Intento de deriva literaria por las letras actuales de (un) Madrid (como pretexto) / Julio Pérez Manzanares
Tiembla la mano —y no lo digo literariamente— al intentar trazar un mapa de la literatura actual en la ciudad de Madrid. En un tiempo incierto, como lo es éste, y en el que todo el mundo sabe ya que cualquier intento cartográfico —al menos, aquel que quiera intentar mostrarse como «objetivo»— está irremediablemente condenado al fracaso, intentar esbozar siquiera un panorama como éste, con la cercanía que imponen espacio y tiempo presente, se hace una tarea no sólo de una evidente dificultad, sino diría que casi un imposible éxito.
Por eso, si me lo permiten, no puedo sino empezar estas páginas asumiendo la derrota. Y para compensarla, justificar mis palabras desde el título que las encabeza. No esperen, por tanto, un fidedigno e inabarcable mapa de una ciudad que a veces —de tan leída— parece ella misma pura literatura. Es por ello que, como en un texto a la deriva, y por tanto verdadero e impulsivo ensayo, el concepto situacionista de creación de una ruta ajena a mapas y postales, a lugares siempre vistos y al encuentro —incluso sorprendente— con nuevos habitantes de las ciudades es quizá el más indicado para nombrar el extravagante ejercicio que me propongo. Extraño, ya se avisaba, no sólo por sus métodos sino, aún mucho más, por sus objetivos. Y es que hablar de las «letras actuales», y no sólo en Madrid —donde tantos y tantos libros se editan diariamente, con verdadero esfuerzo a veces y no siempre con los objetivos ni resultados esperados—, parece, como diría Giorgio Agamben para hablar de «lo contemporáneo», una cita a la que siempre se llegará irreversiblemente tarde. Por eso, como también dice el filósofo citando a Nietzsche, este recorrido no puede ser considerado sino como «intempestivo». Porque hablar, además, de la literatura actual en Madrid: sus temas, sus autores, sus centros de difusión, conduce irreversiblemente a la siempre espinosa cuestión de si es necesario o posible restringir (y más en una ciudad como Madrid, de la que muy pocos son oriundos y en la que la diversidad de todo tipo —menos mal— llegó antes que las redes sociales) algo como un «movimiento» literario de nueva generación a sus meras fronteras geográficas.
Por eso parece preciso hablar de deriva también en este caso: por los nombres, lugares y textos vistos y visitados (algunos, con cierta fruición), que no acaban por conducir sino a una especie de autobiografía de quien esto escribe —y es que nada escapa a la literatura. Nombres, visiones y textos que, con su misma comparecencia en estas páginas, convierte a las mismas en ejercicio de otra «intempestiva» provisionalidad, a la vez que como seña de un camino intrincado en el que surgen preguntas incómodas —como suelen ser las importantes— como el porqué de una u otra selección, por qué aquel nombre y no éste, ¿dónde está…? Es decir, el eterno problema de los denominados «emergentes»: ¿dónde estarán los sumergidos? ¿Esperando, quizá, a que quien parecía emerger acabara hundiéndose agotado en la lucha, o siendo rescatado definitivamente de la cenagosa y estrecha piscina en la que se lanza uno cuando decide enfrentarse con el mundo de las letras? Y, sobre todo, ¿quién y por qué decide el lugar de unos y de otros? ¿Con base en qué criterios —y no siempre son los estéticos que un idealismo literario anhelaría— abandona uno la asfixia de esa lucha para entrar en otra de las frágiles burbujas de nuestra contemporaneidad, simulacro de «hogar» a punto de sucumbir también a especulaciones e hipotecas? En un intento de paliar lo dramático de estas preguntas —ya les aventuraba que la cosa iba a tener algo de autobiográfico— he decido restringir (o casi) la «actualidad» de los invitados a estas páginas a la pura cuestión generacional, y tratando de que su «actualidad» no sólo sea vinculante por ella, sino por los temas, formatos y estilos que en sus obras han manejado o manejan.
Sale uno así de su barrio, dispuesto a recorrer una vez más (y también como pretexto) parte de la ciudad, con la mente puesta, ante todo, en aquellos que han hecho posible en buena medida cierto impulso actual en las letras españolas. Nuevas y jovencísimas editoriales se han sumado a las clásicas Egales, Huerga y Fierro o Visor para recuperar (y tiene doble mérito hacerlo en los difíciles tiempos que la década de crisis nos ha hecho padecer) el verdadero oficio de la edición y difusión de nuevos textos y autores tanto como de recuperación de textos antiguos (lo cual no deja de ser, hermenéuticamente hablando, una forma de novedad): Periférica, Lengua de Trapo, Mármara, Libros del Asteroide, Barataria, Impedimenta, Nórdica o Sexto Piso han sido algunas de las nuevas «apuestas» editoriales de esta complicada década, desde las que se promueve tanto la literatura de «acá» como la de allá, la de entonces como la de ahora, contribuyendo con ello a que jamás haya decaído —más bien todo lo contrario— la afición y el placer de una lectura más allá de los ciento cuarenta caracteres.
Es precisamente con Visor con quien empezamos nuestro breve recorrido de las letras españolas, y en especial por el poemario Chatterton de Elena Medel (Córdoba, 1985). El volumen, publicado por una de las editoriales de mayor renombre de la poesía en habla hispana, es casi una «justicia poética» —y perdonen lo fácil de la coletilla—, después de las incendiarias declaraciones de su editor sobre la calidad de la poesía española contemporánea firmada por mujeres, realizadas hace un par de años, y en las que citaba incluso a la propia poeta como uno de los escasos ejemplos a tener en cuenta. Unas declaraciones que abrieron una encendida polémica y que llevó a la multitudinaria firma de un manifiesto promovido por el grupo Genialogías. Medel, directora de la revista literaria La Bella Varsovia, ya había publicado con Visor Un día negro en una casa de mentira, recopilación de poemas aparecidos entre 1998 y 2014, porque, sí, su trayectoria literaria empezó brillantemente con tan sólo dieciséis años. Y es precisa y no menos iluminadoramente del paso a la madurez en sus más cotidianas reflexiones de lo que tratan los poemas reunidos en este último trabajo: cuestiones aparentemente intrascendentes (pero indudablemente tormentosas en ocasiones para quienes las vivimos, mientras las estamos viviendo) como los pisos de soltera, las diatribas de una situación inestable, las renuncias a ideales impuestos por uno mismo y —las más de las veces— por la situación en la que le toca a uno bregar, marcan el paso del tiempo a costa de ilusiones frustradas y luchas con una realidad que se resquebraja bajo los pies a cada paso. En manos de Medel —gracias—, la posibilidad de que la poesía sea un adecuado salvavidas al cual agarrarse cuando todo parece desmoronarse a nuestro alrededor, supera esas ocasiones en las que la tentación de abandonarlo todo se vuelven demasiado acuciantes.
Es cierto; podrán aducir que los «viajes a Ítaca», aunque ésta se encuentre a la vuelta de la esquina, son la base de aquello que como literatura se ha venido entendiendo en la cultura occidental desde su nacimiento. Sin embargo, personalmente soy de los que anteponen el «cómo» al «qué», y por eso me parece que las últimas incursiones en la materia que han pasado por mis manos, como ésta de Medel, son dignas de tener muy en cuenta. Junto a ella, aunque el autor ya está fuera de la lucha por la «emergencia», y aunque la obra cuente con más de un lustro a su lomo, no puedo dejar de citar a Andrés Barba con su Agosto, octubre (Anagrama, 2010), relato de ese momento tanto o más crucial de la vida como es la convulsa adolescencia. Una época que, como las peores enfermedades, lo único bueno que tiene es que, si no mata, en casos especialmente dramáticos, seguro que se cura con el tiempo.
Si de novelas de iniciación se trata, no es posible pasar por alto la obra de José Luis Serrano, quien escapa en algo a las coordenadas «generacionales» que me proponía, pero cuya actualidad, en el pleno sentido de la palabra, supera con mucho a una fecha de nacimiento y lo convierte en miembro de pleno derecho de las letras madrileñas, especialmente —aunque no sólo— para ese difuso apartado hoy conocido como «literatura lgtbiq» (y en la que supongo hoy podrían encontrarse El Banquete de Platón, La muerte en Venecia de Mann o el fascinante El cordero carnívoro de Gómez Arcos). Con ello, además, nos permitimos una parada en nuestro tránsito en la mencionada editorial Egales, y en su sede física: la librería Berkana, que hace unos meses estuvo al borde de darnos un buen susto con su cierre, si no llega a ser por una oportuna labor de crowdfunding (que no anuncia nada bueno, por otra parte, del estado de las letras y de la necesidad de que históricos espacios de reunión como esta librería pionera del popular barrio de Chueca sigan existiendo después de un cuarto de siglo). De entre las obras de Serrano, iniciadas con Hermano y rematadas con una magnífica novela también con mucho de regreso a la imposible infancia: Lo peor de todo es la luz, destaca por su apabullante calidad Sebastián en la laguna, trama con algo de thriller y mucho de evocación —incluso erótica— de aquellas pesadas tardes de verano junto a un lago en las que la vida (intensa, por reducida) se muestra radiante en cada uno de los gestos, sentimientos, temores e incluso trances eróticos que nos acompañarán el resto de la vida, como el olor de los lagos o el pertinaz sudor que no nos deja dormir en las noches de sofoco.
Sin abandonar aún la librería de la calle Hortaleza, no es posible dejar de pararse ante las obras de Ramón Martínez, La cultura de la homofobia; de Víctor Mora, Al margen de la naturaleza (Debate, 2016), o de Luis Alegre, Elogio de la homosexualidad (Arpa, 2017), filósofo del que no es posible perder de vista ninguna de sus publicaciones. Obras muy significativas en el territorio del ensayo actual desde la perspectiva de identidad por su indiscutible calidad y por el nada desdeñable factor de estar dedicadas —después de casi dos décadas de recepción de teoría queer anglosajona— a estudiar las particularidades del desarrollo —legal, científico, médico o puramente cultural— de las raíces de la discriminación y la «diversofobia» en el Estado español. Este mismo logro, aunque desde el territorio de la narración casi autobiográfica en la que, como en los mejores ejemplos de este tipo de literatura, narración particular e histórica se funden y confunden hasta hacernos dudar de la «veracidad» tanto de una como de la otra, lo comparten las publicaciones de Josa Fructuoso reunidas en Moscas en el cristal: recorrido «confesional» (género del que, para bien o para mal, la tradición hispánica no está exenta de buenos ejemplos) de la protagonista, con la que repasamos su peripecia vital desde los tiempos de la Transición hasta nuestros días.
Precisamente, la cuestión de la revisión del fenómeno de la Transición española de la dictadura franquista a la democracia, y de los mitos asociados a su ejemplaridad, se ha convertido en un recurrente lugar de visita necesaria. En el fondo, como en los regresos literarios a la infancia, parece preciso volver de vez en cuando a ella para tratar de liberarnos de nuestros propios traumas. Diría que uno de los hitos asociados a estas revisiones —amplificadas por el fenómeno del 15m, donde muchas de las preguntas sobre ella se vieron acrecentadas y discutidas— vino marcado por el volumen colectivo ct o la Cultura de la Transición (2012), en el que se encontraban reunidas voces imprescindibles, como la de la escritora Belén Gopegui.
Aprovechando que no hay mejor lugar en la ciudad para ponerse al tanto de estas cuestiones que la librería Traficantes de Sueños (otra independiente donde las haya, también nacida durante los años noventa), encamino ahora nuestra particular deriva hacia el barrio de La Latina (con visita obligada al barrio de Lavapiés, reducto último del panorama alternativo frente a los procesos de gentrificación del centro de la ciudad), para ver la importancia que en el terreno del ensayo sigue teniendo una cuestión latente de la cultura contemporánea española. Y es que es preciso quizá volver la vista con una mirada nueva y desde una generación no vinculada con el fenómeno por cuestiones autobiográficas (y por tanto nostálgicas y sentimentales, aunque a veces pareciera que ciertos tics de aquella época hacen presa de los nuevos comportamientos, a poco que se rasque, como el cadáver que, no habiendo recibido los ritos de paso necesarios, vuelve de la tumba de vez en cuando para atormentar nuestras peores pesadillas). Una nueva generación que plantea necesarias cuestiones como las que animan el documentadísimo y extenso trabajo de German Labrador Méndez: Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura durante la transición española (1968-1986), editado por la prestigiosa editorial académica Akal, y en la que el período de apertura hacia la democracia, con los movimientos estudiantiles, políticos, contraculturales de fondo, y fenómenos como la popular Movida madrileña y su consciente separación de la cultura y la política, marcaron el paso —siempre con la literatura como ejemplo del proceso— hasta el actual sistema democrático.
Otro brillante ejemplo del modo en que la cultura contemporánea española (ya no reducido al territorio de la Transición, aunque creo que sin dejar de invocar algunas de las relaciones entre política y cultura que tanto durante el franquismo como la transición democrática han venido asomando como síntomas recurrentes) lo componen los trabajos de Alicia Fuentes Vega con Bienvenido, Mr. Turismo (Cátedra, 2017), en el que en un elaboradísimo a la par que atractivo trabajo se analiza el modo en que el franquismo jugó con los estereotipos de cierta «españolidad» como modo de atracción turística y las fórmulas por las que las identidades tanto externas como internas se modificaron en el ambiguo juego de una «modernidad» que quería venderse como tal de cara al exterior por el aislado gobierno fascista. Dando un paso más atrás en el tiempo, recurriendo en este caso a la Generación del 27, el trabajo de Miguel Ángel García, Cartografías del compromiso (Calambur, 2017), retoma la cuestión —ya clásica— de las relaciones entre literatura y compromiso político en una generación frecuentemente «estetizada» pero que se consolidó como la última de las propuestas de vanguardia anteriores al golpe de Estado del 36 que desembocaría en la Guerra Civil, marcando definitivamente el discurrir de casi medio siglo de nuestra historia reciente.
Voy abandonando el barrio de las letras, no sin mencionar antes al inclasificable Martín Parra (y es que «le da a todo»: desde la narrativa hasta la poesía, pasando por algo similar al ensayo o la «bloguería») con su última «viñeta amorosa», Camille, bajo el brazo. También con algo de autobiográfico, y mucho de literario, es la nueva incursión de este admirador de Umbral y Gómez de la Serna en el mundo de la edición. Capataz de la vanguardia vallecana, regresa ahora después de su delirante —y sorprendente— Epitafio para Heilipus (también publicado por Queimada, en 2015), donde nos conducía en un vertiginoso viaje por un Madrid futuro y putrefacto en el que las facciones vanguardistas, el «artisteo», la decadencia, la orgía y la canalla tan grata a la tradición literaria de la ciudad, se confabulan una vez más para mostrar las verdaderas cloacas de un Madrid que va mucho más allá de sus límites geográficos.
Y no es posible terminar esta deriva literaria sin visitar, precisamente, lo más parecido que hay en la actualidad a uno de aquellos cafés vanguardistas, pero, eso sí, con la presencia canalla y algo indie que impone el barrio de Malasaña, en el que se ubica la librería Tipos Infames. Proyecto último de tres «letraheridos» que convirtieron su blog literario en un inexcusable centro desde el cual recomendar con inmejorable criterio sorprendentes descubrimientos literarios mientras hacen las libaciones de los vinos que acompañan su propuesta, convirtiéndola en centro de reunión de buen número de los autores —jóvenes, y no tanto, e incluso alguno que aún está por escribir, como un vanguardista Pepín Bello— en sus propias derivas por Madrid. No es extraño encontrar allí caras conocidas, como la de Patricio Pron (mucho más allá de los «emergentes», también) o la de Jimina Sabadú en una tarde afortunada en la que autor y obra coinciden en un mismo espacio —con insospechadas consecuencias en el caso de esta escritora. Y es que Sabadú, ganadora de diversos premios y autora de libros tan significativos como Celacanto (una de las mejores novelas publicadas en 2010), es una bomba creativa que igual explota por profesión haciendo guiones o en programas de radio como escribiendo para la revista Mondo Brutto e incluso ejerciendo de «abogada de muñecos». Y «amenaza» por las redes con la publicación de su próxima novela, cuyo contenido sólo nos es posible —por ahora— intuir y desear.
Precisamente sobre redes sociales ha versado el último y celebrado trabajo de Juan Soto Ivars. Periodista de profesión y uno de los autores llamados a salir pronto de la piscina de los «emergentes» (si no está ya con un pie fuera), ha sido también prolijo tanto en la narrativa como en el ensayo o el periodismo (fue sonada su participación y abandono del suplemento Tentaciones del diario El País por la inclusión de un genial acróstico tras el cambio de dirección del mismo). Arden las redes (Debate, 2017) ha sido su peculiar y brillante contribución al fenómeno que denomina como «postcensura» en las redes sociales y el crispado ambiente en las mismas en las que cualquier opinión discordante puede convertirse en un verdadero ejercicio de linchamiento virtual.
Siempre presente en las recomendaciones infames (como debería estarlo en cualquier recomendación), Marta Sanz, doctora en filología y docente, entre otras muchas cosas, es ya también uno de los valores consagrados pero que es imposible no dejar de citar. Su última obra, Clavícula (Anagrama, 2016), ilustra magistralmente la fragmentación y ruptura del cuerpo femenino que lucha a contracorriente enfrentándose no sólo al lenguaje, sino a fórmulas más sutiles de control del cuerpo femenino como la antigua histeria (que hoy podríamos sustituir fácilmente por la ansiedad, la bulimia…). Acercándose al mostrador «infame», siempre es posible encontrarse con alguna exquisita sorpresa, de tamaño inversamente proporcional al valor de su contenido. Eso es lo que ocurrió al descubrir allí Contra la postmodernidad (Alpha Decay, 2011), del jovencísimo filósofo Ernesto Castro. Un aguerrido e ilustrado «panfleto» de lectura más que necesaria, como era de esperar del autor, a quien seguir por las redes (e incluso ver sus clases en YouTube) supone ser siempre un ejercicio de soberbio empape intelectual.
Por desgracia, hoy el final de esta deriva no me ha permitido poder asistir a uno de los recitales de (micro)poesía de Ajo, aunque no dejé de pasar por la librería Arrebato, en la que alguna obra suya puede disfrutarse incluso online —y es que la proximidad es sello de calidad en su casa. Siempre divertidísimos y punzantes en su sencillez —«No me tires de la memoria / que yo vengo del punk / y la cresta la llevo en la lengua»—, tanto los micropoemas como los recitales de esta verdadera agitadora underground son siempre una experiencia única y, por suerte, repetible. Sólo por verla, se lo aseguro, renuncia uno a sus «derivas» y toma el rumbo preciso sin hacer otros planes: «Vuelvo enseguida / no me esperéis», como diría ella.