(Ciudad de México, 1972). Autor de Anatomía de La Feria (UNAM, 2018).
Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande.
Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán. Es un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento,
un cielo azul y una laguna que viene y se
va como un delgado sueño.§
Nací el año de 1918, en el estrago de la gripa española, día de San Mateo Evangelista y Santa Ifigenia Virgen, entre pollos, puercos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos. […] soy el cuarto hijo de unos padres que tuvieron catorce […].§ El lote que duró más tiempo fue de 12, seis hermanos y seis hermanas, hijos de Felipe Arreola Mendoza y de Victoria Zúñiga de Arreola.◊ Primero fueron dos hermanas; luego nació mi hermano Rafael… un muchacho hermoso desde niño, rubio y de facciones muy finas. Después nací yo.
[Ella] era una mujer de sentimientos tan grandes, de actriz griega consumada […]. Tenía, mi madre, una nariz muy fina y un pelo que le nacía liso pero que a partir de los hombros se le ondulaba. Nunca olvidaré el color del pelo de mi madre. Paul Claudel decía que su hermana, Camille, tenía el pelo del mismo color, caoba, lo que los ingleses llaman royal mahogany. Sus labios eran delgados y sus ojos estaban finamente labrados.◊
Mis primeras impresiones en la vida son de infinito y de marea. […] En aquel entonces, y en aquellos pueblos, las criaturas recién nacidas, y hasta que cumplían varios meses, dormían siempre en el lecho conyugal, a un lado de su madre. Y esto es lo que jamás se me ha olvidado: el ritmo de la respiración de mi madre.◊
Adán vivía feliz dentro de Eva en un entrañable paraíso. Preso como una semilla en la dulce sustancia de la fruta […]. Como todos los dichosos, Adán abominó de su gloria y se puso a buscar por todas partes la salida. Nadó a contracorriente en las densas aguas de la maternidad, se abrió paso a cabezadas en su túnel de topo y cortó el blando cordón de su alianza primitiva.
Éste es el paraíso del cual fui expulsado, pero sólo fue el primer desprendimiento de otros que he sufrido en la vida. […] Contar mi vida podría quizás curarme de ese gran pecado, de esa gran maldad que representa el no haber olvidado ni perdonado nunca la separación de mi madre. […] Ése fue para mí el único paraíso perdido. No comparto con Rilke, Gide y otros, la idea de que la infancia es paradisiaca. […] Aunque, claro, recuerdo con agrado, aunque al mismo tiempo de manera muy vaga, algunos paseos en los que fui feliz, algunas ceremonias religiosas que me impresionaron.◊
Si camino paso a paso hasta el recuerdo más hondo, caigo en la húmeda barranca de Toistona, bordeada de helechos y de musgo entrañable. Allí hay una flor blanca. La perfumada estrellita de San Juan que prendió con su alfiler de aroma el primer recuerdo de mi vida terrestre: una tarde de infancia en que salí por vez primera a conocer el campo. Campo de Zapotlán, mojado por la lluvia de junio, llanura lineal de surcos innumerables. […] Tierra donde hay una laguna soñada que se disipa en la aurora. Una laguna infantil como un recuerdo que aparece y se pierde, llevándose sus juncos y sus verdes riberas…
[…] al entrar a la escuela como oyente, a los tres años de edad, tenía yo buena salud y era de buen comer. Era un niño gordito, poco gracioso, poco aderezado.◊
Tuve después un sarampión, y me pusieron a dieta durante la convalecencia. A media dieta se me ocurrió comerme un pedazo de queso añejo, y volví a caer en cama, con una fiebre intestinal. Entre el sarampión y la fiebre duré, mínimo, unos tres meses en cama […]. Mi padre, […] que no tenía prohibido visitarme, lo hacía dos o tres veces al día y en ocasiones se quedaba en la noche mientras mi hermana Helena dormía.◊
Yo solía acompañar a mi padre, que era un fifí, al sastre. Recuerdo mucho el jaboncillo, o greda, con el que los sastres señalaban en los casimires los cortes y las medidas para guiarse. […] Todo el calzado de mi padre […] era de piel, las chinelas de oscaria y los zapatos de charol o de glasé. Los botines de glasé tenían la parte de arriba de cabritilla, la piel de cabra nonata o recién nacida, que es muy fina, y se usa sobre todo en guantería. […] mi padre usaba siempre chaleco, que para mí fue después una prenda inevitable e insustituible.◊
Juan José el Tiernito, Juan el Malecho, Juanito el Recitador, niño de los chalecos color de otoño.
Y al cielo se fue mi hermana Margarita, cuya muerte me causó la pena más grande, total y devastadora que haya tenido yo jamás en mi vida. […]
Yo tenía 10 años de edad y era ya un germen de poeta. Lo sé, porque sentía ya la marea. Esa marea de la que habla Stephen Dedalus en el Retrato del artista adolescente de Joyce, y que no es otra cosa que la inspiración.◊
Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más o menos ilustres…§
Llevo en la memoria miles de nombres, como todos ustedes, sólo que yo puedo recordar en un instante seguido de memoria 100 nombres de pintores y de ajedrecistas, y 200 de ciclistas […].◊
[…] Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez.
Considero oportuno afirmar que yo soy un cristiano católico porque nací en ese mundo, el del cristianismo y el catolicismo, y en él quiero morir. Me defino como un occidental, porque soy heredero de las culturas occidentales que se reúnen en el crisol de Europa. Sin olvidar todas esas corrientes que se desprenden desde la manga de Tartaria y Siberia […]. Yo me siento un producto ínfimo y remoto, pero producto al fin, de ese magnífico crisol. Y me someto.◊
Cerradas las iglesias y los colegios religiosos, yo, sobrino de señores curas y de monjas escondidas, no debía ingresar a las aulas oficiales so pena de herejía. […] Y así, a los doce años de edad entré como aprendiz al taller de don José María Silva, maestro encuadernador, y luego a la imprenta del Chepo Gutiérrez. De allí nace el gran amor que tengo a los libros en cuanto objetos manuales. El otro, el amor a los textos, había nacido antes por obra de un maestro de primaria a quien rindo homenaje […].§
Mi hermano y yo íbamos al cine los domingos […]. Tanto Rafael como yo hicimos poco caso del cine norteamericano y nos volvimos asiduos maniáticos del cine francés. […] Y de pronto nos damos cuenta de la existencia de un individuo un tanto cuanto siniestro, de voz ronca que, era notorio, dominaba un tartamudeo. […] Se trataba, claro, de Louis Jouvet. […] Y nosotros, mi hermano Rafael y yo, nos sumíamos en nuestras butacas, fascinados, congelados ante aquella presencia mágica. […] de modo que cuando llego a Guadalajara, a los 16 años, ya tenía yo vistas cinco o seis buenas películas.◊
En la tienda de abarrotes de los Francisco Watanabe, en Guadalajara, comencé a trabajar en septiembre de 1934. Allí hice de todo: trabajé en el mostrador, en la bodega […].◊
El 1º de enero de 1937 llegué a la Ciudad de México para inscribirme en la Escuela de Teatro de Fernando Wagner. Para costearme mi viaje, había yo vendido una máquina de escribir Oliver, modelo 12, y mi escopeta Remington. […] A Wagner —aunque también tuve como maestros a Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli— le debo muchísimas cosas, pero sólo voy a mencionar dos: me enseñó a decir versos y a pronunciar la r, que se me dificultaba mucho […].◊
¿Qué vino a hacer a México en enero de 1937, con una mano delante y otra detrás, ese provinciano de 18 años? Vino a estudiar teatro. Estaba gritando: «Quiero ser actor, quiero dedicar mi vida a las tablas». Y sucedió lo que tenía que suceder […]: Arreola sedujo a medio mundo […]. ¿Y cómo se sostuvo Arreola en esos tiempos en que no existía Conaculta ni nada parecido? Muy simple: agarró una chamba de «abonero»; por las mañanas recorría de puerta en puerta las vecindades vendiendo zapatos «en abonos fáciles».‡
Años más tarde, a fines del 39 y principios del 40, escribí tres obras de teatro en un acto. Son farsas y se llaman: La sombra de la sombra, Rojo y negro, inspirada en Stendhal, y Tierras de Dios. […] Previamente a las farsas incursioné, como todos los jóvenes, en la poesía: produje unos poemas lamentables, pero muy armoniosos.◊
Después de la escuela de Fernando Wagner y mi encuentro con los refugiados españoles, regresé a Zapotlán —era el año 40— […]. En Zapotlán escribí mi primer cuento, «Sueño de Navidad», que no está recogido en Varia invención. Se publicó en el periódico local El Vigía, la Navidad del mismo año de 40.◊
Mi padre se fue el año de 39 a vender tepache a Manzanillo y el éxito fue fulminante. […] Desaparecida esta mínima empresa, […] decidió que ya era hora de que me fuera de Zapotlán a Guadalajara a trabajar en algo. Esto fue en la Navidad de 1942, […] tenía 24 años de edad. […] Sara y yo éramos novios y yo tenía un compromiso personal con ella. Sara también cambió mi vida. La había conocido en junio de ese año, 42, y muy pronto comencé a hacer planes para trabajar y poder casarme con ella. Pero mi estado de ánimo era muy confuso […]. Llegué pues en la víspera de la Navidad del 42 a casa de mi hermana Elena en Guadalajara. […] Tras una breve conversación, […] Jorge Dipp me dijo: «Vas a ser director de circulación de El Occidental desde el próximo lunes».◊
Una de las revistas que tuvo especial significación fue Eos, fundada por Arturo Rivas Sáinz en 1943 y que en julio de ese mismo año publicó «Hizo el bien mientras vivió», […] cuento de Juan José Arreola […]. Sobre Eos Arreola […] comentó […] que Rivas Sáinz fundó la revista «con la idea de que cada número consistiera en un texto monográfico. Había leído mi cuento […] y […] se atrevió a fundar una revista sólo para publicar[lo]».
A París fui gracias a Louis Jouvet.◊
[…] el caso es que Louis Jouvet sale de Francia en 1943 y llega a Guadalajara en 44, cuando yo sabía muy bien quién era él. […] Le hicimos un recibimiento en la estación y yo logré acercarme […]. Pero fue mi segundo asalto […] el más aparatoso. […] Jouvet, asombrado de todo lo que yo sabía de él, me dijo que estaban en medio de un ensayo, pero que me esperaba el domingo […]. Acudí a la cita puntual […]. Al despedirse, después de decirme que me parecía a Jean-Louis Barrault, me aseguró que yo iría a París […].◊
Dos años más tarde apareció Pan, fundada, y editada hasta el número cinco, por Arreola y Antonio Alatorre […]. Aunque con una corta existencia […], esta revista tiene especial relevancia, ya que en sus páginas se dieron a conocer los primeros textos de escritores que luego estarían entre los más importantes de las letras de México. […] se puede mencionar […] un «Fragmento de novela» y los cuentos «El converso» y «Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos», de […] Arreola; [y] «Nos han dado la tierra» y «Macario» [de Rulfo].
Si en este momento me pregunta alguien qué adjetivo, según yo, define mejor a Arreola, le contestaré: entusiasta. Ese Arreola que me cayó del cielo chorreaba entusiasmo. Ganaba un sueldo miserable en El Occidental, y jamás lo vi alicaído. Alguna vez, sí, preocupado, como cuando nació su primer retoño.‡
Sara Sánchez Torres fue como mi madre. Cuando dudé de ir a París, me dijo: «Qué tontería, Juan José. Vete tú con Louis Jouvet y si te va bien en París pues me escribes, o mandas por mí, o a ver qué sucede, pero tú no puedes dejar escapar esta oportunidad». Digo que en eso se parecía mi mujer a mi madre, porque la capacidad de mi madre para creer en mí era muy grande.◊
Ese viaje es un sueño que en vano trataría de revivir; pisé las tablas de la Comedia Francesa: esclavo desnudo en las galeras de Antonio y Cleopatra, bajo las órdenes de Jean-Louis Barrault y a los pies de Marie Bell.§
La aventura de París duró unos meses apenas (el porqué de la interrupción sería largo de explicar), pero Arreola nunca la ha olvidado.‡
Claudia, mi primera hija, nació en 45, a los nueve meses de casados. Fuensanta en 47, a los nueve meses de mi regreso de París, y Orso en 49. Mis tres hijos, además, nacieron uno en mi pueblo natal: Orso; otro, Claudia, en la capital de mi estado: Guadalajara, y el tercero, Fuensanta, en México, la capital de la República.◊
El 2 de mayo de 1946, ingresé al […] Fondo de Cultura Económica, cuyo director era don Daniel Cosío Villegas. Antonio Alatorre lo convenció para que yo entrara, pues don Daniel insistía en que el carro estaba completo […]. Mi siguiente paso fue traerme a México a Sara y a nuestra primera hija, Claudia.Þ
A principios del 47, don Alfonso Reyes me otorgó una beca en El Colegio de México para realizar un estudio dialectológico […]. Al final, pude renegociar […] un nuevo proyecto de investigación, un poco más real: la formulación de un vocabulario agrícola, ganadero y artesanal del sur de Jalisco, teniendo a Zapotlán el Grande como capital lingüística.Þ
Juan José Arreola y yo nacimos el mismo día, el mismo año, en el mismo sitio casi […]. Los dos nos iniciamos juntos en la carrera literaria. Yo lo considero a él mi maestro […]. Cuando […] lo conocí, su cultura era muy amplia. La mía apenas se iniciaba. Lo que nunca pude captar fue su estilo, ese estilo maravilloso. No porque esté él presente lo digo. Jamás pensé en superarlo siquiera, porque sabía que era imposible. Entonces, siguiendo una línea contraria, busqué la simplicidad.
Yo, en cambio, soy, más que nada, un barroco.◊
Después de tres años de corregir pruebas de imprenta, traducciones y originales, pasé a figurar en el catálogo de autores [del Fondo]: Varia invención apareció en la colección Tezontle en 1949.◊ Antonio Alatorre lo leyó cuando estaba a punto de irse a la imprenta, y le quitó 219 comas […].
Procedo en línea recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De allí mi pasión artesanal por el lenguaje.§ Considero […] que el lenguaje es una materia y que hay que trabajar con ella; que el deber inicial del escritor, como el del pintor, consiste en conocer y manejar sus materiales, que son, en este aspecto, físicos.◊
Creo en la materia, pero creo en la materia animada por el espíritu.◊
Para mí toda belleza es formal y, lo confieso, no puedo concebir su persecución sin el respaldo de un amor absoluto a la forma. […] La acusación tan reiterada que se me ha hecho de manierista, de amanerado, de filigranista, de orfebre, lejos de ofenderme, me halaga.◊
—[…] Orfila Reynal, sucesor de Cosío Villegas, nos puso a todos a trabajar, y como nos pusimos a trabajar en serio, pues a los pocos días, semanas o meses yo salí del Fondo disparado. […]
—[…] yo creo que sí se trabajaba mucho en el Fondo.
—[…] Bueno, es una denuncia que hago para las personas que pudieran suponer que yo he trabajado alguna vez.
En 1950 inicié mi trabajo como editor en la Ciudad de México, con el apoyo de un grupo de amigos […], coeditores de [esta] primera serie de plaquettes de Los Presentes. […] Mi idea editorial consistió en publicar obras breves escritas por los amigos, con un tiro aproximado de cien a ciento veinte ejemplares, impresos con buena tipografía sobre papel Corsican y forros en Fabriano, que fueran numerados y firmados por cada autor.Þ
En 1952, tenía yo integrado el original de mi libro Confabulario, con cuentos escritos entre 1950 y 1952. Se lo presenté a Joaquín Díez-Canedo, quien ya conocía algunos cuentos, con la idea de que los leyera y considerara la posibilidad de editarlo, en su calidad de gerente de producción del Fondo. Pasaron unos meses y Joaquín no me llamaba, por lo que decidí ir a verlo. […] Joaquín metió la mano y sacó de debajo de un altero enorme el original […]. Viendo mi cara angustiada, me dijo: «Arreola, tiene usted suerte […], Confabulario será el número dos de la nueva colección de Letras Mexicanas».Þ
Creo descreer del libre albedrío, pero, si me obligaran a cifrar a Juan José Arreola en una sola palabra que no fuera su propio nombre […], esa palabra, estoy seguro, sería libertad. Libertad de una ilimitada imaginación, regida por una lúcida inteligencia.
Borges dijo que la había pasado muy a gusto con Arreola y que en sus conversaciones éste le había permitido intercalar algunos silencios.
[A la primera serie de Los Presentes] siguió la que edité solo durante algunos años, desde 1954, y que me dio prestigio como editor. […] por esos años no había en México una editorial con las características de la mía y, desde luego, casi ningún editor que se atreviera a publicar autores desconocidos. […] Quise ser editor desde el principio de mi vida. En Los Presentes logré concretar una vocación […].Þ
La fundación del Centro Mexicano de Escritores por parte de la señora Margaret Shedd vino a enriquecer notablemente mi vida y trabajo de escritor. Por invitación de ella, firmé como testigo el acta notarial de creación del Centro; luego pertenecí al primer grupo de becarios en 1952 […]. Me inicié como maestro de redacción, en el taller que formó la señora Shedd, de manera simultánea a las becas del Centro. Allí se gestó mi vocación de maestro de talleres de redacción.Þ
Siendo secretario de Educación Pública, y debido a sus múltiples ocupaciones, Agustín [Yáñez] me propuso que me hiciera cargo de dos actividades que a él le importaban mucho y no podía atender: su seminario de creación literaria que impartía en la Facultad de Filosofía y Letras y el taller literario que ofrecía semanalmente. […] a partir del seminario que me heredó, inicié mi carrera como maestro en esa escuela, que culminó cuando don Javier Barros Sierra me nombró maestro de tiempo completo por oposición […].Þ
La compañía de teatro Poesía en Voz Alta surge de la propuesta que formuló a las autoridades universitarias la empresaria y actriz de teatro Marilú Elízaga […]. Recuerdo que Henrique González Casanova se enteró por medio de Rubén Vasconcelos de la propuesta […] y le aconsejó: «Mira, Rubén, el hombre indicado para atender esta propuesta es Juan José Arreola».Þ
A finales de 1958 retomé mi actividad como editor. Sentí que era un momento propicio para echar a andar una nueva editorial que se llamaría Cuadernos del Unicornio. […] Al mismo tiempo que la colección de los cuadernos, inicié la serie de Libros del Unicornio […].Þ
Bajo la carga, me siento caminar con pies ligeros, no obstante mis cuarenta años cumplidos.
[…] Bestiario, obra maestra de la prosa mexicana y española, no es un libro escrito: su autor lo dictó en una semana […].
Ya no recuerdo si la idea fue mía o de Vicente Leñero, Eduardo Lizalde o el propio Fernando del Paso, a quien treinta y cinco años después Arreola iba a dictarle en Guadalajara el primer tomo de sus Memorias. Sea como fuere, el 8 de diciembre, ya con el agua al cuello, me presenté en Elba y Lerma a las nueve de la mañana, hice que Arreola se arrojara en un catre, me senté a la mesa de pino, saqué papel, pluma y tintero y le dije:
—No hay más remedio: me dicta o me dicta. […]
Entonces, como si estuviera leyendo un texto invisible, el Bestiario empezó a fluir de sus labios: «La cebra toma en serio su vistosa apariencia, y al saberse rayada se entigrece. Presa en su enrejado lustroso, vive en la cautividad galopante de una libertad mal entendida».
Nadie se explicaba qué hacía esa casa abandonada en uno de los lugares más bellos del bosque [de Chapultepec]. Llegó un día en que el regente de la Ciudad […] se intrigó también por el abandono […] y descubrió que su dueña era la Universidad, por lo que decidió hacerle un atento llamado al rector […]. Henrique González Casanova y Rubén Vasconcelos me propusieron ante el rector como candidato a ocupar el puesto de director.Þ
Al poco tiempo, viajé a Cuba, en compañía de mi familia, para atender un taller de creación literaria. […] Se pensaba mucho [entonces], yo creo que demasiado, en la responsabilidad de los intelectuales como parte del proceso revolucionario. Ni mi persona ni mi literatura tenían cabida dentro de esa idea renovadora. Los críticos me juzgaron igual que los que en México me llamaron afrancesado y extranjerizante.Þ
En 1963 caí gravemente enfermo […]. En aquella ocasión, Elías [Nandino] me sacó a flote de una crisis que yo creía mortal, y como a los tres meses el doctor Conrado Zukerman me operó el píloro y el duodeno y me quitó medio estómago.
Durante la convalecencia […], me puse a ordenar mis papeles y me encontré con algunos textos de carácter biográfico que había escrito desde principios de los cincuenta […]. Pronto descubrí que aquellos textos eran parte de una novela […].Þ
[…] lo único que hice fue terminar el libro como pude […] me divertí mucho escribiendo párrafos, y de pronto decidí —en vez de hacer el desarrollo de principio a fin— utilizar sin ton ni son todos los fragmentos. Y al empezar a acomodarlos sobre una mesa, me decidí a escribir otros que hacían falta, y los intercalé, y en seguida los moví de lugar para dar una dinámica.
En marzo de 1964, pocos meses después de su publicación, La feria obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores. Integrado por Rodolfo Usigli, Octavio Paz y Francisco Zendejas, el jurado consideró que la novela de Arreola había sido el mejor libro publicado durante el año anterior, junto con Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, con el que compartió el reconocimiento.
Yo acababa de publicar un cuento en el suplemento cultural del Novedades y, por una rara casualidad, [Arreola] lo había leído e incluso, según me dijo, le había gustado. Me invitó entonces a que asistiera a su taller literario. […] De modo que el primer maestro que tuve propiamente fue Arreola, lo cual para mí significó la enseñanza del rigor, la economía y la depuración. Me hizo ver que todo texto es perfectible; tanto los breves como los extensos. […]
Si Arreola fue mi maestro, también lo fue, en épocas posteriores, de José Emilio Pacheco, de Vicente Leñero, de Alejandro Aura, de José Agustín, de Federico Campbell y de tantos otros. Él ha sido el maestro perfecto, el que vive enriqueciéndose con las más variadas experiencias y al mismo tiempo comparte generosamente sus riquezas con los demás.‡
Al Taller [Literario] de Juan José Arreola asistieron durante sus cuatro años de vida cerca de 50 escritores. El fruto de sus trabajos es la revista Mester, cuyo primer número apareció en mayo de 1964. […] En Mester publicaron setenta y tres autores […].
En febrero de 1966 recibí una invitación […] para dar unas conferencias sobre literatura mexicana y latinoamericana. […] durante poco más de mes y medio, recorrí las universidades y las ciudades de Bloomington y Purdue, Indiana; Urbana, Illinois; Madison, Wisconsin; Los Ángeles, Pomona y Berkeley, California; Albuquerque, en Nuevo México; Austin, Texas, y Nuevo Brunswick, en Nueva Jersey.Þ
Estando […] en Nuevo Brunswick […], decidí viajar a París. […] En las calles de París la primavera impuso colores […]. Tuve una sensación de alivio y bienestar al contemplar de nuevo la avenida de Champs-Élysées, no se parecía nada a lo que yo recordaba, era otro París el que me recibía y yo era otro también, este presente era luminoso, caluroso, amoroso.Þ
Entre otras actividades que realicé durante 1968, recuerdo una, tal vez la más grata, que consistió en la preparación de una antología de literatura universal, a la que una vez terminada le puse el título de Lectura en voz alta. Soñaba ver reunidos en una obra los poemas en prosa y los cuentos que leí de niño en los libros escolares […].Þ
En 1968 salí derrotado de la Ciudad de México, quebrado física, moral y económicamente. […] Volví a la casa paterna, hijo pródigo, llegué desnudo, con las manos vacías «como dos conchas huecas de palabras». […] En Zapotlán, a mil kilómetros del Distrito Federal, las cosas y la vida son diferentes. Los afectos recuperados, la presencia de mis padres y de mis hermanos me hicieron recordar los días de mi infancia y mi juventud. […] No contento con el espacio que tenía en la casa de mis padres, me construí una cabaña en las faldas del Cerro de la Barranca del Tecolote […].Þ
Por algún tiempo fuimos vecinos en Zapotlán —yo vivía en Pedro Moreno 119 y calle Caño, en Loma de Barro, a unos pasos de la Cruz Blanca— y lo veía salir a diario de su casa del bosque, montado en su Vespa Ciao.
[…] a propósito de uno de los mayores escándalos, el de Arreola metido a comentarista de deportes […], contaré lo que me dijo Ruy Pérez Tamayo: «¡Ese Arreola! A diferencia de los comentaristas de cajón, que todo el tiempo se desgañitan exhibiendo su profesionalismo, él nos descubre serenamente, ¡pero con qué entusiasmo!, el sentido profundo de la competencia entre dos grupos humanos; nos da una cátedra de filosofía del deporte».‡
«Éste es un día muy feliz en mi vida; tan feliz que ya no me importan los demás días», dijo ayer el escritor Juan José Arreola cuando se le preguntó su reacción al habérsele designado Premio Nacional de Letras 1979. «Es la más alta satisfacción de mi vida», reiteró. «Vino a colmar las ambiciones de lo que en un momento dado fue mi vocación: escribir.»
La razón por la que dejé de escribir es un misterio; yo digo que dejé de hacerlo porque empecé a hablar.
Premio Jalisco (1953); Premio Festival Dramático del inba (1955); Hijo Predilecto de Jalisco (1959); Medalla José María Vigil (1959); Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores (1963); Premio Azteca de Oro (1975); condecoración en grado de Oficial de las Artes y las Letras, Gobierno de Francia (1976); Premio Nacional de Periodismo e Información (1977); Premio Nacional de Ciencias y Artes (Lingüística y Literatura) (1979); Medalla Jorge Luis Borges, xiv Feria Internacionalw del Libro de Buenos Aires (1986); premio de la Universidad Nacional Autónoma de México en extensión cultural (1987); Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (1992); Doctorado Honoris Causa, Universidad de Colima (1996); Premio Internacional Alfonso Reyes (1997); Creador Emérito, Sistema Nacional de Creadores de Arte (1998).
Arreola se acerca al mostrador con los periódicos del día que han registrado la noticia de su galardón. Muestra El Occidental y Siglo 21 al dueño y a los empleados. Deberían regalarme mi botella por el premio, bromea Arreola. El maestro Arreola ya nos vino a presumir, dice uno de los empleados. Se los enseño para que sepan que ya tengo con qué pagarles, bromea otra vez. […] En Bancomer, Arreola repite la operación de La Europea. Muestra periódicos, ofrece como garantía el premio Juan Rulfo para el pago de sus deudas. […] Lo vi en televisión, maestro, comenta una secretaria. Quiero tomarme una foto con usted, pide uno de los gerentes. Una señora lo identifica y se acerca a felicitarlo. Arreola no la conoce, la saluda por protocolo y continúa la plática con los funcionarios del banco. Está feliz.
Mi vida familiar es sumamente amable. De hecho estoy en retiro. No hago nada más que ir al mandado por las mañanas. En la tarde estoy con la música. La lectura del día la tengo casi suprimida para defender la de la noche, que es la más nutritiva y necesaria para mí. […] Empiezo a comer mal, nada me cae bien. Pero en términos generales sí estoy viviendo una vida hermosa en estos años que llevo en Guadalajara, porque, como te digo, son años de retiro; no desempeño ninguna tarea. Soy director de la Biblioteca Pública de Jalisco, pero eso para mí es un hermoso símbolo porque yo me formé en esa biblioteca hace sesenta años, como lector.
Como Villaurrutia, tengo nostalgia de la muerte. Pero quiero morirme un poco en paz. Ordenar todos los objetos de mi conciencia, y no irme muy malquisto del mundo, sobre todo con las personas que tanto he amado. […] Lo importante es lograr que en la hora de la muerte, todos los hechos de la vida armonicen y se subordinen al acto final de conciencia. Que a través de una visión cónica, en lo más profundo se vea el primer acto de conciencia, simultáneo con el último.
Si camino paso a paso hasta el recuerdo más hondo, caigo en la húmeda barranca de Toistona, bordeada de helechos y de musgo entrañable.
Debemos hacer tablas con Dios, debemos hacer tablas con el prójimo, debemos hacer tablas al final de nuestra vida.
Soy un hombre feliz, y ni siquiera me amarga mi fracaso como escritor, no haber logrado lo que sé que debería haber logrado. Lo confieso: no lo logré por falta de heroísmo. Sólo escribí lo que se me daba como una granada, como un fruto lleno de granos preciosos que sólo tenía que abrir y probar.
(Una vez que las notas de la canción de cuna se han extinguido, dice frío, implacable, cortés y profesional.) Señoras y señores, con su permiso, / vamos a cerrar otra vez el paraíso… (Desenvaina una espada de fuego, luz de Bengala, en la oscuridad total.)
telón
* Este collage hizo las veces de guion curatorial de «Una feria para Juan José Arreola», exposición biobibliográfica que se presentó en el Patio de Escritores de la Biblioteca de México en 2018 con motivo del centenario del nacimiento del escritor. La mayoría de los fragmentos, así como las viñetas de Vicente Rojo, recogidas de La feria, se reproducen con la autorización de los titulares de los derechos. Muchas gracias a cada uno de ellos. Gracias también a Alfonso Zárate y Cynthia Bernal por las versiones digitales de las viñetas. Utilizo el resto de los fragmentos tras intentar contactar a los autores, sin éxito, o bajo la figura de uso legítimo, a manera de citas. Salvo donde se indica con llamadas numéricas, los fragmentos provienen de las siguientes fuentes:
◊ Memoria y olvido: Vida de Juan José Arreola, de Fernando del Paso, México, Fondo de Cultura Económica, 2003 (Fernando del Paso, Memoria y olvido: Vida de Juan José Arreola, © Fernando del Paso, 2005 y Herederos de Fernando del Paso).
Þ Orso Arreola, El último juglar: Memorias de Juan José Arreola (edición electrónica), México, Jus, 2015.
§ Juan José Arreola, «De memoria y olvido», Confabulario, en Obras, México, Fondo de Cultura Económica, 1995.
‡ Antonio Alatorre, «Juan José Arreola», El Colegio de México: Boletín Editorial (México, D.F.), número 160, noviembre-diciembre de 2012.
Todas las fotografías (salvo la de Louis Jouvet [Jac. de Nijs / Anefo, Louis Jouvet en Knock, 6 de marzo de 1950, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Louis_Jouvet_1950.jp]) pertenecen al archivo fotográfico de Orso Arreola, tal como se indica al pie de cada una. Mi más sincero agradecimiento a él y a su hija, Sara Arreola Cuenca, por su trato amable y generoso y por el permiso de multiplicar a Arreola tanto en palabras como en imágenes.
- Juan José Arreola con Fernando Díez De Urdanivia, «Cómo hablan los que escriben», en Efrén Rodríguez, Arreola en voz alta. México: Conaculta, 2002. Página 304.
- Juan José Arreola, «Tú y yo», Bestiario, en Obras. México: Fondo de Cultura Económica, 1995. Página 401.
- Juan José Arreola, La feria, en Obras. México: Fondo de Cultura Económica, 1995. Página 97.
- Jorge Luis Borges, «Funes el memorioso», en Ficciones – El Aleph – El informe de Brodie. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1993. Página 53.
- Eduardo Cerecedo, «Eos y Pan, senderos de Juan José Arreola». Tierra Adentro (México, D.F.), número 93, agosto-septiembre de 1998. Página 76.
- Eduardo Cerecedo, «Eos y Pan, senderos de Juan José Arreola». Tierra Adentro (México, D.F.), número 93, agosto-septiembre de 1998. Página 76.
- Juan Rulfo con Armando Ponce, «Arreola recibió el Premio Juan Rulfo en la fil de Guadalajara: En 1981, Rulfo lo reconoció como su maestro». Proceso (México, D.F.), 5 de diciembre de 1992. Consultado el 26 de agosto de 2018 en https://www.proceso.com.mx/160624/arreola-recibio-el-premio-juan-rulfo-en-la-fil-de-guadalajara-en-1981-rulfo-lo-reconocio-como-su-maestro.
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