La infancia según Miguel Ventura, según Anthony Goicolea / Sergio Téllez-Pon

Ante la indiferencia del mundo
la infancia es diabólica,
tiene algo de perverso masoquismo:
una imaginación que no conoce los límites
produce juegos monstruosos.
Ingenuo quien crea en su inocencia:
en plena formación,
algunos aceleran su potencial de daño,
muy pocos su capacidad de ternura.

¿Por qué los juegos,
invariablemente,
terminan en lloriqueos estruendosos?
Y sin embargo, el que llora
quiere volver a jugar con su verdugo,
como quien se ha enamorado de su captor.

La infancia es siempre cruel,
sádica, ingenuamente sádica.

Nuestras conversaciones están llenas de sus silencios,
de largas pausas entre las que tropiezan mis palabras.

Sus silencios a veces son intermitentes,
en otras, son cada vez más prolongados.
Entonces nuestras miradas se encuentran
—forzosamente se encuentran en algún momento—
y algo indescifrable se comunican.

Pero cuando habla escucho con detenimiento,
sus palabras son afiladas, todo lo devastan.
Me queda la incertidumbre sobre si las habrá meditado antes.
Ahora sé que no pocas veces tengo miedo de sus palabras
porque dan en el clavo, su crítica es demoledora
y no tengo nada más que agregar.

 

 

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