Jeff Beck (1944-2023)

Alfredo Sánchez Gutiérrez

(Ciudad de México, 1956). Autor de La música de acá. Crónicas de la Guadalajara que suena (Universidad de Guadalajara, 2018).

Jeff Beck se contagió de meningitis bacterial y murió de modo sorpresivo el 10 de enero. A sus 78 años seguía activo hurgando en cada sonido con su estilo, que no se parecía a ningún otro. Sus solos eran una sucesión interminable de motivos para el asombro, nunca se le acababan las ideas y cada canción era distinta a la anterior. Así fue su vida de músico: innovando siempre, explorando el instrumento y sus sonidos. Era compositor, pero aun sus versiones a rolas de otros eran auténticas obras de creación. Cómo olvidar, por ejemplo, sus versiones a «She‘s a Woman» o «A Day in The Life» de Los Beatles, su «Goodbye Pork Pie Hat» de Charlie Mingus o sus improbables incursiones a compositores clásicos como Britten o Rossini, por ejemplo.

Fue un hombre necio, aferrado a aquello que quería hacer, alejado de las concesiones comerciales. Discos instrumentales con largas composiciones —a veces algunas piezas cantadas— que serían tocados, si acaso, en algunas emisoras rockeras, pero sin que se desprendiera de ellos un éxito seguro. Eso sí, siempre acompañado de los mejores cantantes —Rod Stewart, Imogen Heap, Bobby Tench, Imelda May, Joss Stone— o instrumentistas —Jan Hammer, Cozy Powell, Narada Michael Walden, Tony Hymas, Simon Phillips, Carmine Appice, Terry Bozzio, Vinnie Colaiuta, Tal Wilkenfeld, por mencionar un puñado.

Se le citaba como parte de aquella trilogía de guitarristas que pasó por los Yardbirds pero nunca tuvo, ni de lejos, el éxito comercial de Clapton o Page con sus respectivos proyectos. Su único sencillo exitoso fue «People Get Ready», aquella canción que cantó su viejo cómplice Rod Stewart, con quien alguna vez dijo tener una relación amor-odio: «Él me ama y yo lo odio», aseguró entre risas. No importaba, lo suyo era la exploración, la no-repetición de fórmulas, el desarrollo de su propia técnica —nunca pirotécnica— siempre al servicio de la expresividad: tocaba con todos los dedos de su mano derecha, manipulando al mismo tiempo con ingenio la palanca del trémolo de su Stratocaster para extraer notas sorprendentes.

Cuenta la leyenda que Jeff Beck, aficionado a los automóviles, reparaba los suyos con sus propias manos, era hábil en ello y uno se imagina unas manotas toscas y burdas, olorosas a aceite, manipulando pinzas, desarmadores, llaves de tuercas; desarmando carburadores, árboles de levas; insertando bujías en su lugar; y luego admira esas mismas manos en la finísima labor guitarrística, casi de orfebre. Algo no cuadra. O acaso sí: como le escuché decir a Alex Otaola, otro experimentador de la guitarra, «Quizás por ello esas manos extrajeron a la guitarra los sonidos más grasosos de que se tenga memoria».

Son los setenta, los Spiders en algún escenario tapatío se animan con«Situation»de Jeff Beck, el Tuky en la guitarra hace lo que puede para recrear el prodigio original del inglés. Yo lo escucho y me encantaría intentarlo también. En aquellos años predigitales no había de otra: conseguir el disco de acetato, ponerlo cien veces seguidas en la tornamesa hasta rayarlo, y de ese modo emular nota por nota los sonidos o al menos intentarlo. Entonces no había en la ciudad ni guitarras ni amplificadores decentes. Labor complicada y lenta, llena de imprecisiones. Inútil, además: son sólo notas, pero aun tocándolas todas es imposible recrear la magia de Jeff. Hoy bastaría con un tutorial de YouTube donde explican cada nota, qué sonido usar, cómo poner los controles en guitarra y amplificador. Pero ni así se podría, pues Jeff Beck era más que notas y controles, era expresión que salía quién sabe cómo y de dónde. Es curioso, esa canción la ponían en las radios de Guadalajara pero no fue un éxito del artista ni solía tocarla él en sus conciertos. Seguro fue una feliz y agradecible ocurrencia de algún programador radiofónico de entonces. Los Spiders también tocaban, por cierto, aquella de Bob Dylan en la versión de Beck: «Tonight I`ll be Staying Here With You», donde el gran Jeff —y luego don Reynaldo, el Tuky—se lucía con el slide.

Jeff Beck tocó en la Ciudad de México en 1998. No fui, no recuerdo por qué, y nunca me lo perdonaré. En una rueda de prensa previa a ese concierto, rescatada por el periodista Xavier Quirarte, Beck responde a la pregunta sobre un disco que para él fuera significativo: Blow by Blow. Respiro hondo, aliviado. Ese, editado en 1975, es uno de mis favoritos también y uno de sus más exitosos, por cierto. Lo produjo George Martin y vaya que le sacó jugo con su trabajo minucioso y elegantes arreglos orquestales que enmarcan un trabajo guitarrístico excepcional. Ahí vienen dos temas escritos por Stevie Wonder, uno de ellos la emblemática «Cause We`ve Ended as Lovers»—de melancolía infaltable en los conciertos del británico—, demostraciones virtuosas como «Scatterbrain» y otro recurrente, el «Freeway Jam». Pero hacer un recuento de los temas importantes de Jeff Beck es absurdo e inútil, en cada disco los hay y siempre cargados de sorpresas, de momentos que, aun después de múltiples escuchas, nos hacen levantar la ceja y decir: ¿cómo demonios hizo eso?

De los muchos conciertos memorables de Jeff Beck hay uno en especial, en el Ronnie Scott de Londres, un bar de no muy grandes dimensiones, donde se le ve a gusto, contento y expresivo. Me conmueve su reacción cuando la jovencísima bajista Tal Winkenfeld hace un solo sensacional y él, con amplísima sonrisa, levanta los brazos y hace aspavientos como si él, el mejor del mundo, estuviera ante la mejor del mundo. Así era Jeff Beck, humilde y bonachón, según se desprende también de las numerosas muestras de cariño que se publicaron por montones en las redes luego de su muerte.

Recuerdo otra escena memorable:en la película Blow Up de Michelangelo Antonioni tocan los Yardbirds en un pub, los mira una audiencia atenta y concentrada pero no muy entusiasta, ahí está Jimmy Page en la otra guitarra, jovencísimo como Beck. De pronto algo falla, el amplificador de Jeff hace ruidos indeseables, él trata de arreglarlo inútilmente, lo golpea con el brazo de la guitarra. No resulta. Furioso golpea la guitarra una y otra vez hasta destruirla y arroja al público los pedazos. Ahora sí salen de su concentración, se entusiasman y pelean por los trozos de madera y cuerdas. David Hemmings, el protagonista, lucha furiosamente y se queda con el mástil de la lira, sale del pub y, displicente, luego de unos pasos lo arroja a la banqueta.

Creo que es la única ocasión en que se vio irascible a Jeff Beck en un escenario.

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