León, Castilla y León, 1968. Su libro más reciente es La tarea contraria (Liliputienses, 2021).
ERA Y NO ERA
A Miguel Casado
No son las palabras es un caballo
que invita y te rehúsa
Ni siquiera imaginas su terrible peso
al verlo venir tan veloz
Es una mole que se cierne
como una arquitectura al derrumbarse
lo que está vivo, pero como tierra
vertiéndose en la tierra
Es un instante más allá de historias, un parpadeo
o un puñado de calambres y chispas
El inesperado relámpago en una linterna infantil
Es lo que te quitan de la boca
Sobran palabras tan necesarias
Una grasa que lubrica y esclerotiza
a la vez
No soy yo ni eres tú ni siquiera ellos
Es la erosión de una forma de ser en las cosas
La luz que os pinta con el dedo el agua
en que resonáis lo que el tiempo
hace de nosotros en nuestra ausencia
No son presencias ni muertos ni gaitas
Es en ausencia un presente continuo
Es un charco en que nos beben y orinan
las bestias
La extraña delicadeza de una lengua rugosa.
HUMUS
Pica cebolla y llora, niño; la manteca y la sangre
vienen después.
Toda la mañana has oído al gocho desafinado
muere que muere
mientras lo traen berrando desde la cochera.
Has saltado cien veces el banco patíbulo
antes y después que lo fregaran.
Una segunda piel con tufo
a cuero quemado
y a tripas limpias.
Así nos cruje el cante.
Permiso para teñir la delicada tela japonesa
con este áspero invierno de montaña.
Sumerges seda en la sangre de la artesa
con las manos enfoscadas.
Seda y escoria; estiércol amontonado
cerca del humo.
Llevas a la madre de tu madre del brazo
cojeando por la carretera y eres tú quien
se cobija en el ritmo.
Jadeos de curdión contra pavura.
Lentas escenas orientales de reojo. Acaso
ver volver a un vaquero de vaca sola
a la campana.
Atisbar en el cielo ceniza
pintas de luz temblorosa
y cuatro humitos que danzan la ventisca.
Matarías por entrar.
Miedo en el vaho de la voz
porque afuera todo es lobo, madre.
Ahora pareces tú el viejo desdentado que se queja
de que el tabaco sabe a candao.
Aprendimos a hacer humo desde antiguo.
Aprendimos por la boca, como un truco
para desparecer.
Y en lo visible oyes las voces
pero afuera hay un vacío de siempre
con su temperatura exacta.
Junto a una chapa ardiente se habla de cartas escritas
en medio de la partida.
Mezclas. Un álbum de tristes naipes:
oros del hermano mayor que fue emigrante
bastos del que fusilaron y del que anduvo huido.
De la hermana clueca, poco o nada se dice
que cantaba las cuarenta
a los presentadores del televisor.
Y al que malograron en vida y malvivió endosando seguros
le campanean diez de últimas.
Se dirían pequeñas matanzas de años, puestas a curar
para pasar otro invierno.
Sota, caballo y rey. Evelio, Gelasio e Isabel.
Hermanos y parientes que no entiendes bien
y mezclas, adormilado en el escaño.
Mezcla y corta; apunta chaval; ellos y nosotros.
La mano en el mondongo y la sangre en el lebrillo.
Duerme, mi niño.
Cuatro esquinitas tiene tu fosa, cuatro fantasmas
te la guardan.
Pero arropa la ronquera del mastín en la cobija.
Hay un temblor de zapatero al que dicen cerote
y otros animales jeroglíficos que nadie nombra
por temor.
Hacen daño en el oído
los lugares más apartados del término
di Burón, di Felechas, di Yugüeros
Voznuevo, Vozmediano, di.
Duele ese lejanísimo ahí al lado a media voz.
Esas palabras de nadie tienen dueño.
Eras del norte del sur ¿de quién eras?
EL VECINO ALEGRE
(a contramano)
Vivo y no sé hasta cuándo, / muero no sé cuándo, / voy a no sé dónde, / me asombro de estar alegre.
Epitafio de Martinus Von Biberach
Siempre huele a caldo de hueso en el segundo.
Es un instante, al paso, pero te lo llevas en la tartera
del entendimiento sin querer, porque
el puro esqueleto de la vecindad
está en el aire.
Nadie conoce a nadie.
Pero quizás no sólo nos unan el olfato y el oído.
Está también la sospecha, ese hilo amargo e invisible
que entra sin llamar y nos da en la nariz.
Somos humo y humedad y eco, si vas a mirar.
Así de salvaje.
Salta a la vista que no se sabe quiénes son
y quizás vives junto a ellos
sin merecimiento.
Un miedo atávico que hace crecer la pupila
cuando te das de bruces o los ves de reojo.
Figuras discontinuas entre los árboles del bosque.
Esquivas la espesura.
Y, sin embargo, no puedes evitar
adentrarte en ese sueño común
puerta con puerta, pared contra pared.
Somos fluidos
que se mezclan sin voluntad alguna.
Es pura gravedad.
Sensual, casi erótico.
El muro poroso, esa arena quieta y erguida
hace brotar un cuerpo que se ofrece al tacto
para escuchar.
Se hacen tímpanos los dedos
tentando ese coro otro que no cesa.
Dejarse llevar por el vaivén amoroso
que mece cual madre ciega
a criatura insomne.
Cuentas y recuentas las presencias.
Alguien tararea al revés para ti
óperas bien violentas:
hay palomas en la habitación a oscuras,
gemidos impúdicos, voces de guiñol,
síncopes eléctricos, fluidos,
diminutos bricolajes,
derrumbes…
Animales todos de un zoo ilógico
rondándote como humanas panteras
escribiéndote en la espalda
con manos de mariposa.
Pongamos que por el arte de ser sábado
te conviertes en la niña que no quiere comer y llora.
O eres el borracho que le grita al televisor de madrugada.
O imitas a la vieja que reza el rosario
como si royera de noche la mesilla.
Ese run run
es una arquitectura de carracas suaves
que te sostiene a ojos cerrados
en tu placenta con mirilla.