«La espera», dice Roland Barthes, «es un encantamiento: recibí la orden de no moverme». Desde el inicio de los tiempos, el ejército ha recibido esta orden como fábula de lo que vendrá, y por ella se ha entrenado con esmero la unidad militar. La espera es un entramado de angustias: ¿cómo es el enemigo?, ¿cuáles tácticas de guerra tendrá?, ¿qué armas?, ¿cuántos serán?, ¿por dónde atacarán?, ¿cómo vencerlos para extender nuestro territorio, nuestro imperio? Asimismo, la angustia es sinónimo de la tensión, de la firme intención de que, cuando llegue el momento, uno deberá salir avante contra el otro. La espera es la imposibilidad de estar en uno mismo porque, para que la espera esté en su estado de pureza, debemos pertenecerle.
La lectura de Imperio, de Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972), echa luz sobre las interrogantes de la angustia de la espera y por igual sobre su construcción repleta de purezas y impurezas. Con impureza me refiero a las fracciones del poema que hablan de la dispersión y de las diversiones que la voz poética encuentra para evadir su espera, y, por otro lado, la pureza aparece en las fracciones donde la voz poética se queda sentada sobre la espera, en el canto. Purezas, en palabras del poema, como: «Arriba, / basamento puro, derroche de sílabas, / añicos y brotes amalgaman el tabique, / la estructura: / inclinación del canto de la casa. // ¿Cuánto sol habrá de quemar la nuca, cuánta luz padecerá el estío?» (pág. 29). O impurezas como: «De pie, él mira la suspensión de la hoja, la transparencia de la herida, quedan abajo —sotierro— el párpado testigo, el presagio» (pág. 18).
El recorrido al que nos invita Imperio está trazado sobre el límite de la resistencia: del resistir la espera del combate, el encuentro bélico, la austeridad y por último la refundación de los imperios y el imperio mayor que es la resignificación del yo poético. El canto de la casa, del pueblo, de lo sagrado. En palabras de la autora: «Aves sobrevuelan el paraíso. / Ruinas de monumentos / cascos de edificios / patios traseros invadidos de hollín. / Un hedor de grietas sacude al silencio. / Contra el único muro en pie se estrella un ave. / La huella de su sangre es emblema de devoción. // Resistencia: insistir en el pasado: memoria que clarifica» (pág. 61).
Sin embargo, la memoria que se suscribe en Imperio no es la búsqueda del tiempo perdido, de esa espera, sino precisamente lo contrario: es la espera preliminar y la espera posterior. El recuerdo, esa insistencia en el recuerdo adherido a las ruinas, se trata de un canto que estimula la reconstrucción de una ciudad, del cuerpo mismo sobre un mirador donde lo mínimo se cimienta en el miedo a la muerte, al fin del canto del batallón. Así: «El regazo del miedo ha dejado sus hábitos en la frente; ese ademán, apenas contenido, es /el mundo bajo el caparazón de las hogueras»(pág. 43).
Imperio, a ratos impresionista debido al afán del visitante o del despojado que se queda o por igual avanza sobre las ruinas, nos presenta la violencia del canto de la poeta. El libro transcurre en la tensión, sin embargo no se trata de un canto épico, pues si se le hace un reproche quizá sea que pocas veces esta tensión se rompe para convertirse en acción. Cerón construye un Imperio proveniente quizá de una poética del síntoma de la fijeza, pues exceptuando poemas como «Acaso ayer. Entre los pliegues y un arma» o «La sucesión de las cosas espléndidas», el libro es un canto concentrado hacia el interior fotográfico de una humanidad en ciernes, aún humana, pero que no por tal carácter dejará la reconstrucción de su historia sobre la de los otros. O sea: «Mi madre, sus silencios. Sentada en el patio delantero de la casa, el sol de invierno quemando sus mejillas. Callada. Los pasos rápidos de mi padre, buscando por los cuartos lo mínimo: su arma ( Browning HP-35. Trece tiros) antes de salir. Callada. El soldado que vino a preguntar cuántos hombres vivían en casa. Callada. El día que partimos, su hijo menos y yo, hacia el cuartel. Callada. La muerte de mi hermano en manos de un francotirador. Callada. Su propia muerte, callada» (pág. 74).
Aun así, la dispersión de los hechos es una apuesta para lidiar con la espera ante los otros y las ruinas mutuas. Rocío Cerón consigue articular un Imperio con luz semejante al acto de estar vivos, a la poesía y al canto del guerrero, antecesor de todos los presagios de los que somos causa.
Imperio, de Rocío Cerón.
Ediciones Monte Carmelo, Comalcalco, 2008.