Cuántas veces me habré dicho que me tendré que marchar, enfrentando las palabrotas fuertes, con la arena en la lengua veo hacia el ignarus, en la caja cerrada de dos sílabas sigo dando vueltas
Cuando se levanta el ignarus en esta ciudad de sol prolongado, sólo entra el aroma del heliotropo por los callejones de las neuronas de color blanco pálido, siembra un lenguaje desconocido en la lengua aplastada sobre el baniano lleno de mugre que producen los hilos atados sobre él los que supuestamente cumplen los deseos (1)
Cuando se levanta el ignarus, estas palabras que se quedaron todavía, meten en la boca por fuerza una leña que se está apagando —el polvo terco de alguna ceniza sigue volando sin conocerse
Sin embargo por el mismo ignarus la presión de la pierna corpulenta de una campesina pudo dejar la mancha plateada de su anillo de pie sobre la parada de autobús, sobre la boca de metro
Caminas escondiendo el asco, por el ignarus inundado de automóviles, buscas un patio trasero limitado con alambre, quieres difundir el dolor de cabeza que empezó por la mañana en el cuerpo de un gato de color naranja
Cuando se levanta el ignarus y se dispersa su color, él pone en su boca abierta el metal tranquilo y oxidado del hambre —no queda nada sólo el martillo enorme del intento rompe los músculos y todo— yo me escondo en el polvo intensamente anímico, el deseo de escribir el rasguño y la gramática aristócrata la última vez con las mandíbulas rígidas
La realidad aplastada no sirve ya —nadie levanta la cabeza en esta senda erosionada— una explosión potente de personas y animales, en todas las calles, sobre todas las puertas, ventanas y sus agujeros lucíferos está clavada la flecha brillante del ignarus
Ya no se puede despertar a nadie, todo el mundo está en una fila, los árboles de la avenida están adornados con utensilios, suena el ruido, la copulación rutinaria y los deseos carnales quieren llevar un pezón por lo menos hacia las hojas de caduca, quieren dejar la huella de la uña sobre todos los lugares, aprendemos a respetar las normas sin preguntas, en la senda de arena se ve un constructo metálico, sobre el río una barca abandonada; por toda esta imagen hay un muro, y cae la cera del ignarus sobre él.
Sobre las últimas fechas del calendario monstruoso se ha tatuado nuestro discurso lleno de microbios; la vega y al lado suyo está el tubérculo que se llama la noche: cada estrella es agua —su casco intocable; la práctica vacía que se llama la puerta, puesta en el medio de la carretera sobrevive de alguna manera evitando los automóviles veloces
En este despertar, acostar u otras rupturas
cuánto cuerpo había
era sólo un hábito cuyas forma y alma las dejé
al lado de un puente callado —este trozo silencioso
que se llama la tarde
Te quise, mucho más de lo que se podía decir
Hay más libertad en lo escrito
Por la ebriedad o por la atracción a lo externo
te rompí en trozos en el camino resbaladizo,
te arrojé desde la pared hasta el ladrillo
desde el asfalto hasta la solicitud de hipoteca nunca usada
La carne ha mordido siempre a la base metálica de los calendarios
Este poema no tiene sentido hasta que yo salga de este lenguaje, hasta que se tranquilicen mis inquietudes para salir por un bosque del cuero artificial, hasta que pueda sembrar la alegría del cigarro —que fumé con miedo en un chiringuito— en esta carta manuscrita
Sí, hay que dejar las palabras así, claras, porque cuando se levanta el ignarus y rompe en pedazos la conciencia que tenía hasta ahora, o se aferra a lo áspero de la arena que quedaba en la lengua rota de un beso denegado o al sonido repentino de pasos sobre la escalera
De veras hace muchos años que me llegó un cuerpo femenino, hace mucho que no pude difundir mi lengua con sabor a ajo sobre lo áspero de una vulva —sigo colocando mi cuerpo peludo en las hojas de fechas que se pierden, lanzo la pelota metálica de masturbación para que ruede sobre mi cansancio que ni siquiera ha podido formar completamente
Esta forma de argumento, una sandalia olvidada hecha de neumáticos gastados, con la correa rota, ¿adónde me quiere llevar? Cuando el ignarus llena la ciudad y su fiebre como una estrella diaria —cada callejón furtivo está lleno de adolescentes que van con cicatrices de perdigón— no van a ver nunca más en su vida —en mi plumín curvado se circula una canción nostálgica— como si una moto hubiera perturbado la tarde con su ruido monstruoso —¿adónde van ustedes con la bandera larga que se llama el dolor?
Te trocearé Derrota
con la eficacia de matar a un hijo
como una piedra que destaca
en un valle soleado
La espera siempre es así —las mandíbulas rígidas
me he permanecido trepando mi propia carne
En este trozo de tiempo nunca previsto
que se llama brillantez
yo estoy clavado con quietud,
áspero como una flecha sin arco
Piensa que se llega así a tu pueblo sin genealogía, hay una tela pálida de desconfianza, tendida desde hace siglos sobre el camino que cansa —tú les preguntas ¿desde cuándo están aquí? Antes de saber la respuesta comprendes que formas parte de ese mismo pueblo, donde un caballero extranjero se quedó por esta tierra poco navegable por la falta de ganas que llega tras descansar. Esta falta de genealogía está en tu sangre. La cinta larga, como la tarde, de pelo de color negro de las mujeres y el hilo pálido de su blusa han creado tus neuronas bruscas. Antes de crear un argumento te caes dentro de las agallas del discurso del otro —comprendes que el hombre a quien se le olvidó su nasa de juncos en esta tierra de arroyos y ríos, es el mismo que sacó el licor fresco desde el cuerpo velludo de enero— después de eso nada va hacia el mundo de ganancias y pérdidas en siglos y décadas, tú quisiste llevar al cementerio que se llama el diccionario los cambios de identidad que dejaron la huella medio inconscientemente sobre el léxico. Y de esta manera subieron hacia el cielo, en el ojo del pájaro, muchos pueblos y su falta de genealogía —las puertas asfixiantemente curiosas de las innumerables ciudades pequeñas— de pronto, delante los ojos de un hombre adolescente que dormía sobre una senda en el campo, cada día al mediodía, sin depender de la estación, se levanta el ignarus asombrando todo el lugar; no se podrá pararlo con la sangre del sacrificio de animales
Caen cebos sobre la tierra y los ríos
todas las palabras no-escritas y las pronunciaciones perdidas
se congelaron y se volvieron rojos
subieron al cielo
Las frases perdidas de los siglos
caen como carne pegajosa y densa
Se oye claramente
el ruido de la competencia
y de correr sin parar
de los peces en el agua turbia
de los animales sobre el humus blando
por esa carne
El resto del mundo está tranquilo
El ignarus infladoirradia calor
tras devorar la historia larga y las palabras perdidas
Suben las mentiras una tras otra
Tienen el encanto de una branquilla
que cae del alimento sobrado de un pájaro cazador
Sobre el río y otros flujos de agua
mentiras intensas
como la primera atracción sexual se llama el amor
la repetición irónicamente errónea de la Historia
Bajan los trozos de carne
Los animales se juntan
por el aroma y codicia hacia lo eterno
Suena su arrojo en el agua turbia
Imagino su espalda de color atardecer
y su canal alimentario lleno de carne
y las promesas de nuestro mundo de pop
Cuando se levanta el ignarus
su aura se difunde sobre nuestros arroyos y ríos
como si todos los árboles de la orilla fueran de cera
Se inclinan debajo las nubes monzónicas tras ver al ignarus
sus hojas y las frutas que no llegaron a formar
tocan el agua llena de carne
Pasa la ola pesada de los animales acuáticos
inflados tras alimentarse de mentira
Me quedo dentro del aroma de mi cuerpo callado con un placer todo abrasador de la última parte del invierno, poniendo el mordisco leve y su saliva sobre la palma del momento, sobre la lengua, sobre la piel placentera de los pezones —suena un contrabajo armónico— las tardes mezcladas con palomas y las cúpulas arquitectónicas de la época turca se deslizan —de verdad no queda nada importante, con las palabras y la sintaxis la zarpa de los suspiros largos del ignarus rasguña el arena que se llama el tiempo
¿Qué significa no poder ver? ¿Acaso es el recuerdo de la orilla de un estanque? Nada crece en los recuerdos, sólo se prolonga la sombra de lo perdido —un árbol de Kadamba (2) y sus posibilidades de florecer impropiamente en la primavera ¡fueron aplastados por el ignarus!
Así los días se convierten en puntos decimales en la Historia —algunos agricultores que saltaron al agua y no volvieron; algunos campesinos que masticaron sus propias lenguas— pican como espinas. Junto con todo eso, el trozo del día brilla y nos asombra —cae sobre las cubiertas de libros que dejamos en el alféizar de las ventanas— no los podemos leer de ninguna manera —sobre el amarillo de papel se seca la cúrcuma de los días auspiciosos. Con nuestro cuerpo flaco con una barriga increíble, nuestras copulaciones que se acaban en siete minutos, con nuestros ojos traidores que ven los carteles gráficos, con nuestras proposiciones amorosas arrodilladas, intentamos levantarnos, pero el ignarus enciendeuna nueva radio, no hay ninguna noticia, sólo un túnel de canciones sin descanso —el tiempo largo de la juventud cabizbaja sin preguntas— esta mañana de salir de casa, la bombilla brillante del ignarus chupa la luz de nuestros cuerpos
Versión del bengalí del autor.
2 Kadamba: Neolamarckia cadamba, un árbol corpulento de flores redondas y amarillas que florecen normalmente en julio.