Es difí­cil / Raymundo Ruiz

Es difícil creer que hoy como ayer, como hace algunos años, no es igual. Es difícil creer que estos días pasarán. Que era suficiente, salir de casa, caminar una cuadra para llegar al mercado IV Centenario y tener al alcance de la mano comida mexicana, pan dulce recién horneado, café en la cafetería Axolote, fruta en la frutería del chino. Ahora en su lugar veo árboles, jardines, casas -llamadas acá “cabañas”-, y veo el lago El Nogal que parece una gran gota de agua. Hoy, como ayer, como hace algunos años, me desperté temprano para escribir, pero esta vez fue como hace diez años. En medio de la escritura vi su rostro y al ver su mirada tuve miedo y al mismo tiempo supe que era lo mejor que me había sucedido. Es difícil creer.
      Es difícil creer que hoy como ayer, como hace algunos años, no es igual. Es difícil creer que estos días pasarán. Que la rutina que llevaba durante años será, otra vez, la nueva rutina, y que pasará el olor del cloro y del alcohol y del desinfectante. Que ya no habrá que recorrer un largo camino hasta el pueblo para comprar lo necesario para una semana más de aislamiento, que pasará el sonido de los pequeños pies de mis hijos anunciando que están cerca de mí cuando estoy precisamente ante una gran idea, que pasarán los sonidos de la blanca noche, la silueta fantástica de Dulce acercándose a mí, por la mañana, por la tarde. Es difícil creer que un día ya no sentiré su mano en mi hombro para decirme que la comida está lista. Es difícil creer que dejaré de tener ese respeto humillante por todo lo que se acerque a mi familia; pasará, como tiene que ser, todo esto pasará.
      Es difícil creer que hoy como ayer, como hace algunos años, no es igual. Es difícil creer que estos días pasarán. Es difícil creer que el sábado era el día en que limpiábamos la casa y que luego de terminar la jornada laboral de cada día deseaba, más que cualquier otra cosa en el mundo, regresar a casa. Es difícil creer que algún día habrá otra vez el día familiar en que íbamos a cualquier lugar que mis hijos escogieran.
      Es difícil creer que hoy como ayer, como hace algunos años, no es igual. Es difícil creer que estos días pasarán. Es difícil creer que un día, no hace mucho, deseaba tener un cobertizo de escritura en el mismo jardín de mi casa. Y que ese cobertizo era el habitante extraño entre la naturaleza del lugar. Y dentro del cobertizo de escritura había libreros con libros, una mesita con café, agua y fruta, una mesa de trabajo, una computadora, libretas, plumas, y me imaginaba envuelto por el viento fresco al entrar por la ventana, y que escribía y leía tanto como yo quería. Es difícil creer que ese día haya llegado: escribo en mi mesa de trabajo, con mi computadora, detrás de mí hay libreros con libros, a mi lado derecho está una mesa y en ella libretas y hojas sueltas, ordenadas de acuerdo al proyecto; hay plumas, una mesita con café, agua y frutas; más al fondo hay otro librero con más libros y está la ventana abierta por la que entra el viento fresco que viene desde el lago El Nogal, me dejo envolver por el viento fresco, y leo todo cuanto yo quiero, y escribo tanto como yo quiero, aquí en este cobertizo de escritura.
      Es difícil creer que hoy como ayer, como hace algunos años, no es igual. Es difícil creer que estos días pasarán. En el aislamiento se piensa –pienso- que la fe también se aísla por momentos –como si fuese la sombra de uno mismo-, y surge el temor de que gane el temor. Hay temor de que las cosas puedan salir mal, romperse: romperse la computadora, romperse un vidrio, romperse el sueldo, romperse uno, romperse mi esposa, uno de mis hijos, o todo nosotros. Romperse mi madre, que le gane el peso de los años, que la doble el peso de todo aquello que vivió.
      Es difícil creer que hoy como ayer, como hace algunos años, no es igual. Es difícil creer que estos días pasarán. Es difícil creer que estuve a punto de enviar una novela. Sólo faltaba dar clic al botón de enviar para que el archivo con más de 300 páginas que estaba anexo hubiera llegado al editor. No lo hice. Sucedió cuando los gobiernos dictaminaron que la mejor manera de obstaculizar la expansión del bicho sería implementar el aislamiento -de manera políticamente correcta-. Es difícil creer que algo me salvó de una mala experiencia -pero lo creo-. Lo creo porque si la editorial hubiese recibido con agrado el proyecto, ahí se hubiese quedado porque ahora la producción mundial ya no es igual que hace cinco meses. Espera, Raymundo, hubiera dicho el editor, seguro se publica, hay que esperar a que esta situación termine –no lo sé, lo imagino-. Y yo, con la impaciencia que tengo, hubiera entrado en una zona incómoda, frágil. Lo que me hubiera llevado a una disposición mental que va en contra de la escritura. Sucedió, al final no lo envié. No envié la manifestación material de un trabajo intenso de meses en los que se acumularon ideas, reflexiones, estructuras y reestructuras, todo escondido entre personajes y tramas. Guardé el archivo. Regresé a él una semana después y al releerlo supe que debía extender el tiempo dedicado a la edición, leía entre líneas que necesitaba ser más exigente, aunque nunca he sido laxo conmigo mismo. ¿Es difícil creer? Yo lo creo,
      Es difícil creer que hoy como ayer, como hace algunos años, no es igual. Es difícil creer que estos días pasarán. Todo esto pasará.

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