Juguetes / Arturo Carrera

    
     Quién hubiera pensado, antaño,
     que un día nos avergonzaríamos de las palabras,
    
     que por nombrar las cosas que son
     podríamos sentirnos culpables,
    
     que por decir, incluso
     «niñito»,
     uno podría sentirse culpable.
     Yves Bonnefoy
    
    
     i
    
     ¿Cuál,
     de todos estos lápices elegirías para la alegría,
     para el triunfo de unas vocecitas sobre otras que no
     conocés y que no hacen más que llamarte y
     llevarte hacia esa casa de sombra
     colmada de juguetes?
    
     Sin embargo, bastaría un instante para que
     la inteligencia de los besos impidiera hablarnos
     —¡pero no hablamos
     todavía!
    
     una emoción violenta, mínima
     pero fugaz, hace que otra memoria súbita
     se vuelva duradera.
    
     Yo escuchaba tu voz,
     pero no alcanzaba las palabras que decías;
     lo que querían decir —no que no te atendiera
     sino en otro balbuceo— adentro de otra burbuja
     que se henchía de otro límite,
     de otra memoria, de otro instante,
    
     ¿cuál? ¿de eso estamos
     hechos?
    
     Había otro ritmo que ínfimo auguraba
     una repetición que nos desconocía. Y allí
     estuve, en esa vía. Diciendo sin decir,
     hablando sin hablar
    
     ¿iba?
    
     Con ese balbuceo yo creo, insisto,
     ser real. Yo creo adelantarme a tu ternura y
     no sé nada de tu amor que se adelanta al mío.
    
     Entre esas casi palabras si no sílabas
     todos los abecedarios fracasan y fracasarían
     cabeceando en nosotros cuando te decimos
     cualquier frase que alude al sueño
     de este mundo todavía.
    
     ¿Cuántas nociones elegimos para confundirte,
     para atraerte,
     para embaucarte? Sin saber que somos nosotros
     los embaucados.
     ¿Quién conocía los mapas insolubles de Plotino,
     las manos regordetas con pocitos en el mármol, la voz
     de una niñita de la cantoría?; pero no queríamos
     nombrarte, niños fajados en los tondos de los Inocentes
     nos llamaban…
    
     Gritaste,
     ¡como
     una cantante!
     Porque de no decir, cantabas,
     imitabas ¿a qué? ¿a quién? ¿a cuánto?
    
     Y otra vez, con la partícula de un grito de un mandato sereno
     iniciás tu paseo con pasitos que van…
     hacia ninguna parte,
     hacia el olvido del ¿qué busco?
     ¿qué hago? ¿a quién llamo? ¿a quién respondo?
     ¿qué?
    
     ¿Cuánto «falta» para que un juguete «no hable»?
     Un presente
     reclama otro tiempo para que tu presencia no sea más
     que «esplendor».
    
    
     ii
    
     Te llamé «abejita» porque llevabas de un lugar a otro
     el polen de unas flores invisibles, el silencio
     de unas sombras brillantes que te miraban.
     Y hasta un pájaro, el del libro de los Upanishads,
     se asomaba para verte, para sentir tu paso muy
     dentro del fruto que él jamás probaría.
     Nombro cada uno de tus juguetes. Los bautizo
     sin miedo. Me llevan a despertarte,
     a conocerte, a sonreír de alegría ante la imitación
     del movimiento. ¿Quién vuelve de ahí?
    
     Después de todo será recuerdo
     todo el rumor que queda cuando te vas,
     polvillo de luces sin nombre y rachas
     de una oscuridad veloz entre
     órbitas tan mínimas como fugitivas.
    
     Pero ¿puedo acercarme?
    
     …caja de zapatos de niña
     adonde guardás un sapo de terciopelo.
     Y ese muñeco que se sienta y
     bebe de un vaso parecido a un chopp.
    
     ¿Cuánta cerveza tiene esa luz?
    
     ¿Y estas dos latas de polvo de hornear unidas con
     un hilo sisal que era nuestro teléfono? ¿Y esa vaca que al
     girarle la cola daba leche? ¿Y esas ranas de lata a cuerda
     que saltan junto a las gallinas que picotean un círculo
     de madera verde con granos amarillos?
    
     ¿Y los pibecitos Jugal que se besan incansablemente?
     ¿Y el burro azul que se hamaca en silencio,
     despacito…
     …tu preferido?
    
     Sin nombrarte ¿podré decir cuál otro? ¿Para que
     alguno de nosotros quepa en esa dimensión? ¿O para que
     seamos expulsados todos menos yo, como cuando
     tu sonrisita me incluye?
    
    
     iii
    
     Un artesano soy y sin embargo,
     no sé evocar la precisión en que han de encajarse
     cada una de tus pequeñas piezas. ¿Y no es
     como dice el sabio, que si no hubiese juguetes
     nos criaríamos repitiendo encuentros
     con gente de verdad?
    
     …y eran tus deditos
     lo que veíamos. Una pulserita de plástico
     con tu nombre y la hora
     de tu nacimiento —como si la dicha
     nos agendara.
    
     Cuánta sorpresa o cuánto deber
     porque no quisimos ser
     abuelos de la nada —saltamos
     en el desconcierto, cantando, agitando un
     trapo, una tela de ceniza,
    
     y el silencioso sonajero
     de la vida que colma.

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