Frontera interior

Mariana Riestra

(Ciudad Victoria, Tamaulipas, 1998). Un texto suyo apareció antologado en el segundo volumen de «Ellipsis» (British Council México / Fundación Hay Festival de México, 2020).

¿Qué sucede cuando el cuerpo es también nuestra casa y prisión, cuando las polifonías que retumban contra nuestras entrañas y nuestra celda de piel hablan en verso, cuando no podemos taparnos los oídos, enunciar palabra alguna ni salir? El cuerpo se vuelve recipiente de recuerdos, de libros, de coplas al aire, de lugares que hemos —o no— habitado; se hace de mapas políticos, tierras de nadie y fronteras que no podemos cruzar.

En su primer libro publicado, Astrid López Méndez aborda la relación entre la lengua, la memoria, el cuerpo y la poesía mediante un ensayo autobiográfico que, en un punto, se alterna con un cuaderno de ejercicios, y que conversa con la obra de distintos autores —mayoritariamente mujeres— que van desde Sor Juana hasta Claudia Rankine. De este modo, la autora crea líneas imaginarias entre el factor descifrable de la poesía y su propia experiencia, ambos como sucesos repletos de anotaciones y simbolismos; en ese sentido, la dualidad entre el arte y la vida existe gracias al pasado.

El texto abre con una reflexión sobre la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz y parte no desde el acercamiento biografista que caracteriza a mucha de la crítica alrededor de la autora, sino a partir de la manera en que los versos fungen como vehículo de comunicación para la lengua madre. «Hombres necios», una redondilla con la que muchos de nosotros estamos probablemente familiarizados, es el medio por el cual puede decirse lo indecible, por el que se expresa la rabia femenina que ha sido histórica y sistemáticamente enjuiciada y cancelada.

Recitar esos versos en voz alta era su manera de calmar los enojos. Yo trataba de adivinar qué había sucedido. Ninguna de las dos pensaba en la poesía y era la única forma que teníamos para decirnos algo.

Las menciones a la poesía y a las palabras de autores y autoras de distintas épocas fungen como motor para el habla, aunque sea fragmentada. Así, la poesía se muestra como un lugar de articulación que va más allá de las corporalidades y sus limitantes.

El ensayo se define por su interés en retratar el dolor que atraviesa al cuerpo y que lo aleja de su entorno y, con ello, cuestiona el problema mente-cuerpo como agentes separados el uno del otro. El libro muestra la manera en que la mente y el cuerpo se alimentan mutuamente por medio del pasado y el dolor que los une. A través de su escritura, López Méndez recobra la voz que le fue quitada desde antes de nacer, debido al silencio hereditario.

Hay familias en las que cada generación va perdiendo poco a poco el habla. A veces hablar es lastimarse. Los hermanos de mi madre se volvieron mudos y los hijos de mis tías no soportan las palabras. 
Yo estoy aprendiendo a hablar.

Las narrativas personales, los secretos de familia, el dolor que se pasa de una generación a otra son aquello que el ensayo elige recordar; esta remembranza rebelde diferencia al texto. Las palabras son armas y heridas, pero exponerlas lleva a reconocer por dónde hay que empezar a sanar.

Así como Sor Juana y su poesía son un motivo constante a lo largo del ensayo, el enojo y la voz de las mujeres también lo son; para ello, López Méndez toma prestados fragmentos de textos y biografías de otras escritoras. Es así que el ensayo honra la tradición femenina y que la voz de la autora se intercala con las palabras de muchas de las mujeres que vinieron antes que ella y cuyas voces abrieron los canales desde los cuales escribimos. Elena Garro, Marianne Moore y Maya Angelou son algunos de los perfiles a los que recurre el texto para evidenciar cómo es que se le puede buscar sentido a la existencia propia por medio de la apropiación de letras y narrativas ajenas. El yo fragmentado, resguardado y alterado gracias a la lectura en Frontera interior aboga por encontrar su voz en medio de la polifonía.

Más allá de esto, el texto representa temáticas sobre violencia y memoria en el cuerpo femenino, y señala —mediante el cruce entre personas reales y personajes históricos— tanto las agresiones sufridas como las ejercidas. Esto asemeja al proceso de pensamiento y a las telarañas mentales con las que asimilamos al mundo. La memoria en el ensayo funge como una de las formas constantes que enmarcan a los fragmentos. Frontera interior inicia con un recuerdo, pero se vuelve prontamente un manifiesto testimonial sobre la infancia, la adolescencia y la juventud femenina que ejemplifica las experiencias como hija, compañera de trabajo, amiga, pareja y lectora que nos atraviesan a tantas de nosotras.

Ahora que mi madre y yo estamos aprendiendo a relacionarnos, de vez en cuando nos rasguñamos. Ninguna de las dos se altera, así confirmamos que se va acortando nuestra distancia.

El intercalado entre fragmentos que asemejan a apuntes históricos, datos llamativos sobre los procesos de escritura y la vida de diversos poetas junto con fragmentos analépticos sobre la vida de la autora, expone a una memoria corporeizada. Roberta Culbertson.[1]

sostiene que los eventos relacionados con el dolor pueden aparecer de formas sorpresivas e inconexas, aparentemente independientes de los deseos y de la consciencia de las individuas (p. 169). Es así como los recuerdos aparecen en Frontera interior, introducidos repentinamente al mismo tiempo que fungen como el hilo conductor del ensayo: el enojo y el dolor se manifiestan en el cuerpo y el pasado se vincula con el presente.

Este libro de Astrid López Méndez plantea un puente entre lo cotidiano y lo histórico, entre los recuerdos y la poesía; el arte y la vida no se imitan ni se diferencian, pero crean una amalgama desde la cual podemos preguntarnos sobre nuestro origen y nuestro futuro. El lazo que evidencia la autora entre la lengua madre y la poesía provoca una colisión desde la que nace un nuevo espacio de enunciación: ¿qué somos sino el resultado de un montón de choques cósmicos?

Ya desde su trabajo como socia fundadora de Ediciones Antílope, como editora, como tallerista y como escritora, López Méndez se distingue por buscar la creación de espacios nuevos conscientes del pasado y de los procesos que lo limitaron; este primer libro, editado por la UNAM y Alacraña, es ejemplo de esto. La obra de López Méndez conversa con el trabajo de otras autoras contemporáneas que exploran la memoria y el cuerpo como lugar de enunciación. Textos como Cuarto de azotea, de Cristina Pacheco; Entre los rotos, de Alaíde Ventura; Línea Nigra, de Jazmina Barrera, así como Frontera interior capturan la urgencia por el rescate de las narrativas personales femeninas, por hablar del dolor y del cuerpo, por nombrar lo doméstico y lo sencillo, por recordar y articular sin que nunca más se nos interrumpa

Referencias

[1] Roberta Culbertson, «Embodied Memory, Transcendence, and Telling: Recounting Trauma, Re-establishing the Self», en New Literary History, Vol. 26, No. 1, Narratives of Literature, the Arts, and Memory (invierno, 1995), pp. 169-195.

Frontera Interior, de Astrid López Méndez. UNAM / Alacraña, Ciudad de México, 2020.
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