«En todo libro de poesía, por más pobre que sea, siempre hay una línea que salva. Yo quisiera ser esa línea salvable», explicó Vicente Rojo a Verónica Volkow para el texto que acompaña a Escrituras, la reunión de obra reciente (fechada entre 2006 y 2007) que el maestro de la Ruptura mexicana expuso hace algunos meses en la Galería López Quiroga, su casa exclusiva en la Ciudad de México, y que recientemente se exhibió en el Centro Cultural Casa Vallarta de la Universidad de Guadalajara.
La poética es la mirada, el idioma es el abstracto, y la traducción entre el espectador y las Escrituras se intenta desde la contemplación de la otra realidad que el pintor naturalizado mexicano (nació en Barcelona, en 1932) ha formado desde hace décadas. Quizá no haya otra serie más cercana a su celebrada labor como diseñador gráfico, a su tremenda pasión lectora o a su constancia en la abstracción, lenguaje con el que deja ahora escrito su legado. «Son letras totalmente imaginadas e ilegibles; es un alfabeto falso, y precisamente allí se encuentra su validez», explica Rojo.
La lectura y la escritura no son nada ajenas a Vicente Rojo. El artista ha sostenido una prolífica relación con las letras de la lengua castellana por su ardua labor en la edición y la dirección de arte de varios de los suplementos culturales más importantes del siglo xx en México, así como al participar en la fundación de editoriales dedicadas a la literatura. Pero la letra también subyace al código abstracto de la pintura, su lenguaje favorito. Para Juan García Ponce, quien escribió el que quizás sea el libro más bello sobre la obra del artista (Las formas de la imaginación, Fondo de Cultura Económica, 1992), la pintura de Rojo se lee en el instante en que se ve:
«Es una sensación
de equilibrio y serenidad»,
anotó, pero también advirtió que esto no significa que tal lectura sea fácil o de índole decorativa. La obra de Rojo se lee directamente: he allí una de sus grandes cualidades. Pero quien se atreva a contemplarla con calma, cautela y ánimo de reflexión, también encontrará una manifestación de gran complejidad y profundidad.
«Aspiro a que toda mi obra esté influenciada por la poesía, pero no sé si lo logro».
Rojo parte de un ingrediente convencional: puede ser un poema, a veces un recuerdo, o un país o una escena que quedaron en su memoria. Y lo hace sobre un sencillo principio: «Aspiro a que toda mi obra esté influenciada por la poesía, pero no sé si lo logro». Y es que «trabajo» significa una labor «en rotación», como afirmó alguna vez. Cada serie es un grupo de cuadros, pero también una sola pieza visual. Es un recorrido en varios capítulos, pero también una sola escena. Su pintura no posee un espíritu narrativo; tampoco intenta describirse o descifrarse en imágenes fáciles con las que el lector se identifique. Su pintura es abstracta: ésa es su materia, su lenguaje, su reflexión, su motivo e incluso su objetivo. No puede medirse o descifrarse con ningún idioma conocido, sólo puede encontrarse con las sensaciones, y en cada lector los resultados siempre son diferentes. Sus cuadros no son una reflexión, son su resultado, y lo que resulta es la materia como revelación, como un elemento vivo, eternamente cambiante y en transformación perpetua. «Escrituras nació a finales de 2006 y principios de 2007, continúa mi trabajo sin bocetos previos, sólo breves esquemas que nunca se trasladan al lienzo como los planeo, llegan allí de otra manera completamente diferente, y son dos partes, una de, claro, Escrituras, y otra de Frases, todas hechas de manera rotatoria», resume.
Cada cuadro de Rojo explica la realidad y sus misterios creando otra realidad, una alterna que se lee en líneas, espacios, silencios y colores, ahora también en códigos secretos. «La pintura abstracta se refiere a invisibles estados interiores, o simplemente, a sí misma», escribió Anna Moszynska. Rojo se deja en el cuadro, como todo artista, pero no busca que el espectador lo encuentre. Es silencio.
«Rojo calla para que la materia hable», afirmó García Ponce: su obra no funciona como una síntesis o una abstracción de la realidad, nuestra realidad; más bien «intenta revelar la realidad desde adentro sin destruir su misterio, pero haciéndonos ver la serena belleza de un orden que él estableció».
El rojo no es su color, aunque lo lleve en el apellido. Lo suyo desde los años cincuenta —cuando se inscribió al turno nocturno del curso de pintura en La Esmeralda, y desde antes de integrar el grupo que sería conocido como de la Ruptura (por cierto, Rojo aclara que más que de «ruptura», su generación fue de «apertura», porque «ya existían Tamayo, Mérida, Soriano, Coronel o Gerzso, cuando llegó mi generación ya estaban todos estos antecedentes, ellos fueron mis maestros, en ellos me apoyé»)— es la línea, los escenarios vacíos y las figuras geométricas. Rojo vuelve a las formas primarias, a las formas que forman las formas pero sin necesidad de transitar por la figura, para romper las reglas establecidas y desde allí volverse contemporáneo.
«…sólo breves esquemas que nunca se trasladan
al lienzo como los planeo».
«Su lenguaje sólo es comunicable llegándonos a través de la vista en términos puramente emocionales».
Juan García Ponce
La historia dice que Vicente Rojo comenzó con la figura, pero lo que queda en los anaqueles de la crítica es sólo su labor abstracta; desde allí, según los que saben, comienza su carrera visual. En 1965 expuso Señales, su primera etapa de colores oscuros en contraste con intensos rosas, azules y violetas, violentos y de gran impacto, en lienzos donde ya aparecían las figuras geométricas, su sello particular. En 1970 surgió Negaciones, con todo y la letra T como estructura y el juego con volúmenes. En 1976 se exhibió Recuerdos, repletos de puntos y líneas. En 1981 apareció su serie más celebrada, México bajo la lluvia, basada en diagonales y con el aspecto de los trenzados y bordados indígenas —dicen que inspirado en un día de lluvia en Tonantzintla. Parte de esa serie son las máscaras, donde ya surge el relieve, utilizando cartón, hasta que en 1984 comenzó con la escultura en una serie larga de volcanes.
Escenarios fluyó en 1990: es su serie más larga, «uno de los conjuntos más extraordinarios del arte iberoamericano», escribió Antonio Saura. Y en 2006 comenzó Escrituras, un manifiesto pictórico inspirado en sus lecturas pero escrito en abstracto. Hay frases en tinta china, escrituras antiguas sobre tela, sobre pizarra negra (dice Rojo que en España los pizarrones son negros, no verdes como en México); escrituras veladas, encontradas y en el tiempo. Ahora las figuras geométricas se transforman en códigos indescifrables que emergieron de su libertad de trabajo. Lo suyo es un ejercicio de escritura formal y organizada, como toda su obra, y ¿en qué otro idioma podría haber escrito Vicente Rojo? Sólo en el de las sensaciones, los impulsos y la intensa pasión por el orden exacto: en abstracto. Allí encuentra la claridad suficiente para escribir, para leerse.
Cada cuadro contiene una especie de poética, de manifiesto sobre lo que significa la pintura. Quizá en estos renglones, los que dividen por la mitad cada una de las 32 piezas, se pueda descifrar el gran misterio de esa magia que sucede entre un buen cuadro abstracto y cualquier espectador. En cada cuadro de Rojo también se contempla una revelación, un poema, una autobiografía y una idea, todo esto porque el artista ha logrado crear una realidad alterna: una donde lo oculto, el silencio de lo que conocemos, de la figura o las letras de un alfabeto reconocible, dicen más de lo que parece. Los medios de este lenguaje: la línea, el movimiento, la geometría y el color, la contraposición, el contraste, la repetición y el relieve, sin principio y sin final, por su naturaleza rotativa: siempre cambian y evolucionan, puntuales al tiempo de esta otra realidad. «Su lenguaje sólo es comunicable llegándonos a través de la vista en términos puramente emocionales. Se nos transmite un contenido de experiencias, sin duda alguna, pero sólo a condición de que aceptemos que ese contenido de experiencia no está presente en el cuadro más que absorbido por completo por la imagen», sentenció García Ponce. Y sí. Las Escrituras de Vicente Rojo sí salvan, igual que un poema, pero uno muy bueno.
Dolores Garnica
Fotografías de Rafael Doniz, por cortesía de la Galería López Quiroga.
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