Jerusalén en el imaginario de intelectuales iberoamericanos / Leonardo Senkman

El Premio Jerusalén —o Premio Jerusalén por la Libertad del Individuo en la Sociedad (Jerusalem Prize for the Freedom of the Individual in Society)— es un galardón literario que la Alcaldía de esa ciudad otorga cada dos años a intelectuales cuya trayectoria y obra destacaron por su lucha en pos de la libertad en sus respectivas sociedades nacionales y en el mundo. Viene entregándose desde 1963 en el marco de la Feria Internacional del Libro de Jerusalén, y lo han prestigiado escritores de fama internacional como Eugène Ionesco, Simone de Beauvoir, Isaiah Berlin, Graham Greene, Milan Kundera, António Lobo Antunes, Susan Sontag y Arthur Miller, entre otros. Los escritores iberoamericanos premiados hasta ahora han sido Jorge Luis Borges (1971), Octavio Paz (1977), Ernesto Sabato (1989), Mario Vargas Llosa (1995), Jorge Semprún (1997) y Antonio Muñoz Molina (2013).
¿Qué figuraciones se hacen estos escritores iberoamericanos sobre los judíos, el acervo espiritual del judaísmo, la cultura y la sociedad israelí? ¿Qué representaciones se hacen de los dilemas de la guerra, la paz y del futuro del conflicto israelí-palestino? ¿Cómo han reaccionado algunos de estos intelectuales ante el prejuicio y la violencia simbólica del boicot cultural antiisraelí?

Jorge Luis Borges fue el primer escritor latinoamericano galardonado en 1971. No se ha conservado su discurso de agradecimiento, pero esta ausencia la compensan con creces los textos y alocuciones del gran escritor argentino sobre Israel y su cultura, antes y después del premio, además de los ensayos publicados acerca de la relación de Borges con el judaísmo, con los textos bíblicos y místicos y con Israel (1).
En Ensayo autobiográfico, Borges afirma, luego de haber recorrido Israel durante su visita en 1969: «Volví con la convicción de haber estado en la más antigua y la más joven de las naciones, de haber venido de una tierra viva, alerta, a un rincón medio dormido del mundo» (2). En el reportaje que le hizo la revista Raíces en vísperas de viajar a recibir el Premio Jerusalén, a la pregunta de qué representaba para él esta distinción, Borges contestó: «Es estar en el sitio más antiguo del mundo, y a la vez en el más nuevo y viviente. Un lugar tan abarrotado de tiempo, pasado y actualidad, que al volver a Buenos Aires tuve la impresión de haber pasado de la vigilia al sueño; no, al sueño es demasiado: a la siesta» (3).
En 1969, Borges le confió a Bernardo Ezequiel Korenblit, de la Sociedad Hebraica Argentina:
Cuando fui invitado por el gobierno de Israel, sentí en primer término esa sensación de volver a un manantial, a un manantial sagrado […] cuando supe que esos nombres, esos sonidos del Antiguo y del Nuevo Testamento, ya no serían nombres y sonidos para mí, sino que se convertirían en imágenes […]. Alguien dijo que Francia es una idea necesaria a la civilización. Yo digo que Israel no sólo es una idea necesaria a la civilización, sino que es una idea indispensable (4).

El viaje en 1969 no fue el primero que realizó Borges a Israel. En 1958 ya había sido invitado por el primer ministro Ben-Gurión en reconocimiento a su prestigio literario, además por su solidaridad con Israel. El primer texto de Borges, «Testimonio argentino: Israel», apareció en el número especial de la prestigiosa revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, dedicado a la cultura y literatura israelíes (5).
En 1966 fue invitado a integrar la comisión directiva de la Casa Argentina en Israel-Tierra Santa (6). Un año después, el Israel combatiente durante la primera jornada de la Guerra de los Seis Días mereció un poema, ya tan famoso como el otro que Borges le dedicó al triunfo fulminante al final de esa contienda bélica —luego de la incertidumbre en el inicio, que también angustió al poeta.
El primer poema, «A Israel», Borges lo inicia interrogando sobre una presentida biografía de sangre compartida entre el poeta y el destino de Israel en peligro:
¿Quién me dirá si estás en el perdido
Laberinto de ríos seculares
De mi sangre, Israel? ¿Quién los lugares
Que mi sangre y tu sangre han recorrido?

Los dos versos finales del poema auguran la victoria para defender lo que Borges creía ver en el Estado de Israel amenazado, esa empalizada «sagrada» que preservaría al occidente judeocristiano de su destrucción:
Salve, Israel, que guardas la muralla
De Dios en la pasión de tu batalla (7).

En el segundo poema, «Israel», de 1969, Borges epitomiza el tránsito del judío escarnecido en el destierro del Galut en el valeroso guerrero que triunfa en la guerra para defender no sólo su existencia nacional amenazada, sino también la de Occidente, tropo que persistirá en otros textos borgianos. El final del poema condensa este tránsito:
un hombre condenado a ser el escarnio,
la abominación, el judío,
un hombre lapidado, incendiado
y ahogado en cámaras letales,
un hombre que se obstina en ser inmortal
y que ahora ha vuelto a su batalla,
a la violenta luz de la victoria,
hermoso como un león al mediodía (8).

Ahora bien: en el imaginario borgiano, los antiguos judíos inermes de la Diáspora son convertidos en ciudadanos-soldados del nuevo Israel; tal metamorfosis viene acompañada de una imagen no sólo espartana sobre el hebreo israelí. Borges poetiza el mandato sionista de borrar todo vestigio de nostalgia de diásporas seculares, estetizando el deber de olvidar la lengua de los padres a fin de que sus hijos hebraizados sean capaces de hablar la lengua del Paraíso.
Borges finaliza un tercer poema, «Israel, 1969»,con los siguientes versos emblemáticos en imperativo, que blindan y transforman la añeja promesa al judío de la tierra prometida, ahora prometida y destinada a la batalla:
Israel les ha dicho sin palabras:
olvidarás quién eres.
Olvidarás al otro que dejaste.
Olvidarás quién fuiste en las tierras
que te dieron sus tardes y sus mañanas
y a las que no darás tu nostalgia.
Olvidarás la lengua de tus padres y aprenderás la lengua del Paraíso.
Serás un israelí, serás un soldado.
Edificarás la patria con ciénagas; la levantarás con desiertos.
Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca.
Una sola cosa te prometemos:
tu puesto en la batalla (9).

 

El Premio Jerusalén 1977 fue otorgado a Octavio Paz, quien, en su discurso, titulado «Exaltación de la libertad», atribuía al antiguo Israel el haber aportado a la humanidad la doble idea de libertad e historia:
Al enfilar el avión hacia Jerusalén, volví a comprobar la correspondencia de mis movimientos con la orientación de mi pensamiento: regresaba al origen, al lugar donde la palabra humana y la divina se enlazaron en un diálogo que fue el comienzo de la doble idea que ha alimentado a nuestra civilización desde el principio: la idea de libertad y la idea de historia. Ambas son inseparables de la palabra judía y, especialmente, de uno de los momentos centrales de esa palabra: el Libro de Job. Con el diálogo entre Job, sus amigos y Dios, comienza algo que después se prosiguió en otras tierras y ciudades —Atenas, Florencia, París y Londres—, algo que todavía no termina y que hoy ha regresado al lugar de su nacimiento: Jerusalén, «la ciudad de las hermosas Colinas», como la llamó Yehuda Ha-Levy, que no llegó a verla con los ojos de la carne pero que la contempló con los ojos de la imaginación. Jerusalén, la antigua ciudad de la palabra, ahora se ha convertido en la ciudad de la libertad (10).

Muy curisoamente, Octavio Paz descubre el fundamento de la libertad no en la tradición libertaria y rebelde de los profetas de Judea (que tanto inspiró al exiliado español León Felipe), sino en la vindicación del Job bíblico por el carácter irreductible y singular de su ser, al mismo tiempo único y desdichado. «Job reclama el reconocimiento de su particularidad, y en esa exigencia, simultáneamente justa e insensata, reside el fundamento de la libertad y su carácter indefinible: la libertad es lo particular frente a lo general, la partícula de ser que escapa a todos los determinismos», afirma Paz (11).
Borges también se interesó por el destino de Job, pero básicamente porque percibía en la historia del antihéroe bíblico el modo en que se conectaba el enigma de su existencia con una literatura de símbolos enigmáticos que para algunos críticos, como Edna Aizenberg, prefiguraría futuros textos del género fantástico y una imaginación mitopoética tan afín al argentino (12). A diferencia del abordaje ideico y filosófico de Octavio Paz al Libro de Job, Borges identificaba ese discurso lógico y abstracto con lo griego, mientras que el pensamiento con metáforas de personajes como Job lo asociaba a la imaginación hebrea (13).
Ahora bien: no es por azar que el gran ensayista mexicano de El laberinto de la soledad haya elegido a Job entre todos los personajes bíblicos a fin de meditar sobre la singularidad histórica de Israel, país que también reclama el reconocimiento de su particularidad colectiva contra todos los determinismos. Afirma Paz en su discurso:

La libertad no es una esencia ni una idea en el sentido platónico de estas palabras, porque es, como no se cansa de repetirlo Job, una particularidad que dialoga con un determinismo y que, frente a él, se obstina en ser distinta y única […]. Y la historia es el lugar de la manifestación de la libertad […]. La historia no es una filosofía ni puede extraerse de ella una filosofía, salvo la filosofía antifilosófica de lo particular y lo imprevisible —la filosofía de la libertad. El caso de la historia moderna de Israel ilustra de un modo insuperable lo que acabo de decir. Nuestro siglo ha sido y es un tiempo sombrío, inhumano. Un siglo terrible y que será visto con horror en el futuro —si los hombres han de tener un futuro. Pero también hemos sido testigos de momentos y episodios luminosos. Uno de estos momentos fue el de la fundación de Israel; otro, el del combate por la existencia y la independencia de esta nueva nación; otro más, la unificación de Jerusalén y su actual renacimiento cívico y cultural (14).

La exaltación de la libertad de Paz no podía terminar sin un llamado a una solución justa al conflicto israelí-palestino, y en la que tengan cabida las legítimas aspiraciones de los distintos pueblos y comunidades, «sin excluir a las de los palestinos». Sin embargo, Paz recordaba que sería «un error histórico dividir nuevamente a Jerusalén». Más aún: la exaltación del «ejemplo israelí» constituye la coda en su discurso:
Termino: la historia no demuestra: muestra. La lucha de Israel por su existencia y su independencia no se resuelve en una doctrina o en una filosofía política o social. Israel no nos ofrece una idea sino algo mejor, más vivo y más real: un ejemplo (15).

 

Ernesto Sabato, Premio Jerusalén 1989, retomará la palabra en el umbral donde Paz se detuvo. «La función de la literatura es comunicar el saber trágico», tituló su discurso de agradecimiento. Aunque toda la profunda reflexión del famoso autor argentino de Sobre héroes y tumbas estuvo consagrada a la crisis de la contemporaneidad y al desamparo de hombres y mujeres en un mundo desilusionado por las promesas incumplidas de la razón y la ciencia, el intelectual humanista habló esperanzado de que la paz pusiera fin al saber trágico del conflicto que ensangrienta Tierra Santa. Ya habían sido traducidas al hebreo tres de las más importantes novelas de Sabato, quien entonces era reconocido en Israel, como en todo el mundo, por haber encabezado valientemente la Comisión Nacional por la Desaparición de las Personas, en la transición del terrorismo de Estado a la democracia argentina renovada. Además de sus méritos literarios, Sabato mereció el Premio Jerusalén (el jurado estuvo compuesto por Aba Eban, el profesor Shimon Zandbank y el escritor Aharon Appelfeld) como mérito a su figura emblemática de defensor de los derechos humanos y su concepción trágica de la vida. No extraña, pues, su reclamo de la paz, causa a la cual dedicó el premio. 
Ha sido para mí un altísimo honor recibir el Premio Jerusalén, de prestigio en el mundo de las letras. Pero también ha sido motivo de una profunda emoción por provenir de esa justamente llamada Tierra Santa, vinculada tan entrañablemente a la historia espiritual y al destino de la humanidad. Desde lo más profundo de mi corazón ansío que en este territorio sagrado pueda reinar por fin la paz, y que los dos pueblos hoy separados y enfrentados puedan convivir armoniosa y fraternalmente, concretando sus anhelos nacionales y sus destinos históricos. A ese ideal dedico el premio que hoy se me concede (16).

La posición de Sabato ante el conflicto árabe-israelí ya la había reiterado luego de su visita a Israel en 1969 como invitado de un comité internacional para la preservación de Jerusalén. A su regreso, afirmó en la conferencia titulada «Mis impresiones sobre mi viaje a Israel»:
Hay que partir de un hecho irreversible: el pueblo judío tiene derecho definitivo a su Estado. Cualquier declaración como la de Nasser, en que se pide su destrucción, debe ser rechazada sin discusión. El pueblo judío ha ganado el derecho a ese Estado a sangre, sudor y lágrimas. Pero hay un millón o más de palestinos que han tenido que abandonar sus hogares. Yo no puedo ver con indiferencia el destino de estos seres humanos pobres y desamparados. No se puede iniciar nada importante y mucho menos en el Estado de Israel, que tiene un significado tan trascendente, sobre la base de la injusticia y el dolor (17).

También se expresó de modo similar en vísperas de su participación en un comité de intelectuales por la Universalidad de la unesco, reunido en marzo de 1975 en París para interceder en el conflicto que excluyó a Israel del Grupo Regional Europeo.
Quiero dejar bien establecido que, al menos para mí, y seguramente para intelectuales como Sartre o Simone de Beauvoir, este repudio que hacemos no signiifica en modo alguno tomar partido por Israel contra los pueblos árabes en el gravísimo conflicto del Cercano Oriente. Y mucho menos contra el desventurado pueblo palestino. Lo he dicho en muchas oportunidades: sin justicia para ese pueblo no habrá paz. Lo que aquí se repudia es que el Estado de Israel haya sido excluido de un organismo que se fundó sobre el respeto de las ideas, la difusión de la cultura y la educación, por encima de cualquier vicisitud política […]. La exclusión de Israel, de confirmarse, es un episodio que invalidaría los fundamentos mismos de la unesco (18).

Sabato creía no sólo en la singularidad histórica de la experiencia israelí: también valoraba al kibutz como un «experimento trascendental»:
La experiencia del kibutz es el experimento más trascendental que ha emprendido la humanidad. Y éste es otro de los motivos para pensar que el Estado de Israel está adquiriendo un significado trascendente. El kibutz es una comunidad a la escala del hombre, que permite que siga siendo un ser de carne y hueso y no un número en una sociedad abstracta, un engranaje en una maquinaria estatal, como es la realidad norteamericana o la rusa. Es la posibilidad de establecer una comunidad en que los seres humanos dialoguen entre sí, que tengan nombre y apellido. Una comunidad donde se puede establecer la relación entre el yo y el tú, como diría Martin Buber, donde la justicia social realmente existe, donde prácticamente se ha realizado el ideal de los viejos comunistas anárquicos, en el más noble sentido de la palabra (19).

 

Desde la recepción del Premio Jerusalén en 1995, meses antes del asesinato del primer ministro Itzjak Rabin, el escritor hispano-peruano Mario Vargas Llosa se contaba entre los intelectuales amigos más entusiastas de Israel por las perspectivas abiertas a partir de los Acuerdos de Oslo. Pero luego del derrumbe de esas esperanzas con el magnicidio y la irrupción del terrorismo de la segunda Intifada, Vargas Llosa radicalizó su crítica a la política de los gobiernos de la derecha israelí. Sin embargo, nunca dejó de cumplir su promesa de seguir siendo un amigo del pueblo de Israel. Esa promesa ya la había enunciado en el discurso de agradecimiento del premio en 1995:
Los pioneros sionistas […] no sólo querían construir un país, crear una sociedad segura, libre y decente para un pueblo perseguido. Soñaban también con trabajar hombro a hombro con sus vecinos árabes para derrotar a la pobreza y emprender, juntos, en la amistad, con todos los pueblos de esta región, la más rica en dioses, religiones y vida espiritual que haya conocido la civilización humana, la lucha por la justicia y la modernidad. En la convulsionada etapa que ha vivido Israel desde su independencia, este aspecto del sueño quedó disuelto entre los nubarrones de la confrontación y la violencia. Pero ahora, en la difícil aurora de la paz, aquella noble ambición vuelve a asomar, por detrás de los montes de Edom, en ese cielo límpido que desconcierta tanto al forastero que llega por primera vez a Jerusalén y siente, ante la luminosidad que lo recibe, en la delicadeza translúcida que baja desde lo alto, una sensación extraña, como el roce de alas invisibles que sentimos al contacto de la gran poesía (20).

Diez años después, Vargas Llosa publicaría un libro muy crítico a la política de seguridad israelí, titulado Israel / Palestina, Paz o Guerra Santa: conjunto de reportajes, conversaciones libres, monólogos desordenados, frases sueltas, además de las propias impresiones del autor tras quince días de recoger testimonios de palestinos de la Franja de Gaza y los territorios ocupados de la Cisjordania, y de israelíes militantes en el campo de la paz.
Vargas Llosa ya había visitado Israel durante un mes en 1975, y confraternizó con israelíes del campo pacifista y progresista a un grado tal que, por su influencia, afirmaría en varias ocasiones posteriores: «El único país del mundo donde me siento “de izquierda” es en Israel». La crítica del escritor peruano al maniqueísmo y sectarismo de la izquierda latinoamericana («esa izquierda hemipléjica latinoamericana que condenaba a los dictadores si eran de derecha, pero los adulaba y bañaba en incienso si se proclamaban comunistas como Fidel Castro») era bien conocida, y estaba nutrida por sus posturas políticas afiliadas a la derecha neoliberal.
Curiosamente, esta visión del liberal Vargas Llosa durante su visita a los territorios palestinos ocupados en 2005 se lee a través de la lente de un reportaje político de escritor de izquierda. Ahora bien: las confesiones personales de Vargas Llosa sobre sus contactos con el campo israelí de la paz, en algunas secciones de Israel / Palestina, lo retratan como auténtico amigo de Israel —no enemigo, como muchos lo catalogaron después de publicar sus críticas a la política oficial de Israel respecto a los palestinos.
Transcribo un fragmento del capítulo titulado, muy significativamente, «Los justos», en el mencionado libro de reportajes:
Para mi sorpresa, la primera vez que fui a Israel, en 1974 o 1975, descubrí que yo, pese a todo, seguía siendo de izquierda. Llevaba ya buen número de años criticando el sectarismo y la cerrazón ideológica de una izquierda que defendía el populismo y se negaba a aceptar que el estatismo y el dirigismo no sólo arruinaban la economía y condenaban a la pobreza a una sociedad, sino hacían proliferar la corrupción, instalaban la censura intelectual y de prensa, y acababan por suprimir hasta el último resquicio de libertad […] Pero, en aquel mes que pasé en Israel, descubrí una izquierda que carecía de las taras dogmáticas, anacrónicas y reñidas con la libertad, de la izquierda en América Latina y en Europa. Allí, la izquierda, por lo menos en el amplio grupo de israelíes que la representaba con el que tuve ocasión de alternar (¿qué habrá sido de mi compañero de viaje por el Neguev, Julio Adín…?), todavía actuaba movida por razones más morales que ideológicas, era profundamente democrática —tolerante, pluralista, antiautoritaria— y entendía que su primera obligación no era capturar el poder de cualquier modo, sino criticarlo, limitarlo y corregir sus estropicios. Por las particulares características de la historia de Israel, allí, la izquierda, que denunciaba los abusos contra los árabes y militaba a favor de la paz y el abandono de los territorios ocupados, y por la democratización del Estado israelí, había conservado aquel idealismo libertario y el sentido ético de la política que a mí, de joven, me habían seducido tanto. Desde entonces, las cinco veces que he vuelto allí he confirmado esta impresión inicial y por eso siempre digo que el único lugar en el mundo en el que, pese a mis convicciones liberales, todavía me siento de izquierda, es Israel.
Esta vez, más que las otras. Pese a que, lo que merece el nombre de izquierda se ha reducido en Israel a su más mínima expresión, acaso apenas a unos pocos centenares de «justos», en el sentido en que usaba esta palabra Albert Camus. Un puñado de mujeres y hombres excepcionalmente íntegros y valerosos, que dan una batalla política, intelectual, cultural y periodística poco menos que quijotesca, porque el grueso de la sociedad se ha ido enquistando más y más, sobre todo a partir del año 2000, cuando el fracaso de Camp David, el inicio de la segunda Intifada y la proliferación de los atentados terroristas del islamismo fundamentalista contra blancos civiles, en un conservadurismo nacionalista, chauvinista y xenófobo, con una fuerte impronta religiosa. Nada da una idea más cabal de esta derechización extrema de Israel que imaginar que las próximas elecciones enfrentarán, prácticamente como únicas estrellas, a Ariel Sharon y Benjamín Netanyahu. Amos Oz tiene razón: el surrealismo no está en Israel en la literatura, sino en la política (21).

 

Jorge Semprum, Premio Jerusalén 1999, tituló su discurso de agradecimiento «Entre utopía y realidad», un entramado de reflexiones y preguntas cardinales que atañen al pasado espiritual del pueblo judío, pero también a los acuciantes dilemas de negociar una salida al conflicto israelí-palestino:
Sin duda podríamos hallar en la Biblia o, sin ir tan lejos, en la novela de anticipación de Theodor HerzI, Altneuland, pasajes y descripciones que justificaran ideológicamente nuevos barrios judíos en una Jerusalén mítica o legendaria. Pero ¿es realmente inteligente hacer de los libros sagrados o canónicos una referencia exclusiva para los problemas de hoy? ¿No es Jerusalén una realidad histórica más compleja que la de los libros sagrados que cada uno puede esgrimir? ¿Se puede concluir el conflicto recurriendo a derechos ancestrales y a relatos míticos? ¿No será mejor una solución negociada, y por lo tanto intermedia? ¿No será esa solución, difícil pero posible, la mejor conclusión a la utopía realista de vuestros antecesores?,

preguntó a los israelíes en un auditorio abarrotado por muchos de los mil doscientos editores y escritores de sesenta países. Semprún, el antiguo comunista deportado al campo de concentración de Buchenwald, y que escribió La escritura o la vida (1994), había iniciado su discurso evocando algunas de las frases que pronunció en 1989 al recibir el doctorado honoris causa de la Universidad de Tel Aviv. «No habéis escrito todavía la palabra fin en esta enorme e histórica novela de la creación de Israel», les dijo a los israelíes el escritor, guionista, dramaturgo y exministro de Cultura de España en uno de los gobiernos del psoe. «No habéis sobrevivido a tanta guerra de exterminio para atrincheraros en vuestra razón de ser, permanecer inmóviles en ella. Habéis sobrevivido para inventar una solución a lo que no parece tenerla. Habéis sobrevivido para escribir una nueva Guía de perplejos, el More Nabukim de nuestros tiempos».

El último Premio Jerusalén fue conferido en febrero de 2013 al escritor español Antonio Muñoz Molina, quien lo aceptó no obstante las infructuosas presiones de intelectuales y artistas para sumarse al boicot cultural antiisraelí en solidaridad con la causa palestina. La honestidad intelectual y el rechazo a «simplificaciones ideológicas o políticas» del ensayista, autor de Sefarad,y del novelista de El jinete polaco, fueron determinantes al resistir el chantaje antiisraelí de autores reconocidos como el británico John Berger, el sudafricano Breyten Breytenbach y el español Luis García Montero. «He recibido cientos de cartas, la mayor parte de ellas de gente que me felicitaba por el premio, otros que no estaban de acuerdo y otros que decían que soy cómplice de la ocupación, e incluso que voy a tener las manos manchadas de sangre: eso me parece un poco absurdo», afirmó al periódico El País horas antes de recibir el premio.
El escritor, que acababa de publicar su profundo desasosiego por la sociedad española en el ensayo Todo lo que era sólido, subrayó que respeta «profundamente el derecho a la libertad de expresión de cualquiera», pero añadía enseguida que una de las tareas de los escritores es «luchar contra los estereotipos» y que «cuando uno recibe una carta llena de ellos piensa que podrían haberse esforzado un poco más». «No creo que la mejor manera de ayudar a la causa palestina sea el boicot a Israel. Puedo estar equivocado, pero ésa es una cuestión de fondo con la que no estoy de acuerdo», agregó, al tiempo que se mostraba sorprendido por «la virulencia y el lenguaje de ciertas personas».
Ya antes de su arribo a Jerusalén, y en conferencia telefónica desde Nueva York, Muñoz Molina condenaba el chantaje, tanto desde su autonomía de escritor como ciudadano libre que rechaza imposiciones externas:
Piden el boicot para Israel en su conjunto, como país, y sostienen que si yo acepto la invitación eso implica que apruebo la política del gobierno israelí hacia los palestinos; todo esto me parece desmedido y, como escritor, me está afectando muchísimo: incluso he recibido anónimos, esto es increíble […] Israel es un país plural donde, que yo sepa, de la misma forma que hay gente muy reaccionaria e integrista, hay mucha gente progresista muy crítica con la ocupación de los territorios, gente que dentro de Israel milita por la solución del conflicto, y desde luego es gente con la que yo me identifico, personas como, por ejemplo, David Grossman, Daniel Barenboim o Amos Oz. Hay gente que cree que Israel es sólo colonos ultra ortodoxos, pero se equivoca. Es un lugar donde se da un debate cultural y político intensísimo […] Hay personas y organizaciones no gubernamentales en Israel que trabajan para que haya una solución a este conflicto, y que desde luego tienen un compromiso ético con los palestinos igual, si no mayor, que el de muchas organizaciones que actúan desde fuera del país», aseguraba el escritor español, claramente molesto, argumentando así su decisión definitiva de acudir a Jerusalén: «Me lo he pensado muy detenidamente y no pienso rechazar un premio que es concedido por una feria internacional del libro, y que ha sido aceptado y recibido por escritores a los que admiro, como Coetzee, Ian McEwan, Susan Sontag o Jorge Semprún… ¿es que también son o fueron cómplices de la ocupación de los territorios por haber aceptado el premio? (22)

El tono de estas declaraciones públicas, contundentes e inequívocas, se diferencia completamente de su discurso ante la audiencia congregada en el acto de recepción del Premio Jerusalén. Muñoz Molina había anticipado que en su discurso de recepción del premio haría una «defensa de la literatura y de lo que ésta lleva consigo de ejercicio de la libertad de conciencia y de antídoto contra las simplificaciones ideológicas o políticas y las obsesiones identitarias, sean las que sean». Pero sorprendió el contraste, por un lado, después de leer sus declaraciones políticas, y, por el otro, al oír su habla en semi tono intimista y su profesión de fe en la soledad que acompaña el oficio literario de todo escritor auténtico. Sin embargo, citando al escritor israelí David Grossman, Muñoz Molina rehusó las etiquetas y clichés que separan ambos campos, el de los amigos y el de los enemigos. Al final de su alocución, afirmaba el autor de La noche de los tiempos:

Las ideologías y las religiones establecen identidades fijas y separan a las personas detrás de impenetrables líneas rectas: cristiano, musulmán, judío, español, negro, blanco, salvado, condenado, ortodoxo, hereje, uno de los nuestros, uno de ellos, amigo, enemigo. Tanto los creyentes fanáticos como los oportunistas políticos gustan de alimentar y sacar provecho de lo que David Grossman ha llamado «los prejuicios, ansiedades mitológicas y crudas generalizaciones en las cuales nos dejamos atrapar nosotros mismos y encerramos a nuestros enemigos». A lo que anima la buena literatura es exactamente a lo contrario. Leyendo literatura he aprendido a recelar de las certezas y a apreciar ambigüedades y matices, diferencias menores pero significativas, afinidades ocultas, lo muy similar que está debajo de lo extraño, lo misterioso que hay en lo familiar. Los mejores escritores son contrabandistas vocacionales que cruzan clandestinamente las fronteras siempre bien vigiladas de lo establecido y lo respetable, socavando la solemnidad con ironía y la conformidad colectiva con sarcasmo (23).

 

1
Entre los ensayos, véanse: El tejedor del Aleph. Biblia, kabala y judaísmo en Borges, de Edna Aizenberg (Madrid, Altalena, 1986); Borges y la Cábala, de Saúl Sosnowski (Hispamérica, Buenos Aires, 1976); Borges: el judaísmo e Israel, comp. de Mario Cohen (Buenos Aires, Sefárdica, 1999).

2
Autobiographical Essay, de Jorge Luis Borges, en The New Yorker, 19 de septiembre de 1970, p. 257.

3
«Todos, de alguna manera, somos griegos y judíos», entrevista a Jorge Luis Borges en revista Raíces, Buenos Aires, febrero de 1971, pp. 36 y 37.

4              
Revista Hebraica, Sociedad Hebraica Argentina, Buenos Aires, 1969, p. 36.

5
Sur núm. 254, septiembre-octubre de1958, pp.1-2.

6
«Un reportaje a Jorge Luis Borges», de Juan Rodolfo Rosenberg, en Eretz Israel núm. 290, marzo-abril de 1969.

7
  «A Israel» fue publicado en Davar núm. 112, 1967, que anticipó en dos años su publicación en Elogio de la sombra, de Jorge Luis Borges (Emecé, Buenos Aires, 1969).

8
«Israel»fue publicado en Davar núm. 114, 1967, y luego en Elogio de la sombra.

9
En Elogio de la sombra , 1969.

10
«Exaltación de la libertad», de Octavio Paz, en Dispersión y Unidad, núm. 20-21, Jerusalén, 1977, p. 5.

11
Ibid, p. 7.

12
Véase el estudio de Edna Aizenberg (op. cit., pp. 87-94), donde analiza la interpretacion de Borges sobre Job y las menciones del personaje biblico en su obra.

13
Borges dictó una conferencia sobre el Libro de Job en el Instituto de Intercambio Cultural Argentino-Israelí de Buenos Aires, puntualizando que Job y sus amigos emplean imágenes y palabras abstractas, de ahí que considerara que su lectura es difícil, «pero el autor es, ante todo […] un gran poeta […]. En el Libro de Job el poeta está razonando, pero, felizmente para nosotros, está poetizando». «El Libro de Job», de Jorge Luis Borges, en Conferencias (Buenos Aires, Instituto de Intercambio Cultural Argentino-Israelí, 1967, pp. 93-102).

14
Octavio Paz, op. cit. 7.

15
Octavio Paz, ibid., p. 8. Significativamente, en ocasión de la recepción del Premio Jerusalén, Paz se pronunció en rueda de prensa contra la condena antisionista del Tercer Mundo inspirada por la resolución de la onu de 1975: «Si fuera judío, sería sionista. Porque el sionismo no es racismo y hay que acabar con esa especial propaganda antisemita que iguala los dos términos. El sionismo es, simplemente, la expresión filosófica, histórica y política de la autodeterminación de los judíos». «Octavio Paz: “Si yo fuera judío, sería sionista”», de Rosa María Pereda, en El País, 26 de abril de 1977.

16
«La función de la literatura es comunicar el saber trágico», de Ernesto Sabato, en Sefárdica núm. 8, Buenos Aires, 1990, pp. 105. Véanse en ese número los fundamentos del Premio Jerusalén (p. 101); la comparación de Sabato con los profetas bíblicos hecha por Marcos Aguinis (pp. 125-29); la valiente posición pública asumida por Sabato ante el secuestro de Eichmann en Argentina (pp. 165-117), y el análisis de Santiago Kovadloff sobre lo judío en la ensayística de Sabato (pp. 37-49).
 

17
«Mis impresiones sobre mi viaje a Israel», de Ernesto Sabato, en Revista Hebraica, Sociedad Hebraica Argentina, Buenos Aires, diciembre de 1969, p. 18; reproducido en Sefárdica, año 5, núm. 8: «La temática judía en la obra de Sabato» (Ed. Cidicsef, Buenos Aires, octubre de 1990, p. 161).

18
«Ernesto Sabato, que concurrirá a la unesco, sostiene que no debe cederse a la presión de carácter político», en La Opinión, marzo de 1975.

19
Ernesto Sabato en Revista Hebraica, op. cit., p. 20.

20
Fragmento del discurso que pronunció Mario Vargas Llosa al ser galardonado con el Premio Jerusalén de Literatura en marzo de 1995. Archivo personal de Leonardo Senkman.

21
Israel / Palestina, de Mario Vargas Llosa (Aguilar, Madrid, 2006, capítulo vii, «Los justos»).

22
«El escritor y académico Antonio Muñoz Molina», de Uly Martin, en El País, Madrid, 8 de febrero de 2013.

23
Véase en Letras Libres de abril de 2013 el discurso íntegro de Antonio Muñoz Molina en el acto de recepción del Premio Jerusalén.

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