(Ciudad de México, 1955). Uno de sus últimos libros es Ansina (Vaso Roto, 2015).
Dicen que la Tante Blanche (al igual que su hermana, la abuela Victoria) casi nunca se reía, pero yo me la imagino de otra forma porque ella fue feliz en su vida secreta. Era la mujer señalada de mi familia, la Madame Bovary de su ciudad, unida a Flaubert, otro de sus autores predilectos. La meldadora, le decían, porque siempre estaba leyendo. Yo heredé su libro subrayado en un pasaje donde se describe a Emma Bovary:
Los apetitos de la carne y las melancolías de la pasión, todo se confundía en una misma congoja; y, en vez de desviar su pensamiento, lo fijaba más, excitándose al dolor y buscando para ello todas las ocasiones. Se irritaba por un plato mal servido o por una puerta entreabierta, se lamentaba del terciopelo que no tenía, de la felicidad que le faltaba, de sus sueños demasiado elevados, de su casa demasiado pequeña.
La casa de la Tante Blanche, según supe, era espaciosa, pero las paredes aprietan cuando queremos estar en otra parte. De lo mismo se quejaba Emma Bovary.
Me hubiera gustado conocer toda su historia por ella, no por esa abuela juzgona que me amargaba con sus regaños, la prefecta de mi casa, la mirada persecutoria de mi niñez. Siempre quiso que yo fuera quien nunca fui. Si me veía reír en exceso me regañaba por mis modales fuera de lugar, pero lo peor era si lloraba. «Vas a matar a tu madre con esos lagrimatorios. Asienta i faze algo de provecho. Deja este eskrividero».
—Y tú deja tus agujas.
—Prime ke te apronte un pulover para la eskola. Ven aka, janum. Vo a medirte las espaldas. Estas lanas son mui buenas, prime ke no lo piedras…
—¿Y si lo vuelvo a perder? Además, ahorita no me quiero probar el suéter que tejes y tejes. Puedes hacerlo como siempre, del mismito tamaño, no me lo voy a medir. Tengo mucha tarea, gracias, abuela.
—No lo puedo fazer komo siempre, porke kada dia estas mas godra, kulo de vaka se te faze por detras.
—Si yo tengo culo de vaca, ¿cómo lo tendrás tú? Tira tus tejidos, no quiero que me hagas nada.
—De kualo están avlando, janum?
—De tus hermanas.
—Ermanas ermozas tuve ama jazinas.
— ¿Jazinas? ¿De qué estaban enfermas?
—De el meoyo.
—Ah, estaban locas?
—Lokas, ama no komo tu, lokas buenas.
—Ah, me estás diciendo «loca» y además «mala»?
—Sos mala i sin edukasion.
Se me secaba la boca cuando me restregaba que ella era quien me daba los buenos ejemplos de educación, que su hermana era un bicho maldito y ahora resultaba que hasta era buena. Escuché un sonido que me sacó de allí. Subí los ojos. No había nadie, ni la abuela Victoria ni la Tante Blanche, ni los tejidos. Me sacudí las semillas atrapadas en el tejido de la ropa. Claro, de esperarse. Era la eterna caca de los pájaros que llueve desde mi niñez.