Música e infancia

Alfredo Sánchez Gutiérrez

(Ciudad de México, 1956). Autor de La música de acá. Crónicas de la Guadalajara que suena (Universidad de Guadalajara, 2018).

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Francisco Gabilondo Soler fue un hombre de extraña y viva imaginación que lo mismo escribía de agua y animales, que daba una lección sobre la letra J ¡a ritmo de jota!, o que ponía a dialogar a una olla y un comal encima del brasero. Claro que lo hacía con los recursos de su tiempo y hoy seguramente se vería en problemas: a la luz de la corrección política actual, muchas de sus canciones estarían en peligro de ser «canceladas» por contener elementos impropios: un negrito bailarín que se porta mal, un chinito encerrado en un jarrón, otro negrito que dice picardías, una mamá que golpea a su hijo por remilgoso a lo hora de la merienda, un ropavejero que amenaza con llevarse a niños malcriados, otra negrita que quería blanquearse para ser como las conchitas del mar, un profesor que trata de estúpido a un niño en el salón de clases, las malvadas brujas que queman a muchachos tontos que no quieren estudiar…

¿Acaso Gabilondo es parcialmente responsable de nuestra mala educación? A saberlo….

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Mi padre no fue músico, pero sí tenía cierta afición musical y gustos muy específicos: los conciertos para piano y las sonatas para el mismo instrumento de Ludwig van Beethoven. Tenía a bien despertarnos los domingos muy temprano con el poderoso sonido beethoveniano que salía de las bocinas de la consola casera. Paul Badura Skoda era su ejecutante favorito, y los niños lo odiábamos. Sin embargo, con el tiempo le agradecí, pues en mi disco duro interno conservo todas las notas del Emperador y de la Patética que me han dado placer a lo largo de mi vida. No lo puedo asegurar, pero sospecho que ése fue un ingrediente para fomentar mi buen o mal gusto, si bien mi afición no se encaminó solamente a la «música clásica». Yo también estuve expuesto en mi infancia a otros sonidos: un disco de Manuel el Loco Valdés que llegó a casa como regalo de una tía y que se convirtió en mi favorito y de mis hermanos por su ingenio y comicidad; las cursis canciones de Joselito, aquel niño español de voz espectacular al que apodaban El Pequeño Ruiseñor; los sonidos del rocanrol que mis vecinos adolescentes escuchaban en sus radios de transistores (Pareces una rosa tan linda y olorosa… Yo no soy un rebelde sin causa ni tampoco un desenfrenado… Un día hubo un baile aquí en la prisión… Me fui de viaje sólo a ver si así tú me querías como yo a ti…); los primeros éxitos de los Beatles, y, claro, las canciones de Cri-Cri, ese insólito autor de canciones para niños a cuya generosa sombra se construyó, sospecho, buena parte de nuestra memoria auditiva.

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¿Lo que uno escucha de niño moldea de alguna manera el oído? Seguramente sí. Los niños pueden estar expuestos a muchos tipos de música, claro. En nuestro país, las canciones incluidas en las películas de Disney han sido parte del bagaje auditivo de varias generaciones. Y por supuesto la televisión, a partir de personajes como Chabelo, Cepillín o Tatiana, todos con muy limitados recursos musicales y contenido de escasa imaginación, pero con penetración notable.

Vuelvo a Cri-Cri,pues representa lo contrario en cuanto a recursos musicales e imaginativos y, a pesar de haber sido un personaje radiofónico por antonomasia, consiguió una amplia difusión por otros medios, particularmente el disco. Pero Francisco Gabilondo Soler, aspirante a astrónomo, nadador, boxeador y torero, no comenzó su vida musical como compositor infantil, sino como autor de temas humorísticos que firmaba como El Guasón del Teclado. Antes de ser El Grillito Cantor se dedicaba a componer y cantar piezas «para adultos», de las cuales hay pocos registros. Uno de los que se conservan es una curiosa grabación de los años treinta, llamada «Vengan los turistas»:

Tenemos que fomentar el turismo
para poder salvarnos del abismo
al que nos ha empujado la crisis actual,
pues ella se ha comido todo nuestro capital.
Tenemos que traer aquí a los gringos
lo mismo en aeroplanos que en fotingos
que vengan a gozar, que vengan a gastar
sus dólares les podemos guardar...

Rastreando la internet me he encontrado con que Conaculta editó hace algunos años un disco con esta y otras canciones de El Guasón..., como una titulada «Dorotea», donde un deudor da instrucciones a la chica de ese nombre para que lo niegue cuando lo busquen sus acreedores:

Si me buscan, Dorotea,
por favor di que no estoy,
ten cuidado en negarme
si viniera un cobrador,
y si alguien más me busca a mí,
di, Dorotea, que fallecí...

Ambas están escritas en el tono juguetón que le conocemos bien a Gabilondo y son claros antecedentes del enorme legado que dejó a través del personaje de Cri-Cri. Un legado en el que encontramos lo mismo valses que marchas, tangos, rancheras, corridos, tropicales, foxtrots, jotas, huapangos; géneros abordados invariablemente con sensibilidad y sentido del humor.

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¿Es difícil hacer música para niños? Ya lo creo, por algo sus autores han sido escasos. Ejemplos obvios los hay en la música de concierto, aunque no muy abundantes, con obras como Pedro y el lobo o El carnaval de los animales. En Argentina están los casos notables de María Elena Walsh y Luis Pescetti; en México, además de Gabilondo, los Hermanos Rincón o grupos como ¡Qué Payasos! o Los Patita de Perro; en Guadalajara está Luis Delgadillo. Todos ellos han tenido en común su compromiso con un tipo de público nada fácil, la exploración de temas que puedan hacer contacto con la infancia, la búsqueda de formas musicales adecuadas. ¿Hasta qué punto han influido en la construcción de un gusto musical? Es difícil decirlo, pero me atrevo a afirmar que no sólo la «música para niños», sino aun las obras más sofisticadas y difíciles, como las de Beethoven, ayudan a construir ese gusto cuando se ponen al alcance de los oídos.

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