Luvina / Redacción
La infancia en el arte y frente al arte. Un niño como sacado de una fotografía antigua está parado, detenido, asombrado, frente a una mansión que se yergue en una página cuadriculada. La construcción está hecha de bloques rellenos de rayas de colores: rojo, azul, amarillo, negro. El niño, de pantalones cortos y zapatos de colegio, contrasta con ese mundo de fantasía que representa el edificio. El niño está en la imagen, pero fuera de la casa. ¿Entrará? ¿Él la dibujó y admira su obra ahora desde el interior del cuaderno? ¿Cómo llegó ahí?
En el libro Jardín de niños estamos en la infancia y frente a la infancia. Vicente Rojo rememora su niñez desplegando todos sus conocimientos y dotes artísticos. En una de sus primeras páginas, hace un resumen gráfico de lo que el lector encontrará a lo largo del libro. En imágenes que pueden ser tarjetas, carteles o portadas, acomodadas en la página cuadriculada como si se tratara de un memorama o una lotería, se lee: el mar, la trama, el color, el tiempo, la casa, la bomba, el cuaderno, el punto, la poesía, el espejo, el niño, la tinta, la luz, la textura, la estrella, el corazón, hasta completar treinta cosas, y además irrumpen en la página manchas que representan la nube, el fuego y la sangre.
Este libro, publicado en 2019 por El Colegio Nacional, es una adaptación de un libro-objeto creado en serigrafía, en 1978. Además del arte de Vicente Rojo, aparece, en un juego paralelo, un poema de José Emilio Pacheco: «Recuerdos de la infancia como el eco de un pozo. / Inquietud / de quien surge y destruye todo. / Niño que sin saberlo / quiere rehacer el mundo». Las imágenes gráficas y literarias no son complacientes, sino complejas, descifrables, alejadas de la ilustración convencional; entre ellas se incluyen los retratos de niños muertos en campos de concentración, la guerra y la pobreza.
En la biografía de Vicente Rojo (Barcelona, 1932-Ciudad de México, 2021), preparada por El Colegio Nacional, se lee que en su ciudad natal «hizo estudios de escultura y cerámica. En 1949 llegó a México, donde estudió pintura y tipografía, realizando durante más de cincuenta años una extensa obra como diseñador gráfico, pintor y escultor. Colaboró, además, en la fundación de editoriales, suplementos culturales y otras publicaciones. A lo largo de su carrera, Vicente Rojo llevó a cabo numerosas exposiciones individuales y participó en incontables muestras colectivas en todo el mundo».
En ese texto se describe que «su pintura se agrupa en cinco series principales: Señales, en la cual trabaja con formas geométricas básicas; Negaciones, surgida de su intención de que cada cuadro negara al anterior y al que le seguiría; Recuerdos, nacida de su intento de abandonar una infancia difícil; México bajo la lluvia, concebida un día que vio llover en Tonantzintla, y Escenarios, compuesta de miniseries y que es un repaso de sus temas anteriores y una suma de los mismos. A partir de 1980 comenzó a alternar la pintura con la escultura».
También se explica que «Rojo perteneció al grupo de artistas denominados de ruptura, aunque él consideró que era más bien de continuidad; renovador de la forma y del color, hizo variantes de un mismo tema y logró que toda su obra fuera igual al mismo tiempo que diferente; como editor contribuyó a la calidad de la industria editorial mexicana y creó con sus discípulos la más original generación de diseñadores».
Dice Vicente Rojo en su libro Diario abierto: «Creo que de esa segunda naturaleza, el universo paralelo que es el arte, sí podemos sentirnos orgullosos. Al igual que de los hombres y mujeres que, para combatir desigualdades o simplemente para sobrevivir y defender sus generosas ideas de libertad, fueron capaces de ofrecer o hasta de dar su vida, aun sabiendo que la historia no recogería sus nombres».