¡El suelo es un fisgón! / Imelda Lizette Ledezma Carbajal

Ganador del VI Concurso Literario Luvina Joven, 2016
Categoría Luvina Joven / Ensayo

ACTA DEL JURADO: Es muy bonito, muy original y está casi impecablemente escrito.

¡El suelo es un fisgón! / Imelda Lizette Ledezma Carbajal
Preparatoria 7

Solo y abandonado por la falta de una sincera compañía, va formando parte de nuestras vidas poco a poco. En el día y la noche, al amanecer, durante la lluvia, en toda hora y situación, él nos sostiene. Damos cortas o largas pisadas, lentas o apresuradas; caminamos, corremos, nos caemos en él. Ahí está presente de diferentes manifestaciones naturales o artificiales: pasto, tierra, concreto, arena, piso laminado, piso de linóleo, cemento, ¡cualquiera que sea su demostración, el suelo es la sombra sola entre inmensas claridades! Y se adapta a la metamorfosis de nuestras apresuradas vidas.

A lo largo del día siente la ligera y breve compañía de nuestros pedazos de alba, de los animales libres y aventureros, del crepúsculo matutino, del claxon de los automóviles, de las voces agitadas, de las risas jóvenes, de disturbios, amoríos, regaños, peleas, asesinatos, besos, manoseos, arrestos, de todas las acciones que suceden día a día. Este suelo que nos sostiene se ha metido en nuestra cotidianidad; ha husmeado por completo toda nuestra duración, nuestro nacimiento, los primeros pasos y los últimos; las peleas entre esposos, entre hermanos, entre amigos, entre novios; engaños, traiciones; el primer día de escuela, la graduación, el primer diente caído, el matrimonio; toda nuestra vida. Observa con detalle y calla, pues disfruta ser el testigo de todos los actos que el animal de las soledades realiza. Le gusta presenciar la otra cara del tiempo y ser la puerta a la eternidad para que todos esos actos queden en su memoria, grabados, guardados. En el alto grito amarillo y en el mar de un sueño antiguo, sigue presente bajo la transparencia de las nubes con un gran puño de luz que golpea y golpea, y por las noches, simplemente se convierte en la mirada que arde.

Somos tan inconscientes de su mera presencia, vivimos tan plenos sin pensar que un completo extraño sabe más de nosotros que nosotros mismos; se ha metido hasta el fondo de nuestra vida, no ha dejado ni un pequeño hueco que no haya examinado, observado con tal delicadeza y amabilidad que no nos percatamos ni un poco. Somos conscientes de lo vivo, lo hermoso; no de lo muerto, lo callado y remoto; porque todo ese tiempo que pensamos se lo dedicamos a la claridad que transcurre, a las golondrinas que atraviesan la nada, pero nuestro latido del tiempo es tan rápido y caótico que solo nos damos cuenta de las cosas momentáneas, relevantes, y no somos conscientes de que alguien o, más bien, algo fisgonea nuestra vida, observa, la hace suya y nosotros permitimos que haga lo que se le venga en gana con nosotros, pues su vitalidad es irrelevante en nuestras vidas, pero nuestra presencia para su vida es la cosa más importante, pues a diario la experimenta, la observa con tal detalle. Mira nuestros logros, nuestras pérdidas y absolutamente todas las acciones de la culminación del día y de la noche. El suelo conoce a fondo el primer amor, el primer beso, la primera discusión, los primeros golpes. ¡El suelo es un maldito fisgón! ¡Un chismoso que se mete en nuestras vidas como las personas a las filas! Se sabe de memoria nuestro crecimiento y de cada generación que ha pisado su estructura.

Este suelo se gasta, se empolva, se ensucia, se acaba, se empieza a agrietar, el deterioro de sus años lo va expirando, pero no su alma, ¡no!, su alma sigue intacta, no se hace cenizas, no se acaba, ¡sigue viva para seguir espiándonos!, hurgando cada mínimo detallito de nuestras vidas y situaciones, pues éste es su único propósito. ¿La razón? La soledad, sí, la soledad que carcome su alma. ¿La solución? Fisgonear nuestras vidas porque él “se siente tan solo rodeado de tanta gente. Probablemente se deba a que nadie lo mira. Probablemente se deba a que todos tienen alguien con quien hablar. Probablemente se deba a que todos tienen un destino, un lugar a donde ir, un algo entre manos, excepto él.” Y se siente completo al meterse en nuestras vidas, pues le damos el permiso, le damos el “sí, entra, adelante”, pues ni siquiera lo notamos y la única manera de que siga con vida su alma azulada es el sentirse acompañado, aunque verdaderamente no lo esté.

Llena ese horrible vacío con las vidas de otras personas, creando una libertad inventada que reinventa cada día con la patria del relámpago y de la lágrima cuando nos mira cuadro a cuadro. En las noches, en las mañanas, a mediodía y a cualquier hora del grito está ahí sin que nosotros le pongamos atención. Creemos inverosímil la idea de que una cosa sin el aparente reposar de las barcas en la blanca quietud de las arenas pueda inmiscuirse en nosotros, nuestro ser, nuestra alma. Es diligente ante nuestras angustias, preguntas, dudas y certidumbres. Es eminente en su trabajo de participar en el desastre cotidiano de cada uno de nosotros. El suelo vive con parsimonia, observando, callando, sintiéndose acompañado de los seres aparentemente vivos. El suelo está dividido no solo en sus manifestaciones físicas, sino que a éstas les toca visualizar diferentes situaciones a lo largo de las horas, de los días, las semanas, los meses y los años. El pasto observa la libertad de los hombres, los animales, las flores, todo el agradecimiento a la luz, mientras que el lunar de oro avienta todo su resplandor y por las mañanas el rocío yace en él; la tierra observa como la trabajan, la pisan, la hacen, la deshacen, la acarician; observa su frescura y ve el disfrute en nosotros cuando el agua cae en ella.

El concreto ve las situaciones más cotidianas, las que ocurren por las calles desoladas, el que ve a diferentes personas sin familiarizarse mucho pues pasan miles y miles a diario. El concreto es el más solo, el que afronta la realidad, al que le arrojan piedras en la noche, el que llora abandonado, el que tiene el corazón mojado, el que no tiene chispa, ni amor ni compañía, al que sus amigos lo dejaron pues prefiere observarnos, prefiere inmiscuirse en los problemas, en los amores, en las peleas, en las traiciones, en las charlas, en las risas, en los besos, en las pasiones, ve todo como simple espectáculo de los hombres, pues es placentero para él el ver que hacemos, las situaciones que creamos, no quienes somos, pues él no se acuerda de nosotros, solo de la situación recreada una y otra y otra vez.

La arena tiene la única y fiel compañía de una suave caricia de frescura tropical; juntos, viendo a sus amigas que iluminan la noche, viendo a las personas siendo libres, felices, plenas, divirtiéndose, llenando el vacío con calorcito, aire, agua salada, mientras que el corazón amarillo broncea sus blancas pieles desabridas llenándolas de una tez roja que arde, pero disfrutan. La arena visualiza quien se sienta en ella, quien juega con ella creando hermosos castillos o enterrándose en su interior, viendo como todas esas personas brincan, juegan, nadan, leen, sueñan; la arena es la que menos sufre de soledad, pues todo el ambiente aleja el deseo sangrante.

El piso de linóleo, laminado, de vinilo, vitro piso, él sí sabe quién somos, habita en nuestro hogar como el intruso para no percatamos. Conoce nuestros nombres, nuestro cuerpo, nuestros pensamientos, conoce nuestra voz, la forma peculiar de dormir, de comer, de cepillar nuestros cabellos y el de los demás, conoce nuestros ojos, su color, su esencia, sabe identificar cada una de nuestras miradas, de nuestras expresiones, conoce a nuestros amigos y conocidos pero también a los enemigos, conoce nuestros libros favoritos, la música de preferencia y hasta a los amores imposibles que están ocultos en la mente. Fisgonea a las personas cuando se bañan, se cambian, conoce nuestro cuerpo y cada rincón que hay en él, vive en silencio mientras lo pisamos, lo ensuciamos para después limpiarlo con esmero pues queremos que las otras personas tengan una buena impresión de nuestra casa. Esta manifestación del suelo es la que más sufre, la que más llora, la del corazón negro, la de los sentimientos rotos y del alma vacía, la que tiene la única necesidad de observarnos detalle a detalle, día y noche, para sentirte tranquilo y aparentemente acompañado, para saciar el deseo de vacío en su alma, para reparar la vida que nunca tuvo ni podrá tener, pues observarnos el resquicio perfecto para llenar de falacias su inexistente vida y en donde su única solución es ¡ser un fisgón!

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