«Ahí están, otra vez», dije. «Son las dos de la mañana, y ahí están, como si estuvieran corriendo una carrera».
«Por favor, querido…». La voz de Ellen tembló mientras trataba de arrastrarme nuevamente a la cama. «No empieces otra vez. ¡Yo n-no puedo resistirlo más!».
«¿Quién es el que está empezando otra vez?», dije. «Todo lo que intento hacer es descansar un poco. Sólo te pido que escuches eso. En cualquier momento perforarán el cielorraso».
«Estoy escuchando», dijo Ellen débilmente. «Lo estoy escuchando».
«¿Sabes qué pienso? Creo que son los mismos que estuvieron en el último lugar. Ellos vivían en el apartamento al lado nuestro. Y ahora están encima nuestro».
«Sí», dijo Ellen. «Oh, sí, seguro. Es lo único que tienen que hacer, seguirnos a todas partes».
«Bueno, suena como si fueran ellos. La misma mujer y sus dos niños pequeños. Ellos tenían…».
«¡Está bien! ¡Y al próximo lugar que vayamos se mudarán junto con nosotros!». Ella lanzó una carcajada histérica. «Ahora bien, acuéstate. ¿Lo harás? ¡Oh, mi Dios, querido, por favor, acuéstate y ponte a dormir!».
«¿Cómo puedo hacerlo?», le dije. «Voy a llamar al gerente».
«¡No! ¡No debes hacerlo! Sabes que… Sabes que no hay nada que él pueda hacer acerca de eso. Él te lo ha dicho y yo te he dicho que…».
«Sería mejor que hiciera algo acerca de eso», dije. «Él hará algo una vez que termine de hablar con él».
«¡No lo hagas!». Ella me arrebató el teléfono de las manos. «Yo llamaré, querido. Vete a tomar un par de píldoras para dormir».
«Bueno, está bien», dije. «Pero asegúrate de mostrarte fuerte».
«Lo haré. Ahora, por favor, vete a tomar las píldoras», me dijo, y su voz me siguió cuando me dirigía a la cocina:
«¿El señor Dorrance? Ésta es la señora Clinton, en el apartamento Tres-C… Sí, correcto, Tres-C… Lamento molestarlo, pero es necesario que usted haga que la gente que vive arriba nuestro se calme… Sí, lo están haciendo. Ciertamente lo están haciendo… Ya veo. Usted tiene que vestirse y eso le demorará un poco. Pero, tan pronto como pueda… Muchas gracias, señor Dorrance».
«¿Entonces?», dije cuando ella entró en la cocina. «¿Qué dijo?».
«Él se hará cargo de eso, tan pronto como pueda. ¿Te tomaste las píldoras, querido?».
«Me las tomé», dije, encogiéndome de hombros. «No es que me hagan nada bien. Nada me hace bien cuando empieza ese barullo».
«Te harán bien si les das una oportunidad. Ahora, retorna a la cama, y para el momento en que el señor Dorrance…».
«Querría saber cuál es el problema con esa mujer», dije. «Si ella quiere jugar con sus hijos ¿por qué no lo hace de día?».
«Por favor, querido…».
«Ella no se porta bien con ellos», dije. «Me gustan los niños. Tú sabes cuánto me gustan, Ellen. Por cierto, si algo ocurriera alguna vez con un hijo mío, yo, yo… Tú no llamaste a Dorrance, ¿no es cierto, Ellen? Sólo me hiciste creer que lo harías».
«Está bien», dijo ella con dureza. «No lo hice. ¡Y tampoco lo harás tú! Si no te preocupas por ti, al menos piensa en mí».
«Voy a parar ese barullo», dije. «Necesito dormir algo. Todos tenemos derecho a dormir, aunque sea un poco».
«¡Sí, está bien, podrás dormir un poco! ¿Cuánto tiempo crees que podrás salirte con la tuya? ¿No te das cuenta de que tuvimos suerte de poder irnos del último lugar sin… ¡No, tú no te das cuenta!».
«¿Cómo que no me doy cuenta?», pregunté, levantando la escoba. «Sólo trato de defender mis derechos, Ellen. ¡Eso es todo!».
«Sí, claro, y también eres un ciudadano, ¿no es cierto? ¡Un ciudadano malditamente conocido! Tan bien conocido que has tenido que disfrazarte con un bigote y teñirte el cabello, y… ¡No!».
«¡Tranquila!», chillé, y golpeé el cielorraso con la escoba. «¡Paren! ¡Paren!», dije, y corrí de habitación en habitación golpeando el cielorraso con la escoba. «¡Tranquilos! ¡Paren! ¡No p-puedo aguantarlo más! Yo-yo, Ellen…». Hice una pausa en la sala de estar, respirando con esfuerzo, escuchando. «Ellen, creo que eso lo solucionó».
«Sí», dijo ella. «Creo que eso lo solucionó».
«¿Qué ocurrió?», dije. «¿Cuándo te vestiste? ¿Cuánto hace que yo…?».
«Adiós», me dijo ella, abriendo la puerta. «Adiós y punto».
«No, mejor un párrafo», dijo uno de los dos hombres que entraron en el cuarto. «¿Qué está pasando aquí?».
«Es lo que me gustaría saber», dije, pasando delante de ellos para hablar con Dorrance. «¿Qué significa esto? ¿Quiénes son estos hombres?».
«Se lo había advertido», dijo Dorrance. «Se lo advertí. Le advertí que…».
«Ahórrese las palabras». Los dos hombres me estudiaron, mirándome con sospecha. «¿Cuál es su nombre, señor?».
«Clinton. Ahora…».
«Ajá. ¿Dónde está su esposa?».
«¿Mi esposa? ¿Por qué? Ésta es mi esposa, delante de sus ojos».
«Tal vez. Por cierto, debe tenerle mucha consideración. Pero estamos hablando de la otra».
«¿De la otra?», pregunté. «Yo no tengo otra esposa».
«Ajá. Y tampoco tiene dos hijos, ¿no? No, ya no los tiene más».
«Yo-yo no entiendo», dije. «Realmente me encantan los niños. Me fastidia quejarme, pero el ruido ha seguido noche tras noche… Justo encima nuestro, ¿saben?, en el apartamento Cuatro-C; una mujer y dos niños… Y yo no podía descansar y… Ustedes saben cómo es esto, ¿no? No quería causar molestia alguna, pero esto ha seguido y seguido… Siempre. No importa dónde nos mudemos: siempre es la misma mujer y sus hijos. Y…».
«No lo molestarán mucho más. Venga con nosotros. Y usted también, hermana».
«¿Ir?», pregunté. «¿A dónde? ¿Por qué?».
«Usted está arrestado. Homicidio. Triple homicidio».
«N-no», dije. «Ustedes están cometiendo un error. Estoy algo nervioso y alterado, y… ¡Dígales, Dorrance! Dígales todo lo que he tenido que pasar. Si no hubiera sido por esa familia ahí arriba, en el Cuatro-C…».
«Ya se lo dije», dijo Dorrance con cansancio. «Y también se lo dije a usted. El apartamento Cuatro-C está desocupado».
Traducción del inglés de Mario Szichman