más democrático.
      La revolución del 19 de abril de 1960 fue un acontecimiento político pero también tuvo repercusiones culturales, pues, si bien la política se democratizó, también la cultura y la literatura resurgieron con una nueva energía. Muchos escritores empezaron, junto a la generación de jóvenes escritores formados sólo en el idioma nacional (hangul) —o sea, los que comenzaron a estudiar una vez conseguida la independencia del país—, a anhelar nuevos estilos y técnicas creativas, liderando cambios y revoluciones aun en el mismo ámbito literario. Fueron épocas muy sombrías y dolorosas, pero supieron salir adelante y sobreponerse en la paradoja del sufrimiento para crear nuevos hitos en la historia de la literatura nacional: el de la década de los setenta, conocida por la agudeza de su prosa como «la era de las novelas»; y el de los años ochenta, por sus elaborados e intuitivos versos, «la era de la poesía».
      Entre el grupo de novelistas de los años 70 que mejor plasmaron el sufrimiento de una patria dividida está, sin duda, el de los novelistas Choi In-hun, Lee Ho-chul, Hong Sung-won, Jeon Sang-guk, Kim Won-il, Jo Jong-nae, Hwang Sok-yong, Yu Jae-yong, Hyun Ki-young, Lim Chul-woo y Lee Chang-dong, entre otros. Choi In-hun, que en su obra La plaza, escrita en 1960, analizó desde su introspección intelectual el dolor de la patria dividida, en 1994 lo vuelve a hacer con otra de sus novelas, La tópica, pero centrándose no sólo en los problemas de la división del país sino, de un modo general, en todo el entramado mundial del siglo xx. Yun Heung-gil, en su novela Lluvias, trabaja el tema del chamanismo como forma de aliviar las secuelas del resquebrajamiento patrio; y Hwang Sok-yong, que, si bien ya desde los años setenta había venido atacando las represiones ideológicas y políticas derivadas de la división, es en el año 2001 cuando se da a conocer de forma definitiva con su novela El huésped, obra escrita en un intento de superar el desligamiento de la patria por medio de la comunicación, el perdón y su reconciliación.
      Un segundo grupo de escritores, con una narrativa basada en la dialéctica entre la opresión política y la libertad, estaría formado por Choi In-hun, Jeon Sang-guk, Yi Chong-jun, Lee Byung-ju, Jeong Ul-byung, Ho Young-song y Yi Mun-yol. El novelista Yi Chong-jun ha hecho duras críticas de la realidad en muchas de sus obras, caso de la novela Paraíso cercado, donde vitupera con severidad todo sistema de opresión a la libertad, en busca de un mundo más armónico. Yi Mun-yol, autor de Nuestro frustrado héroe y de otras muchas obras narrativas, se mete de lleno en el dolor individual y en las secuelas dejadas por la represión política y sus dificultades de superación.
      El tercer grupo estaría formado por los que se interesaron en otro tema clave de aquellos años: la industrialización. Y son: Hwang Sok-yong, Cho Se-hui, Lee Mun-gu, Yun Heung-gil, Mun Sun-tae y Lee Dong-ha, escritores cuyas obras se acercan a la realidad de la clase obrera, su marginación en las urbes, la desigualdad de clases cada vez más acentuada, el materialismo, la pérdida de valores sociales y el problema del derrumbe de la tradicional sociedad campesina.
      Cho Se-hui en su obra Una pequeña pelota lanzada por un enano plasmó esta realidad, los enfrentamientos entre el mundo obrero y el de los capitalistas, con el deseo de un mundo mejor, donde impere el amor y la justicia, tal como ocurre en «la banda de Moebius». Lee Mun-gu lamenta en sus novelas el desmoronamiento de los valores tradicionales de nuestra sociedad, debido a la industrialización. Lee Dong-ha, en La ciudad juguete, describe la penosa situación de la infancia en una gran ciudad, una infancia baldía no sólo por lo económico sino por su pobreza espiritual.
      Con el cuarto grupo, la reacción de la narrativa ante la industrialización ha cambiado. Los años ochenta traen una mayor diversidad laboral y aparece la clase media. Kim Won-woo critica, desde la perspectiva de un intelectual, la vanidad de la clase media; Park Young-han, a partir de una visión retrospectiva, describe el paisaje cultural de la clase media; y Kim Young-hyun, Jeong Do-sang, Bang Hyun-sok y Jeong Wha-jin engendran una narrativa de trabajadores, involucrándose con sus conocimientos en la lucha de la clase obrera.
      El quinto grupo es el de la narrativa urbana. Además de Kim Sung-ok, considerado pionero de ideales revolucionarios en los años sesenta, de Seo Jeong-in, que abrió un nuevo camino a las novelas realistas, con un estilo mucho más experimental, y Choe In-ho, representante de la sensibilidad de los setenta; están los escritores Park Wan-seo, Kim Yong-seong, Lee Dong-ha, Cho Hae-il, Cho Sun-jak, Han Su-san y Park Bum-sin, magníficas plumas que trazan luces y sombras de la por entonces ya imperante vida urbana.
      El grupo sexto lo formarían las escritoras, cuya aparición en el campo narrativo es otra de las aportaciones del período. Novelistas como Park Kyung-ni, Park Wan-seo, Oh Jung-hee, So young-en y Yang Gui-ja examinaron las posibilidades de superar un mundo tan afligido a través de la femineidad. Park Kyung-ni, autora de la vasta obra titulada Tierra, y Park Wan-seo, de Inolvidado, recrearon inmensas sagas familiares de la mujer coreana, y Oh Jung-hee elevó de forma incuestionable el nivel de la narrativa femenina.
      El séptimo grupo lo componen aquellas obras en las que se pretende buscar formas de redención para una vida sembrada de sombras. Eso hicieron los escritores Lee Je-ha y Yi Chong-jun, indagando por terrenos artísticos; Park Sang-ryung, Yi Chong-jun, Han Seung-won, Kim Seong-dong y Yi Mun-yol, por lo religioso; Park Kyung-ni, Hong Sung-won, Yu Hyun-jong, Hwang Sok-yong, Kim Won-il y Kim Joo-young, por lo histórico; y Yun Hu-myong, mediante la paradoja de las ruinas y el nihilismo.
      Al octavo grupo pertenecen las novelas experimentales, inspiradas en la renovación. Hu Woon-sok, Choi Un-seok, Choi Sang-gyu, Yi In-seong y Choi Su-chol son sus mayores representantes, sobre todo los dos últimos, que llevaron la novela experimental coreana a su auge en los años ochenta.

La poesía también experimentó grandes y significativos avances. Ante todo, los poetas modernistas dinamizaron esfuerzos por su renovación estética, algunos para expresar aspectos humanos, distorsionados por la acelerada industrialización, pero siempre desde una visión intelectual que les permitiera hacer un uso más experimental tanto del lenguaje como del estilo. Los poetas Hwang Tong-gyu, Chung Jin Kyu, Chong, Hyon-jong, Ma Chong-gi, Oh Kyu-won, Choi Seung-ho, Hwang Ji-woo, Lee Seong-bok, Park Nam-chul y Jang Jeong-il escribieron sobre las contradicciones de la época y de la vida en general, a partir de posturas individuales que proporcionaron a sus obras una sensibilidad y un lenguaje muy personales, propios de su identidad.       Hwang Tong-gyu creó una estética callejera, que él llamó «la poética de la calle», en la que, en un lenguaje delicado y de gran elegancia, hace memoria de los paisajes y retazos de vidas humanas, de esos detalles tan humanos como reales, recogidos por él mismo en su transitar por las calles. Chong Hyon-jong se dedicó a la variedad. Sus obras tocan temas que van desde el sentido existencialista de la realidad y de los seres humanos hasta la ecología. Su poética se basa en las pausas y en sus ritmos libres, técnicas que nos preparan para la conmovedora comunión final. Oh Kyu-won escribió muchos poemas urbanos y experimentales, con una ciudad industrializada de trasfondo. Hwang Ji-woo, Lee Seong-bok, Park Nam-chul y Jang Jeong-il son los representantes genuinos de la poesía experimental coreana en los años ochenta. De todos ellos, Hwang Ji-woo fue quien mejor materializó la realidad a través de un lenguaje tan propio como renovador que lo elevó a las cimas del experimentalismo. Fue capaz de extraer de lo cotidiano, lo liviano, y hasta de lo vulgar, tanto conocimiento como nuevas ideas, a la par extraordinarios. Un entendimiento profundo de la realidad y su talento para destapar los sentidos ocultos, sentidos aún desconocidos, impresionaron a sus lectores de tal manera que, deslumbrados, saborearon el placer de sus revelaciones. Sin embargo, lo que realmente llama la atención de nuestro poeta es su habilidad para convertir en poesía todo aquello que, sea poético como prosaico, acontece a su alrededor.
      Muchos son los escritores que han ennoblecido la poesía coreana, haciéndola aún más bella. Oh Sae-young indagó en las profundidades de nuestra existencia mediante la poesía lírica tradicional y, de esta manera, por medio del lirismo y la filosofía, criticó también la civilización. Moon Chung-hee, con una visión delicada y femenina, conduce a los lectores a la introspección para reflexionar sobre la bondad y la belleza humanas. Intentó en sus obras reconciliar los extremos: femenino-masculino, civilización-naturaleza, libertad-represión o deseo-razón, en busca de un mundo más esencial, alejado de dicotomías. Jo Jeong-kwon es el poeta que dio forma al espiritualismo oriental haciendo uso de un lenguaje muy modernista. Su esfuerzo por llegar a la iluminación espiritual se proyectaba en la nitidez y pureza de su espíritu ante la realidad.
      También hubo muchos poemas de crítica social. Kim Chi-ha, Shin Kyong-Nim, Ko Un, Cho Tae-il, Lee Sung-bu, Jeong Hee-weong y Lee Si-Young fueron algunos de ellos y lo hicieron remontando sus emociones nacionales al pansori o a los tradicionales cantos folclóricos. Kim Chi-ha publicó un damsi (diálogo poético en el que se narran leyendas, mitos o acontecimientos misteriosos o trágicos de la Naturaleza), una expresión poética en la que incorporó sentimientos autóctonos del país, lo cual produjo un impacto tanto a nivel político como literario. Kim Chi-ha, una de las voces más políticas de los años setenta y ochenta, se transformó en los años noventa en uno de los creadores que más atención ha prestado al tema de la ecología y el respeto a la vida; y Shin Kyong-Nim fue de los primeros en interesarse por la realidad de los campesinos, tema al que la poesía nunca había prestado demasiada atención, y, al igual que muchos de sus coetáneos, se valió de ritmos tradicionales, al estilo de los cantos folclóricos, con el fin de recrear un nuevo estilo poético. Sus poemas transforman la dolorosa realidad del pueblo en alegres melodías, como parte de una estética de la paradoja. Ko Un cantaba en los años sesenta el nihilismo inspirado en el budismo y en los principios del zen, pero en los años setenta cambia de vertiente para enfrentarse cara a cara con la realidad política, convirtiendo la historia en el factor decisivo de sus obras de mayor envergadura, así como de sus poemas en cadena, Diez mil vidas, y de su poema épico La montaña Bekdusan. Lee Si-Young inició su carrera como poeta modernista, pero, influido por los movimientos de democratización de las décadas de los setenta y ochenta, pasó también a escribir poemas realistas, que combinan la realidad concreta con el criticismo intelectual, y otros muchos poemas líricos, en los que a través de un lenguaje muy depurado, saca a luz las sombras ocultas tanto de la realidad diaria como de su acongojada historia.
      En la década de los ochenta, con el fervor de la democratización, aparecieron muchos poemas criticando duramente la realidad. Por un lado, están Pak No-he, Baek Mu-san, Ha Jong-oh, Kim Nam-ju y Kim Jong-hwan, que nos recuerdan a través de sus poemas la existencia de la clase obrera; y por otro, Choi Sung-ja, Kim Hye-sun, Kang Un-kyo, Kim Seung-hee y Ko Jung-hee, quienes a través de su mirada, amplian el panorama poético femenino.

4.  La sociedad postindustrial y la literatura como escape

Tras los Juegos Olímpicos en Seúl (1988), Corea entra a su etapa postindustrial con una cierta democracia política. Los movimientos de resistencia colectiva han disminuido notablemente, influidos por los cambios de valores en la historia mundial, así como por la caída del socialismo en la Europa del Este a finales de los años ochenta. Desaparecen los macrodiscursos y, en lugar de las ideologías políticas o el bien público, lo que prima es la felicidad y los anhelos individuales. Las jóvenes generaciones persiguen de forma activa la individualidad fascinados por los lujos de la cultura popular y el consumo desmedido. Las costumbres sociales, las obligaciones o la ética, en general, van perdiendo terreno, y los discursos sobre el futuro y sus esperanzas ya no hacen mella, pues, por encima de todo, impera la vida a diario. Incluso hay cambios de percepción espacial, pues muchos buscan el sentido de sus vidas en los cada vez más frecuentes viajes al extranjero. Se fomentan la cultura popular y el ocio, la industria digital e internet dominan por doquier y ya todos, consumidores de estos nuevos productos sociales, manejan otros valores, deseos y sentidos nuevos, formas de relacionarse y placeres diferentes. El espacio digital, convertido en la nueva tierra. En el siglo xxi esta tendencia se ha generalizado aún más. Junto a las políticas de digitalización llevadas a cabo para acelerar la tardía industrialización del país, Corea se ha convertido en una potencia tecnológica. Sin embargo, el país tiene pendiente dos tareas para este siglo: la frecuente inestabilidad económica que padece a partir de la crisis financiera del año 1998 y el paro juvenil, problemas que obligan a volver la mirada a la realidad, pero una realidad en la que conviven lo real y lo virtual, y que, por tanto, cuestiona situaciones muy diferentes de las de las décadas setenta y ochenta.
      En una época como la actual, los poeta abarcan espectros líricos mucho más variopintos, que van desde lo rutinario y urbano hasta lo natural y ecológico; aunque hoy por hoy dominan los problemas de la vida diaria en las urbes, su consumo y desmedido placer por lo material ha llevado a que muchos poetas con sensibilidad se sientan desengañados y busquen respuestas en la contemplación del nihilismo. Choi Seung-ho, Ki Hyoung-do, Lee Mun-jae, Lee Kap-su, Choi Young-chul, Kim Ki-taek y Jeong Hae-jong describieron con gran claridad y dramatismo la desilusión que generan estas ciudades inmersas en la vulgaridad. Los poemas de Ki Hyoung-do, poeta de gran influencia en los años noventa, son una buena muestra de ello, pues carga las tintas de un lenguaje grotesco y aguado para reflejar el sinsentido de unas existencias tan banales.
      Muchos poemas de la época mostraron su antagonismo hacia la seducción que ejerce la cultura de consumo en las ciudades. Ejemplos claros de ello serían las obras de Ham Sung-ho, Jang Kyung-rin, Ha Jae-bong y Lee Seung-ha, además de Jang Jeong-il con sus Reflexiones sobre una hamburguesa, Ryu Ha con su Iremos a Apkujong-dong cuando sople el viento y Ham Min-bok con su poemario Promesas del capitalismo, donde se exhiben esos deseos humanos hinchados por el hambre, en un espacio cultural estéticamente materialista de la que afloran estos poemas con una profunda introspección crítica sobre el capitalismo.
      También los poemas de Kim Tae-hyung, Lee Won, Sung Ki-wan y Seo Jung-hak son productos de una reacción contra los mecanismos de una sociedad postindustrial, tan corrosivos para la cultura popular. Kim Sin-yong se interesa por la cara oscura de la postindustrialización, a primera vista siempre tan esplendorosa, y ofrece a través de su escritura, consuelo a los afligidos, cuando su mismo entorno era tan difícil como doloroso.
      Apareció una corriente poética en busca de un espacio lírico desurbanizado: los poemas ecológicos, donde las ciudades son descritas de manera grotescamente consumista. La contemplación de la naturaleza siempre ha sido algo inherente a la poesía, pero es mucho más significativa cuando nos enfrentamos a una situación de crisis, que conocemos como «era del capitalismo consumista», cuya reflexión se basa en la civilización urbana y en el egocentrismo humano, para reconocer la naturaleza, el medio ambiente y la ecología como horizontes más generosos. Los poemas ecológicos de la época se interesaron por temas muy variados: la naturaleza como una propuesta alternativa a la decadencia de la vida mundanal, testimonios de medios ambientes dañados, búsqueda de vidas más auténticas, cumplimiento de una ética ecológica o la poesía zen, con inclinaciones hacia el espiritualismo. Pertenecen a este grupo los poetas Kim Chi-ha, Chong Hyon-jong, Kim Kwang-Kyu, Jo Jeong-kwon, Choi Seung-ho, Ko Jin-ha, Kim Sa-In, Lee Mun-jae, Ko Jae-jong, Lee Yun-hak, Cha Jang-ryong, Park Hyung-jun, Lee Jeong-rok, Mon Tae Jun y Kim Keun.
      Kim Sa-In se dirige a lo hondo del paisaje y abraza a los desahuciados de la gran corriente del mundo, buscando proporcionarles un alivio al alma. El universo perdido está en el fondo del paisaje, donde reside la posible recuperación de la naturaleza humana. Mon Tae Jun es otro de los poetas reflexivos, con versos que fluyen como «profundos silencios aterciopelados» que fusionan el presente con antiguos recuerdos que remontan la inconciencia ecológica y se proyectan hacia la naturaleza, fuente de la poesía lírica. El poeta Kim Keun canta también la comunión entre la naturaleza y el ser humano, y lo hace con ritmos suaves, pero cargados de fuerza vital.
      Asimismo, destaca el papel de las poetizas, que por medio de la poesía, han trabajado por encontrar su identidad femenina. Las condiciones socio-culturales en las que se desarrollan los discursos de la posmodernidad y la estética de lo femenino, posibilitaron recuperar valores dañados e indagar sobre su verdadero sentido, un sentido de la feminidad desligado prácticamente de la maternidad y del machismo. Muchos de los poemas de Chun Yang-hee, Kim Seung-hee, Kim Hye-sun, Kim Jeong-ran, Hwang In-suk, Hu Su-kyung, Ra Hee-duk, Li Jin-Mieung, Choi Jeong-rye, Ann Heon Mi son esfuerzos líricos en los cuales, pese a la individualidad tan distinta de cada una de ellas, se exploran posibilidades de recuperar la alteridad femenina frente a un orden masculino y de redescubrir su propia ontología. La feminidad despierta el interés por el cuerpo y sus imágenes, tema recurrente que acaba desarrollando una particular estética para la lírica; pero también por las reflexiones sobre el razón-centrismo y la estética de la posmodernidad. Chung Jin Kyu, Kim Myong-In, Lee Chang-ki, Chae Ho-ki, Ryu Ha, Kim Ki-taek son algunos de ellos.
      Los imaginarios deseos de los poemas de Lee Seung-hun y Park Sang-sun, más un espíritu experimental, subversivo y, a veces, hasta destructivo llevaron a la poesía a una profunda renovación estética. A principios del siglo xxi, Hwang Byung-sung fue reconocido por sus poemas peculiarmente experimentales; Lee Byungryul, por su estética de la ambigüedad que tantea los recovecos de la verdad, ambigua al parecer, por entre los abismos más turbios de la realidad. Kim Kyung Ju, por la música, añorando tiempos y espacios irreales para este mundo, tiempos y espacios inalcanzables, mártires del lenguaje y de los ritmos de su poesía.
      Los escritores, en su condición de humanos, fueron también seducidos por la sociedad de consumo, por el lujo y los placeres, aunque muchos de ellos la criticaron desde el primer momento y dejaron claro su rechazo. En las novelas de Yun Dae Nyeong, Lee Sun-won, Kim Hoon, Kim Young-ha, Park Min-gyu aparecen personajes que son empedernidos consumidores de la cultura popular, gente libre que vive fuera del orden y de las costumbres sociales. Son nuevos estilos de vida y nuevos valores, pero vistos de forma negativa por lo banal y superfluo de sus condiciones.
      En ocasiones, la revisión crítica se lleva a cabo por la mitología, por ejemplo Yun Dae Nyeong, que en muchas de sus novelas, sea en Correspondencias sobre pescas de pez plateado, o bien en Cría de golondrinas, sus protagonistas, desesperados de la realidad, sueñan con regresar a los orígenes y a la primitividad de la existencia. Los personajes masculinos buscan el sentido de la vida con un personaje mediador que suele ser femenino, ansiosos de escapar de la vulgar vida diaria. La narrativa de Yun Dae Nyeong, centrada en la realidad y en su alejamiento de ella, en un viaje de retorno a la eternidad, destino al origen, regreso y descubrimiento del nuevo nacimiento, tiene una estructura monomitológica. Sus novelas han sido muy bien acogidas por los lectores. Sus impresionantes descripciones de la juventud, jóvenes de alma melancólica y mente deambulante, lo elevaron al liderazgo técnico y estético del mundo novelístico de la década de los noventa.
      Lee Sun-won, en su obra En Apkujong-dong no hay salida de emergencia, hace una crítica muy dura de la sociedad consumista, cuya alternativa, según el libro, está en la virtud y en la sabiduría de la vida tradicional. En otras novelas, como Susaek, motivos de sus sombras o en Reflexiones sobre una medusa, retrocede a épocas pretéritas en busca de la inocencia perdida. Kim Hon acentúa su tono humanista, meditando sobre las heridas históricas desde un punto de vista metafísico. El canto de la espada se basa en la crónica de un personaje histórico, pero esconde en el fondo una pregunta existencialista desesperadamente humana. En sus páginas, la historia es superada por la imaginación, pero una imaginación alimentada por la metafísica, pues Yi Sun-shin, personaje descrito con maestría por Kim Hon, muere para superar la misma muerte. Kim Young-ha y Park Min-gyu son los vanguardistas de la cultura. Kim Young-ha trata de vencer el dolor y la inestabilidad de la realidad, jugando con nociones culturales que recrean estilos diferentes, lejos de los manidos estereotipos. Sus personajes, que en general padecen de cierta vacuidad psicológica, experimentan alucinaciones debido a las crisis existencialistas que acarrean las sociedades consumistas y los ideales de la posmodernidad. Tengo derecho a destruirme es la historia de un pequeño diablillo de fines del siglo, que cree que la vida está más enferma que la muerte. Este personaje se salta los límites entre la realidad y la cultura, entre lo real y lo virtual, entre Eros y Tanatos, e intenta construir una pequeña fisura en la melancolía y el tedio contemporáneos. Park Min-gyu frecuenta también el mundo de la cultura popular y del deporte, en un intento de llegar a conocimientos que subviertan la narrativa, con argumentos capaces de sintetizar el delirio cultural. Su postura es de burla y crítica hacia los cánones generales y lo hace desde una visión minoritaria. En Pavana para una infanta difunta trata de dar sentido a verdaderas excusas imaginativas para llegar a una estética de la minoría. Una de las peculiaridades en la narrativa de esta época está en las aportaciones hechas por las escritoras. Shin Kyung-sook, Gong Ji-young, Eun Hee-kyung, Kim In-sook, Su Ha-jin, Jo Kyung-ran, Chun Gyeong-rin, Ha Seong-nan, Bae Su-ah, Kwon Yeo-sun, Yoon Sung-hee, Pyun Hye-young, Han Yujoo critican el orden y las costumbres de la sociedad machista, pero desde los deseos de una mujer. Sus novelas defienden la emancipación femenina por medio de protagonistas que buscan escapar del yugo familiar y realizarse como mujeres a través de la liberación sexual. Shin Kyung-sook es una de las escritoras con más personalidad estética. Sus obras son excelentes muestras de añoranza por lo inasequible o por amores no correspondidos, con un estilo en el que las sensaciones parecen notas musicales que se tensan para expresar lo inexpresable y alcanzar lo inalcanzable. Eun Hee-kyung recrea la problemática de las relaciones humanas dentro de las sociedades modernas a través de la visión delicada y serena de una mujer madura. Su interés mayor radica en qué hacer y cómo para conseguir una verdadera comunicación entre los sujetos.       Su primera novela, El regalo de ave, relata los «modos y las costumbres» que dieron sentido a la vida cuando la razón de la historia andaba sumergida en el escepticismo. También la obra Creen en el amor de Kwon Yeo-sun cuestiona las relaciones humanas, tan enrevesadas y llenas de heridas, para preguntarse por qué los seres humanos tardamos tanto en alcanzar la iluminación de las cosas. Entender el significado del amor después de separarse del amado significa agravar aún más las heridas. Las novelas de Yoon Sung-hee son obras de consuelo, obras en las que pretende comprender a los desvalidos sin consuelo, entender su sentido existencial de la vida. Sus textos no tienen una definida argumentación, pero están cargados de imágenes que provienen de sensaciones y de sentimientos que afloran con una fuerza inimaginable. Se ofusca en las heridas y en la desesperación de Der Einzelne para intentar sanar aquello que se mantiene incurable en la distancia. Pyun Hye-young adopta en sus obras un realismo de lo más grotesco, con imágenes catastróficas que impresionan hasta en este siglo xxi. Su intención de hacer cuanto más real la desesperación en la que vivimos, le obliga a poner en marcha una imaginación terrible, hasta el extremo de un hardcore, que, sin embargo, consigue que sus lectores experimenten la catarsis a través del terror, terror que suele ir acompañado de dosis de compasión. Por otra parte, Han Yujoo desafía la lengua en una época inundada de palabras. Su narrativa reacciona contra el mundo y el ser humano, contra una cultura repleta de palabras vacuas e historias, desesperada ella misma por la vulgaridad y la maldad que imperan en esta cultura en la que se escribe por mero artificio, sin requerimientos artísticos ni temáticos que exijan seriedad. Esta desesperación la lleva a indagar sobre el valor de una narrativa de carestía con un estilo que, a su vez, sea reflejo de las mismas carencias. Sus obras son de una gran originalidad en muchos aspectos. Reflexiona sobre las posibilidades del cuento, más que interesarse en contar algo, y cultiva la tensión en las palabras y en sus sentidos con murmullos monologados, en vez de crear diálogos elocuentes.
      Aún me quedan muchísimas más cosas que contar sobre la literatura coreana, pero si ustedes se animan a leer todas las obras incluidas en esta antología, comprobarán que sobran las palabras para darse cuenta de cuán atractiva es nuestra literatura, una literatura abierta que siempre se ha caracterizado por su interés en comunicarse con los lectores del mundo.

Traducción del coreano de Seong Cho-lim y Kwon Eun-hee

 

 

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