(Amán, Jordania, 1966). En 2017 recibió el Premio de Literatura de la Unión Europea por su novela «Exodus of the Storks» (Peter Owen Publishers, 2022).
PRIMERO PIERDES FAMILIA, amigos, lugares, recuerdos, y después de un tiempo enfrentas la gran pregunta: ¿Quién soy? A partir de aquí comienza la búsqueda por desmantelar las difíciles preguntas. El viaje con frecuencia acaba sin obtener las respuestas, ni para la cuestión de la identidad ni sobre las mayores preguntas sobre la existencia misma. Sea un exilio voluntario o involuntario, la sensación de pérdida del exilio hace que nos sintamos fuera del círculo íntimo de la pertenencia humana.
El exilio es extrañamente persuasivo pero terrible de experimentar. Es una fisura incurable entre un ser humano y su tierra natal, entre el ser y el verdadero ser. Es «el más triste de los destinos», como lo describió Edward Said, porque no es fácil reconciliarse con el exilio, no importa qué tan cómoda esté la persona, ni siquiera después de regresar a la patria. Es casi imposible recuperar todas las memorias previas que se desvanecieron con el tiempo. A partir de aquí uno se vuelve tenso, esquizofrénico, sospechoso contra la identidad.
El término exilio aflige y confunde extremadamente. Como muchos otros, cuando dejé mi país natal creí que la alienación sería por un número limitado de años, pero la residencia duró décadas, y el exilio se convirtió en un lugar de residencia permanente. En el pasado el fenómeno de alineación era temporal, pero ahora casi se ha convertido en una migración permanente.
Si el exilio se ha definido de forma idiomática como un lugar en el cual buscar refugio, entonces hay diferentes tipos. Este concepto no se restringe a aspectos espaciales, sino que incluye numerosas fases de la vida. Un escritor puede no estar sometido al exilio, sino más bien a la esencia de la creatividad del exilio. Cuando sólo un hilo separa la vida y la muerte, el renacimiento viene del vientre de la muerte misma. Ésta es una experiencia que tiene un efecto poderoso en el alma y hace que una persona vea las cosas de manera diferente. La existencia misma se vuelve la más grande motivación para escribir.
¿Quién es el escritor exiliado? No es necesariamente la persona que vaga en otros países, más bien aquella que ronda su tierra natal sin deshacerse del sentimiento de alienación mientras vaga por las esquinas de su patria. El escritor exiliado es aquel que busca una manera de acomodar la ansiedad de pertenencia en su vida, es el eterno buscador de paz sabiendo que la paz puede ser imposible, y que su país natal quizá se convierta en una mercancía hecha por fronteras de seguridad o partidos nacionales, en aras de la ilusión de que el individuo es hijo de determinado lugar. El escritor exiliado es aquel que se rehúsa a ver la patria meramente como un pedazo de tierra en el cual las almas están ceñidas, o como mera fidelidad a valores inventados por la autoridad para ejercer su poder coercitivo sobre sus llamados ciudadanos.
También hay una confusión entre el concepto de exilio y asilo, y esto es, en mi opinión, un asunto reciente. Históricamente ha habido una separación entre los dos conceptos. El primero refiere a un exilio personal que por lo regular le sucede a intelectuales de forma individual por razones políticas, mientras que el segundo le ocurre a colectivos de personas por razones de seguridad o guerras. Ha existido una separación intelectual entre los dos conceptos, y lo que ahora vemos es el uso de ambos de modo intercambiable. Esto es de señalarse y genera cuestionamientos sobre la similitud entre el exilio y el asilo, y su relación con los temas de pérdida y escritura.
Escribir en el exilio es una forma de protesta y resistencia contra situaciones de diáspora y pérdida, un estado de confrontación, reformación del presente según la visión del mundo del autor. El exilio le provee a una persona un espacio de autocontemplación. Es un espejo que refleja el pasado, presente y futuro. El exilio necesariamente provoca nostalgia y anhelo de memorias y días pasados, acaso también activa herramientas para cambiar y acercarnos a la realidad desde una nueva perspectiva, especialmente cuando ser errante con frecuencia se describe como «invadir el mundo». Un viajero exiliado quizá sea un invasor.
En el exilio, una persona siempre está en un estado de ansiedad constante. Yo le llamo «ansiedad benigna», porque enciende una chispa de creatividad. Cuando los caminos de vuelta a la tierra natal se estrecharon para mí, encontré en la escritura algo más que una patria.
Escribir en el exilio deriva su sustancia de la alienación y el extrañamiento, y el conflicto entre dos distintas identidades; aun así es una escritura reveladora basada en la premisa de desmontar la identidad propia, proponiendo una identidad gris compuesta de muchos elementos. Es una escritura producida por seres humanos para seres humanos. Este tipo de escritura cruza fronteras culturales, geográficas, históricas y religiosas, y trasciende la trivialidad expandiendo las circunstancias del exilio con crudeza y franqueza, sea para los desplazados o para los locales; pero por otra parte es una escritura que se distancia del odio, el aborrecimiento y la intolerancia.
El exilio fue un ingrediente importante de muchas experiencias literarias renombradas y grandes obras poéticas. Inspiró autores con muchas paradojas para mantenerse en el borde peligroso, el borde del anhelo, el borde de la locura, el borde de la muerte, el borde de la vida.
La relación del exilio con la escritura ha sido la columna vertebral de muchos escritores que han probado la amargura del exilio, sea forzado o voluntario, ambos con sus rituales y manifestaciones. La historia de la literatura está repleta de textos sobre el exilio. Escritores y pensadores se han esforzado por analizar qué significa el exilio y diseccionar su realidad, la diáspora y la alienación, y cómo el exilio continúa siendo un castigo renovado, tal vez a veces más duro que el encarcelamiento, porque el exiliado se encuentra como un extraño alejado de su tierra y de su entorno social, de modo que nada puede compensar lo que ha perdido. Cualquier consuelo de la belleza de la naturaleza o de la bondad de las personas es sólo una especie de paliativo, motivo de perseverancia y necesidad de continuidad.
Muchos estarían de acuerdo en que la escritura en sí misma es un estado de alienación y un distanciamiento de lo ordinario y lo familiar. Un viaje por mundos distantes menos ruidosos y turbulentos de los fallos de la realidad. No es sorprendente ver a escritores que escriben desde su tierra y expresan el exilio en su obra. Esto confirma que el extrañamiento es espiritual y no sólo espacial. El exilio del escritor es, por tanto, espacial tanto como espiritual y emocional.
La escritura, en general, suele plantear preguntas, pero no tiene por qué responderlas. Nadie puede afirmar que su obra literaria esté completa. Me gustaría creer que no existe una obra literaria completa, ya que las deficiencias son características humanas conocidas, y la perfección sigue siendo un requisito perdido en un paraíso inalcanzable.
De pronto surge espontáneamente una gran pregunta: ¿Por qué escribimos, en principio? ¿Para escapar de la realidad distópica y miserable? ¿O para refugiarnos en mundos lejanos menos estridentes y agitados? ¿Para vencer a la muerte? ¿O para aliviar el peso de la vida y gritarle como grita el recién nacido por primera vez? No sé si el miedo y la muerte son la mayor motivación para escribir. Siempre me he preguntado qué puede decir la literatura de cara a la destrucción y el caos en que vive la humanidad. Por otra parte, si los escritores no expresan este dolor, ¿entonces quién? No cabe duda de que, por lo general, escribir no es un placer ni un lujo, sino más bien una obligación que parece fácil pero a la vez reticente.
El exilio también es volátil, una bomba de tiempo que podría matar al exiliado. Los escritores se esfuerzan por determinar el momento y el alcance de la explosión, y a menudo no consiguen captar sus articulaciones ni controlar sus partes, lo que los convierte en arriesgados en el peligroso juego de la vida. La constante ansiedad y nerviosismo se renuevan según el tiempo y lugar.
La escritura del exilio es un tipo de autoanálisis, aunque se caracteriza por la ansiedad existencial, el descontento generalizado y la disidencia rebelde. El exiliado no está integrado en la nueva sociedad en pleno, ni es capaz de cortar la conexión con su sociedad original.
Hay escritores que eligen el exilio como lugar para respirar, para crear su obra. Lo encuentran más misericordioso que su patria, que no podía acogerlos ni aceptar su opinión, con gobernantes que trataban de encarcelarlos, combatirlos o restringirlos, empujándolos al exilio elegido. La amenaza que se les impone alcanza a veces el peligro de liquidación o asesinato. La historia, cercana y lejana, fue testigo de casos de escritores que pagaron con la vida su posición, y quizá por su «buena fe» en su asesino.
Las revoluciones árabes, por ejemplo, pusieron en evidencia a la escritura y a los escritores y demostraron que el verdadero exilio se mide por la distancia que los autores toman de sus compatriotas y qué tanto son solidarios con el asesino. Alejarse de los miedos, el dolor, las esperanzas, los sueños y los delirios de la gente constituye la paradoja más cruel del exilio, un exilio que aprieta la escritura hasta asfixiarla y despojarla de su aura y sus valores anticipados. Cualquier escritura que no se acerque a lo que está sucediendo en términos de devastación y tragedias se convierte en marginal y sospechosa. Las obras de ficción ya no se procuran en el mundo árabe ante las actuales devastadoras circunstancias. El arte en general tiene el papel de ser la conciencia de la sociedad y de ser su honesto espejo. Se espera que los escritores reflejen este penar. Resulta inconcebible escribir sobre flores y amor mientras las escenas de sangre dominan por doquier.
Desde mi humilde punto de vista, el exilio me permitió abrir más de una puerta, producir mis mejores escritos, porque brotaban de la magia de las profundidades, llegar a miles de lectores en los países árabes y en todo el mundo, pasar por el tamiz de la traducción sin pasaporte ni visa, y entrar en las capitales más bellas del mundo.
El exilio me permitió ver ciudades hechas por la vida y soñar cientos de sueños en los que las pesadillas no eran más que acciones fugaces. El exilio me enseñó que no hay nada como sentarse en un balcón de cualquier ciudad del mundo, tomar un café sin pensar lo más mínimo en lo que te rodea contemplando una puesta de sol que se desvanece en un índigo mar, que recuerda tu mundo lingüístico que nunca muere. La felicidad no requiere mucho, sólo amor, generosidad y un poco de libertad. Es verdad que perdí una tierra que hirió gravemente mi memoria, pero gané una gran patria, que es la patria de la escritura. Mi única y última tierra
Traducción del inglés de Jorge Alberto Pérez.