Hoy aparece una nueva esfinge;
su forma circunstancial
es la de un frasco de pepinillos agridulces
que examino al fondo del mercado asiático
donde la cajera de ojos rasgados confiesa que me ama
críptica
o subliminalmente
cuando me da el cambio y pronuncia
«Gracias por comprar aquí».
Yo decodifico con acierto
y contemplo por un instante
sus caderas angostas,
ese frasco en el que la orquídea de Darwin
—Angraecum sesquipedale—
se envasa al vacío.
Hay una pausa incómoda.
El crisol de razas espera ser
polinizado por mi probóscide.
¡30 centímetros de largo!
Vaya…
la mariposa esfinge de Morgan
—Xanthopan morganii prædicta—
tiene un cuerno enorme.
Darwin lo predijo:
donde hay una orquídea con un espolón de 30 cm.
hay un esfíngido aún no descubierto
con un cuerno de la misma medida,
ávido de hacer comercio.
Emerjo del trance y le ofrezco una respuesta:
«Gracias a usted», le digo,
y con sonrisa escuálida
le transmito que en verdad
me gustaría tirar mis dados en su cubilete
pero mejor otro día,
estoy en exámenes finales
y tengo que ir a la biblioteca
a investigar sobre un rey antiguo, tarado,
de lujuria triste y
resonante.