Hubo un tiempo en que por acá no nos enterábamos mucho de lo que pasaba en Chile en lo que a música alternativa se refiere. Por cada sencillo de La Ley que se estrenaba en la radio, había discos enteros de otros artistas que pasaban inadvertidos —si es que pasaban por algún lugar fuera del país sudamericano. Menos mal que mtv nos dejó conocer el glorioso unplugged de Los Tres (uno de los mejores conciertos desenchufados que se han grabado en español para esta cadena) y la fina oscuridad de los primeros discos de Lucybell, pero entonces había que tener verdadera vocación de explorador musical para dar con otras propuestas igual de interesantes, como la de La Familia Chilenita del Funk: un conjunto de bandas de mediados de los noventa que se movían entre el rap, el rock y el feeling bailador de James Brown y George Clinton. Nombres como Los Tetas, Chancho en Piedra y Papa Negro se enmarcan en el recuerdo de una época que guardaba joyas auditivas para quien supiera dónde escarbar.
Y como a estas alturas ya es redundante ponerse a repasar las maneras en que internet cambió la forma de consumir música, sólo basta decir que, con lo fácil que es encontrar buenas canciones en estos días, cualquier melómano que se precie de serlo no tendrá pretexto para no conocer a esa ola de jóvenes chilenos que desde hace unos años están llevando sus propuestas por terrenos a los que sus antecesores directos ni siquiera se acercaron. Y, además, lo logran con una frescura y un sentido de la melodía que puede, en un futuro no muy lejano, traducirse en ese ideal por siempre buscado y pocas veces conseguido: música con identidad propia.
El grupo que mejor ejemplifica lo descrito en el párrafo anterior es Astro, un cuarteto formado en 2008 que cuenta con un ep (Le Disc de Astrou) y un disco homónimo que apareció a finales del año pasado. Darle play a cualquiera de sus canciones implica enfrentarse a una gruesa descarga de rock psicodélico y alegre hecho a base de sintetizadores, guitarras, beats electrónicos y una voz aguda que canta acerca de las cosas más aleatorias, como infiltrarse con orejas de plástico entre una camada de conejos. La riqueza de sonidos que maneja esta banda —si bien por momentos se siente sobrepoblada de ruidos por aquí y por allá— es consecuencia de la forma en que se asume la creación musical en estos tiempos, cuando los recursos digitales juegan a favor de una intención que va más lejos de la simple mezcla de ritmos electrónicos para ambientar las fiestas. Astro es una banda que hubiera cabido sin problemas en Avándaro 1971 o algún otro festival latinoamericano hippie; sin embargo, la manera que tienen de hacer canciones los coloca justo a la vanguardia del rock en español de 2012, cualquier cosa que ello signifique.
Un poco menos saturada de elementos, pero llena de inventiva muy prometedora, es la propuesta de Dënver, el dúo formado por Mariana Montenegro y Milton Mahan. Su disco Música, Gramática, Gimnasia (2010) abre con unos sintetizadores a ritmo de discoteca setentera, en una pieza instrumental que anuncia por dónde van los tiros: melodías en apariencia sencillas, digeribles y radiables, pero que denotan un sentido de la composición que coloca al pop de Dënver a años luz del pop plastificado que acostumbran a recetarnos los medios tradicionales. La adolescencia, con sus cuchillos y sus mieles, ha sido el tema omnipresente en las canciones del dúo desde ese 2005 en que iniciaron su trayectoria inspirados en la novela On the Road, de Jack Kerouac. Tal vez por ello es que la forma de cantar, tanto de Mariana como de Milton, las letras y los sonidos amigables, están impregnados de un sentimiento naíf que queda muy bien balanceado cuando aparecen los arreglos orquestales, el pop electrónico y el funk, con una sofisticación que no siempre se logra en los músicos de esta generación.
Con Gepe, esa corriente conocida como Nueva Canción Chilena deja de ser exclusiva de idealistas trasnochados para adquirir una frescura que se agradece. Daniel Riveros (su nombre real) es un solista que en el disco Audiovisión (2010) da una vuelta de tuerca al folclore latino al añadir beats, teclados y coros femeninos a las consabidas guitarras y percusiones del género. Las canciones de Gepe tienen una fuerza poética que las hace fácilmente reconocibles, y aunque oscilan entre estilos tan desiguales como el folk y el electropop, el disco se siente bien cohesionado de principio a fin. Cabe mencionar que en el séptimo track, «Lienza», se escucha la voz de Javiera Mena, autora de un álbum que hace un par de años la consolidó como una de las artistas a seguir en esta década: Mena, ese disco, hace gala de una sensibilidad pop y una finura que igual invita a disfrutarse con audífonos o en la pista de baile. Ajena a toda la ñoñería que caracteriza a muchas de sus contemporáneas hispanohablantes, Javiera Mena elabora un pop que va de lo sentimental a lo bailable con un dejo de audacia, a pesar de haber realizado en sus inicios una versión de «Yo no te pido la luna», de Daniela Romo. O tal vez precisamente por ello.
También con coros de Javiera Mena llega «Me gusta la noche», el primer sencillo de Adrianigual, que bien podría haberse incluido en alguno de esos compilados de Megadance en los noventa. Y si tendiéramos una línea partiendo de la crítica social que Los Prisioneros supieron colar con excelentes resultados entre su música despreocupada, seguramente acabaría en el disco Éxito mundial, de Adrianigual. Ese descontento juvenil que pasa a segundo plano los sábados por la noche, aparece aquí en medio de canciones que coquetean con el dance y el hip-hop, a base de letras directas y viscerales que retratan la decepción de estar inmersos en las dinámicas de una sociedad consumista: «donde antes vivía Matías, un rapper que ahora trabaja para una empresa construyendo casas que jamás podrá comprar», dice la canción «Bang Bang Bang». Así es como este dúo maneja un discurso que va del enfado ante la realidad, al olvido de todo, en cuanto se tiene la posibilidad de abandonarse ante la fiesta que propone este disco en su mayor parte.
Éstos son apenas algunos nombres de los artistas que están marcando la tendencia de la nueva ola chilena: una donde la música electrónica no es el fin sino el elemento que juega a favor de la canción; pero también por ahí está el rock más guitarrero de Protistas, el pop a lo Michael Jackson de Odisea y el rap de Cómo Asesinar Felipes, por mencionar otras propuestas que rápidamente van aumentando el grosor de una escena musical tan fértil como atractiva.