Hölderlin ante la tumba de Diotima (1802)

Marco Antonio Campos

(Ciudad de México, 1949). Su último libro de poesía es De lo poco de vida (Visor, 2016). En 2019 recibió el Premio Anton Pann en el Festival Internacional de Poesía de Bucarest.

Es mejor ser una víctima

del amor que vivir sin él.

Diotima a Hölderlin, carta

Será la última vez, Diotima, que venga aquí.
(Lo he hecho a hurtadillas para no ser visto).
Ninguno pudo amarte, no, ninguno amó tanto. 
Creo, o estoy convencido, que nadie recibió
de una mujer más bellas cartas, donde se unían 
efusión, consolación, lucidez, angustia.
¿Cuánto daría por volver a oír frases como: 
No sabes cómo te amo, Friedrich*,  o que me juzgaras 
un hombre noble, excelente, feliz. Ya no veré tu cuerpo
que los dioses cincelaron como una escultura griega.
Desde que tu marido furioso me arrojó de la casa, 
la mínima distancia del pueblo de Homburg a Frankfurt
me fue más larga que la hecha por un cruzado a Jerusalén. 
Las colinas boscosas cegaban el apartamiento.

Ya no subirás a mi cuarto ni yo bajaré al tuyo.
Ya nunca volveré a ser preceptor de tu hijo.
Tres años convivimos en la que fue tu casa, 
y desde que la dejé sólo hubo cartas 
y encuentros furtivos por dos años, hasta 
que la angustia, la ansiedad y el miedo te royeron,
y entendí que tus promesas de no cambiarme por nadie, 
de que no podría dudar nunca de ti, de que 
la felicidad sólo en mí la hallaste, de que 
aún soñabas despierta —o no— para que muriéramos juntos,
era sólo niebla que no dejaba distinguir 
los sauces a la orilla del Main. Pero la felicidad 
de los primeros tiempos, alegre y simple, 
por la que valió todo, 
                                  ya no la hubo. 
Contábamos en el ábaco elemental  
tus veintisiete años a la vera del jardín
y mis veintiséis años en la brisa de mayo.

Todo en ti era gracia e inteligencia,
espíritu elevado, dulzura en fuego.
En esos primeros tiempos de ternura
perdí la tristeza, la miseria sin fe,
y me volví alegre como águila,
más joven y más fuerte, y fui feliz.
Escribía poco pero lo hacía mejor.
Entonces sólo faltaban los amigos
en torno nuestro, para dar certeza
de la dicha: Sinclair, Neuffer y Hegel.

Hace dos años se durmió la lámpara. 
«Adiós, adiós, te doy mi bendición», 
fue de tu pluma en la carta la grafía final, 
que desleí hasta quedarme sin llanto.
No me hago a la idea que hayas muerto, 
y más, no me hago a la idea que te fueras sin mí.
Sinclair dijo que las colinas verdes 
se alejaron el veintidós de junio.
La tierra fría se abrió para la fría muerte.
Confirmo que en mi Hiperión y en la vida
moriste dos veces y en ti dos veces muero.
No, aún no creo que la mujer que parecía 
la representación ideal de la griega perfecta,  
ya no engalane ciudades alemanas.
Que el alma más puramente romántica 
no escuchará con incesantes lágrimas 
frases de amor que por cinco años dije.

¿Felicidad y acuerdo como querías?
Sólo destellos, ¿y hoy?, dolor y desvarío.
Luego de nuestros encuentros de vértigo y luz
te desesperabas diciéndome que  
no podías leer una página ni escuchar a los hijos, 
que, por demás, no iban muy bien.
Nunca, ni en los peores días, me arrepentí
de haber buscado o querido otro destino.
Soñamos en la fuga: tal vez Francia o Italia.
Sin embargo, tu marido, el banquero Gontard,
para quien Dios sólo es dios y significa dinero, 
iría tras de nosotros —decías— como un cazador fúrico
hasta volvernos animales en la oscuridad del bosque. 
Que le vaya bien, pero nunca pudo percibir
—ni percibirá— que tuvo al lado la mujer perfecta
a la que sólo dio insatisfacción.

No he estado bien, Diotima. A veces
se nublan y disgregan las ideas 
y soy incapaz de leer doce páginas, 
pero no dejo de escribir bajo los árboles 
de Baden-Würtemberg, poemas donde
se cruzan el país mítico y el país natal. 
Desolado ahora te digo, que en la hora del tránsito
te diré desde la grafía final de tu carta postrema:
 «Adiós, adiós, pero en la vasta noche,
donde estaremos para siempre juntos,
no permitiremos, de manera alguna, 
que alguien ponga la espada entre los dos.
Entonces, Diotima, habremos vencido».
 

[*] Las cursivas son frases o adaptaciones de las cartas de Susette Gontard (Diotima) a Hölderlin o de cartas inconclusas que Hölderlin no llegó a enviar o de versos de Hölderlin.

Comparte este texto: