Preparatoria 11 / 2011B
La bañera se llena de agua caliente perfumada con esencias de flores. La bata de baño se desliza por mi cuerpo. Las esencias impregnan mi piel, sensual, para ti. Me hundo en las cien hojas que se trenzan en mis cabellos. Escucho la puerta abrirse y cerrarse, o ¿fue la ventana? ¿A dónde vas?
Mi bestia azabache, tus ojos se clavan en mis pechos que asoman por la ventana, quieren detenerte. Como un niño tus mejillas se ruborizan, pero eso no impide que tu risa maléficamente provocadora ponga un nudo en mi garganta. De igual manera te vas, vuelves tu cabeza hacia el camino. Nunca habías dejado la oportunidad pasar, ¿acaso este cuerpo está muy usado? Te lo has puesto tantas veces que tal vez te queda chico, ¿o te queda grande? No, desde que dejé mi pandero colgado en el perchero el único que ha crecido eres tú, cada vez más cínico, cada vez más feroz, violentando mis sueños, aun dormida me haces gemir.
De nuevo yo en la bañera. La gitana se escucha triste, pareciera la voz que olvidé, que no volverá, así como tú.
Aún era de madrugada cuando tu partida, la ventana enfrente de mi bañera me acompañó a ver el amanecer, y casi cuando el sol estaba en su apogeo, la canción aquella me sacó de la bañera. Con un movimiento de caderas y pies al ritmo del pandero que antes hice callar, me envolví en ese vestido que tan bien me queda, bailando, pisando el suelo que fue tuyo.
Llegaste tú, no sabes qué excitante era la manera como me mirabas, ataviada con el vestido con el que me conociste, ejecutando esa danza que te hipnotiza.
Te tiraste al piso, lamiste mis pies, mis piernas, me miraste de cerca; la espada con la que bailaba tenía más sutileza en mi piel que tú. ¡Qué feliz hubiera sido quedarme así, con tu alma amarrada a mi silueta; pero gitana quisiste, gitana tendrás! Sólo te dejé caer al suelo y no me importó si al compás de mis caderas me seguías, pues abriste la jaula de tu fiera.