Hotel Hastings / Eduardo Padilla

1.

Dejé la escuela y me fui a vivir a East Hastings con los demás fantasmas.
Aquel hotel-mausoleo
me abrió sus puertas
como a un hijo que vuelve de la guerra perturbado
pero lleno de gratitud.
Tres pisos de gris angostura
montada encima de una carnicería
donde las moscas bailaban en líneas  
la danza que junta a los vaqueros
bajo el hospicio
de la cabeza de cerdo
que flotaba, divina,
en el cielo del escaparate.
Cabeza de neón rosa
¿sólo a mí me cerraste el ojo?               
¿sólo yo soñé
que tú intercedías por nosotros,
los niños muertos
de East Hastings?

 

2.
Mis vecinos eran hombres y mujeres estoicos
que llevaban la cruz de Cristo
colgando del cuello y del alma.
La jeringa,
la pipa de crack
y el cuchillo improvisado
son también la cruz de Cristo.
Todos ellos se dirigían
a su propio montecillo
donde un romano diligente
y bien organizado
los ayudaría a clavarse
a una cruz que para entonces
ya sería un vago adormecimiento.

 

3.
En mi piso vive
el aprendiz de padrote.
Más allá vive el vendedor de polvos
y al final del pasillo
vive y muere
su único cliente.

Aprendo a ser sociable,
soy felizmente sociable
por primera vez en mi vida.

Conozco a todos y todos
me piden prestado.
Todos menos el carterista.
Su reputación ilumina el corredor por las noches.
El carterista es una leyenda, un artista de otro mundo.
Un iluminado que habla con las manos.
Y sus manos son más bellas
que las de un santo manierista.

 

4.
Soy el extraño.
Me han dado el último cuarto
junto a la escalera de incendios.
Quiero ser como ellos,
quiero una familia.
«No puedes ser como nosotros,
tú eres como él».
Señalan con el dedo al Hombre Invisible.
El Hombre Invisible no habla con nadie.
Se desliza con rapidez en línea recta.
Cuando gira sólo gira noventa grados.
Sólo es visto de perfil.
Va enfundado en gabardina, gorra y lentes negros.
El Hombre Invisible es un jeroglífico humano.
Un día lo seguí por la calle.
El Hombre Invisible dio vuelta en una esquina,
luego en otra y luego en otra
y caminó veloz de vuelta al hotel.
Pero por un instante lo vi quitarse las gafas:
era el doble de Dustin Hoffman.
«¿Se han dado cuenta de que el Hombre Invisible
es idéntico a Dustin Hoffman?».

Pero a nadie ahí le importaba un carajo Dustin Hoffman.

 

5.
El viejo Roger es mi nuevo abuelo.
El viejo Roger es un santo.
No me extraña en lo absoluto
que haya santos viviendo en el Hotel Hastings.

Eddy, me dice.
Eres un eddy, Eddy.
O sea,
Roger decía que era yo
un remolino.
(Rick, el albañil
que parecía un Lázaro mal resucitado,
me llamaba «El Siñorito»).

«Eddy, vamos temprano por el almuerzo.
El pájaro que madruga
recibe las mejores limosnas».
Roger era un anciano bajito,
hermoso
y pasmosamente bueno.
Le habían diagnosticado cáncer
y esperaba a la muerte
con la calma y buena cara
de un hombre que espera a que el pan
salga del horno.

 

6.
A la mitad del invierno
yo me supe afortunado
de haber cambiado la escuela
por East Hastings.
Me hice una maestría de estar parado
haciendo fila
en las cafeterías del gobierno.
Perdí la cuenta de todas las veces
que vi a Buddha
parado en la misma fila
frente a mí.
Señorito Siddhartha,
me enseñaste la paciencia del desierto
para esperar en línea
el pan y la sopa caliente
que caían del cielo cristiano
y me eran dados por canadienses angélicos,
palidísimos
y terriblemente
amables.

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