Inlibración en María

Luis Jorge Aguilera

(Guadalajara, 1989). Su publicación más reciente es Por eso me amabas…del amor humano y el amor místico (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2020).

La Baja Edad Media alumbra la representación de la Virgen María leyendo; Madonna leggente, como recoge el tópico que da nombre a no pocas obras de maestros del Renacimiento. Los frecuentes huso y rueca atribuidos en la iconografía previa[1] encuentran común sustitución y convivencia en el libro, ese objeto que venía gozando de siglos de prestigio en los ritos y la imaginería de las tres religiones mediorientales destinadas a encauzar la dirección espiritual de Occidente.

Prodigiosos folios iluminados destellaban ya en las retinas de quienes a la luz de las velas cuidadosamente los confeccionaban o ávidos los consultaban. Hasta el siglo xiv vienen apareciendo llameantes páginas en el mundo cristiano: la Biblia carolingia, llamada Biblia de Rado, la Biblia monumental de San Florián, la Biblia de Bolonia y la Biblia de Korczek.

El nuevo atributo con el que se pinta a la madre de Cristo cumple con la idea concebida a lo largo del siglo xiii de María como maestra de las siete artes liberales, esto es, del Trivium y el Quadrivium. Cumple también con una nueva tendencia a socializar la alfabetización entre mujeres nobles y aristócratas.[2] En la pintura tardomedieval y renacentista, María lee mientras sostiene al niño en brazos o, antes en su vida, en el instante en que está por suceder el espanto de la anunciación.

El triple terror del amor; una llamarada que cae
por el hueco de un oído; 
un batir de alas por el cuarto; 
el terror de los terrores de llevar 
a los cielos en mi vientre.
W. B. Yeats

Poco frecuente es encontrar a la Virgen sin ángel o sin niño, en la sobriedad visionaria de la Annunciata di Palermo que pintara Antonello da Messina hacia 1476.

No con libro sino como libro es que María, eficaz sintetizadora de nombres milenarios,[3] comparece en Magnificat de Alda Merini, «Un encuentro con María», publicado en italiano en 2002 por Frassinelli y traducido y publicado por Vaso Roto en 2009. El tono hiperdúlico, «Cuando el cielo besó la tierra nació María / que quiere decir la simple, / la buena, la llena de gracia» (p. 23)  y mítico-hagiográfico, «No toméis a mi hijo, / gente, / no robéis  mi corazón» (p. 97), es la constante en los poemas del libro. Merini da un lugar también a la duda en el diálogo interno de María: «¿Qué diré a José mi esposo? / ¿Le diré que fui infiel? / ¿Le diré que lo he traicionado contigo?»
(p. 59). Adoración, trazos de vida y duda se verifican en esta sucesión discursiva de la productiva mitopoiesis mariana. María dice de sí:

Me abrí como un libro 
frente a Ti,
un libro lleno de medidas terrenales, 
un libro pleno de flores de la juventud, Señor,
un libro pleno de mis suspiros de amor.
Y de pronto apareciste 
para mí, velada de azul, 
para mí, gozosa en la ternura de mi adolescencia, 
para mí, que me sentía joven 
y dispuesta a todas las batallas de la vida, 
para mí, que era dueña del escudo de la palabra. (p. 35)

María como libro parece la consecuencia natural de que María sea el receptáculo de la palabra, del logos divino. Antes que en la contención de la carne, la divinidad hebrea se manifiesta en la palabra. Con la palabra crea y separa en grados lo creado; es en la palabra que dicta su ley escrita en tablas. Sonido. Sólo cuando es verbo el dios se hace carne.

«Me abrí como un libro», de Alda Merini, presenta un modelo de receptividad previa a la materialización de la divinidad. Materia que se presenta entre la encarnación cristiana y la inlibración alcoránica.[4]Sólo después de que la voz poética diga de sí misma haberse abierto como un libro es que esa misma voz poética abre su carne, cauce sustentador.

Abrí mis manos 
y mi vientre para que pasaras, 
porque Tú, oh Dios, 
eres un río profundo, 
el río de la Sabiduría. (p. 43)

La palabra revelada está presta a escribirse en la carne. No se dice de María en el poema de Merini que tenga páginas en blanco. María es consciente de su edad, de su fuerza y del valor casi mántico que conlleva ser dueña del escudo de la palabra.

En italiano la aràldica, en español la heráldica, es la disciplina que se interesa por el estudio de la simbolización en los escudos. Ambas lenguas encuentran étimo en la palabra francesa héraut. Para las tres lenguas mediterráneas un heraldo es un mensajero; en francés, puede darse como sinónimo de profeta. El escudo, al tiempo que protege, lleva la palabra.

Referencias

—Campbell, Joseph. Occidental mythology. The masks of God. Nueva York: Penguin, 1973.

—Merini, Alda. Magnificat. Tad. Jeannette L. Clariond. Barcelona-San Pedro: Vaso Roto, 2009.

—Neumann, Erich. The Great Mother. Nueva Jersey: Princeton University Press, 1974.


[1] Entre las más antiguas que se conservan se encuentra La Anunciación, un fresco del siglo xii en una iglesia de Sorpe en España. Neumann observa que el artista probablemente quiso «simplemente representar a la Madonna ocupada en las labores propias de la actividad cotidiana de la mujer» pero «fuerzas inconscientes produjeron una obra de grandeza arquetípica… la Madonna continúa siendo la gran diosa que hila la eternidad» (264).

[2] Véase M. J. Fuente Pérez, «Virgen con libro. Lecturas femeninas en la Baja Edad Media hispana». Espacio, Tiempo y Forma Serie III. Ha. Medieval, t. 24, 2011.

[3] «Es simplemente un hecho, trátese como se quiera, que el Levante neolítico y posneolítico ha conocido la mitología del dios muerto y resucitado durante milenios […]. Efigies de la forma femenina desnuda, representada en varias de las actitudes propias de la diosa que todo lo sostiene e incluye, abundan en todo el mundo antiguo, desde Asia menor hasta el Nilo y desde Grecia hasta el valle del Indo. Al final de nuestros días ocurrió que María, reina de los mártires, se convirtió en la heredera única de todos los nombres y las formas, tormentos, alegrías y consuelos de la diosa madre en el mundo occidental: trono de la sabiduría, receptáculo de honor, rosa mística, mansión dorada, puerta del cielo, lucero de la mañana, refugio de pecadores, reina de los ángeles, reina de la paz» (Campbell, p. 44).

[4] Sobre la cuestión de la inlibración en el Islam, véase The Oxford Handbook of Islamic Theology, editado por Sabine Schmidtke en 2016.

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