Escuela Preparatoria 5 / 2020 A
¿Saben cuál es la ventaja de estar loco y ser consciente de ello? Que ahora estoy a dos metros del bastardo que en breve me matará, puedo imaginar que estoy escribiendo un diario, una nota antes de morir, una nota que mi enfermero favorito, Samuel, leería… Samuel es lo más parecido que tengo a un ser querido o familiar. No profundizaré en ello, pero una vez que me diagnosticaron esquizofrenia paranoide, la mujer que se hacía llamar mi madre huyó. (Si llegas a leer esto, quiero decir que lo siento y lamento el incidente del martillo.) Claro, no leerás esto jamás. Es muy gracioso porque en realidad no estoy en la pulcra biblioteca que veo entre parpadeos. Tampoco estoy escribiendo ninguna carta; estoy atado con cadenas al cajón de una camioneta. Puede que sea un efecto de la última pastilla de aripiprazol, pero en realidad puedo escuchar el croar de ranas. Hablando del aripiprazol… ¡maldición!, esa última dosis hace cuatro horas me dejó jodido, estoy aturdido de pies a cabeza y con la vista borrosa. ¡Maldita sea! es la primera vez que extraño dormir. Por primera vez en dos meses. Odio este fármaco, pero me gusta su linda caja verde. Samuel, el enfermero, se suele referir a ella como la caja color verde vómito, y eso es extremadamente gracioso porque yo jamás he vomitado de ese color, es muy gracioso.
Sin más que decir, me despido. No diré el nombre de mi captor porque no lo reconocí, ya saben, la vista borrosa por efecto del medicamento. Bueno, ya no importa, yo sabía que vendrían por mí. Por fortuna le dije a Samuel, él sabrá que hacer, pero por desgracia no creo que sepa dónde empezar a buscar. A juzgar por el croar de las ranas estamos en las Ciénegas del sur, a hora y media de Winslet, el pequeño pueblo que me vio nacer, mi lindo lugar en el infierno. Adoro ese lugar; su maldita gente se puede ir al carajo, pero ese lugar es especial. La camioneta se acaba de detener; dejaré de pretender que escribo esta carta, mis muñecas sangran sobre la lámina de la camioneta.
Con mucho cariño, Ben Crews.
Con esa frase despido la carta, mientras mi sonrisa me delata. Ahora que sé que estoy loco, ninguna alucinación me controla; de hecho, ya no las llamo así, ahora las llamo piezas de cielo. Son mis escapes; piezas musicales, piezas de libertad. Ahora camino entre paredes y ya no me encandilan. Ahora soy yo quien posee esa luz estroboscópica de mi inconsciente. Creí que tendría miedo una vez que llegara la hora, pero no siento miedo desde hace años. Esperaba poder sentir miedo por última vez; es una lástima. Mientras pienso en eso, el motor de la camioneta se apaga. Apenas me he percatado; el conductor salió del camino y se adentró un par de minutos en el descampado. Bajó del vehículo hasta llegar a la escotilla del cajón de la camioneta, la abrió y tiró de mi camisa de fuerza Bohr. Da un último jalón y caigo de espaldas al fango.
- Lindas botas impermeables, doctor Carpenter, pero esa bufanda es horrible —digo, mientras intento levantarme del húmedo suelo—. ¿Por qué molestarse en ocultarme su identidad?
- No es por ti, es por ellos —dijo, señalando un letrero en la señal que decía “Caseta policiaca a 1.5 km”—, no quiero que un maldito campesino o policía rural me reconozca, suponiendo que te encuentren.
Una vez que me puse de pie, lo miré de frente.
- Si le soy honesto, doctor, no sé si esta es una alucinación.
- Vamos, Ben, tú siempre sabes si lo es. Fui tu doctor por cinco meses y sé que mientes. Ahora toma esa pala y camina —dijo apuntando hacia el asiento. Después de tomarla, camino tras el doctor.
La oscura Ciénega era débilmente iluminada por la linterna de mano del doctor. Apenas podía ver los faros de la camioneta a mis espaldas; la hierba era alta, por lo tanto, el doctor Carpenter debía cortarla con un largo machete billhook.
- Lindo lugar, ¿no? -preguntó el doctor mientras con esfuerzos golpeaba las grandes hojas del pastizal.
- ¿A dónde vamos?
- Esa es una gran pregunta, mi amigo. Hoy acabaremos con la vida de un monstruo: tú -dijo sin voltear siquiera.
- ¿Está consciente de que me dio una pala? Sin problemas podría golpearlo hasta la muerte.
- No lo harías
- ¿Cree que no tendría el valor de matar a un anciano asqueroso?
- Claro que sí, lo tienes, pero no lo harás. ¿Te diste cuenta de que en todo el camino abierta dejé la ventana trasera de la camioneta? De un golpe me pudiste haber matado, tú tienes apenas 26 años mientras yo 64 y al menos 20 kilos de musculatura menos que tú. No me matarás, ya lo habrías hecho. Quieres llevar esto al límite, quieres sentir el miedo, quieres que tu instinto más básico de autopreservación grite desde tus entrañas para así lograr que tu arrogante trasero vuelva a sentir algo.
No hablamos en los siguientes 15 minutos; era cierto, estaba disgustado, pero en serio necesito esto. Tal vez después de que me ponga el revólver en la frente derribe al anciano y en algún lugar lejos de la mano de Dios lo mate poco a poco. Yo en serio necesitaba sentir esto.
- Yo sabía que usted debía estar loco para trabajar con locos, pero nunca imaginé cuán enferma está su mente. ¿No debería tratar de ayudarnos?
- Yo sólo atiendo y ayudo a personas. Tú eres menos que un animal, un insecto… tal vez una mosca —dijo sonriendo, pero sin verme.
La maleza ya no era tan alta y se escuchaba el fluir del agua.
- Usted, me solía llamar “sociópata” y ahora me llama “mosca”, entonces eso lo convierte en una “larva”, porque incluso para matar a alguien se requiere un cierto grado de inmundicia, lo que usted llama locura. Al matarme, su suciedad crecerá hasta volverlo loco. Entonces una repugnante larva eclosionará y saldrá una mosca, e incluso tendrá un doctor como ahora lo es usted, si es que vive para entonces —el doctor se detuvo en seco, se acercó a mí y me golpeó en la mandíbula. No fue realmente fuerte, pero sí me aturdió un poco.
- Escúchame bien, maldita plaga, tú y yo no somos iguales en lo absoluto. Nadie cuerdo es igual a ti. Tú mataste a la pequeña hija de los Madison. Mientras tratabas de escapar disparaste en la pierna a la señora Trainor intentando robar su auto y amedrentaste a golpes a su hijo de 16 años en el estacionamiento, sin mencionar que a los 17 años le moliste un dedo a tu madre con un martillo. Suerte para ti que ya tenías antecedentes psiquiátricos, de lo contrario estarías tras una oxidada reja en prisión. ¡No mereces la atención de paciente!, arrogante sociópata, hoy esto se acaba. ¡Levántate, ya casi llegamos!
- Estamos cerca del arroyo de aguas residuales de Winslet, ¿no? —él sólo asintió mientras permanecía parado de espaldas a mí, obviamente tratando de calmarse.
- Es gracioso, ¿no le parece? Hablo de que usted dice que una persona cuerda jamás será como yo, pero como dije, yo soy una mosca, una asquerosa mosca. Pero no es de extrañarse, vivimos entre larvas y moscas, gente que poco a poco se corrompe hasta convertirse en lo que ahora soy: una mosca. Cárceles llenas de moscas, calles llenas de larvas, ¿qué diferencia hay? Todas caminan hacia el mismo destino. La única razón por la que no todos llegan a ser como yo es porque no viven lo suficiente. Es una lástima que no viviré para verlo eclosionar a usted.
Decía la verdad, no lo vería convertirse en un asesino ya que el querido doctor Carpenter moriría lenta y prontamente, y aquí viene lo más gracioso.
—Doctor, moriré en aguas residuales, incluso este maloliente lugar es con creces más salubre que el mundo. Usted morirá en un lugar aun más sucio que yo, su propia casa.
- ¿No me oíste? ¡Camina!
Llegamos a la orilla del nauseabundo riachuelo, la arena en esa parte era fina y sin muchas piedras. La luna reflejaba un tenue espectro en el agua, las nubes apenas la dejaban ver. Esa noche no habría estrellas.
- Haz una zanja donde tú quieras, después de todo ahí se pudrirá tu cuerpo.
- ¿Me daría ese privilegio, doctor?
- Haz lo que te digo y cierra tu sarcástica boca.
Me puse a apalear el suelo por 15 minutos, la arena era suave, así que fue fácil removerla para hacer una zanja de metro y medio de altura.
- ¿Se da cuenta de que Samuel sabe que usted fue quien me secuestró y me matará?
- Muy gracioso, pero tú sabes que no existe ningún enfermero llamado Samuel.
- Sí, pero ¿qué más da? Si algo es real o no, lo es el tiempo que nos acompaña. Es lo que importa. He aprendido estando loco; los amigos imaginarios pueden ser tan reales como cualquier medicamento, incluso como usted o como yo… Termine.
- Fantástico, antes de terminar con la tarea permíteme orinar —se dio la vuelta y se bajó el cierre de los pantalones para luego soltar un chorro de orines, mientras yo repasaba el plan para dejarlo inconsciente. Primero lo noquearé. De aquí a la camioneta, corriendo, son por menos 40 minutos. Volveré con la camioneta y subiré el cuerpo, después iré a las bodegas abandonadas de la calle Ramsey y ahí me divertiré un poco con esta larva. Tal vez empiece con sus dedos, hace mucho que no tomo una segueta.
- ¿Podría apurarse? Si no puede orinar tal vez tenga un problema en la próstata…
¡BANG! El doctor se había dado la vuelta rápidamente, con el rifle en mano, y la bala atravesó mi rodilla. El dolor fue inconmensurable. Invadió mi cuerpo, quise gritar, pero no había aire que saliera de mi garganta. El doctor giró el tambor, cargó y disparó. La segunda bala fue a dar a mi muslo, estaba hincado, temblando de dolor, él se acercó, guardó la pistola y saco el machete.
- ¿Sabes? Tenía dos machetes más, pero decidí traer este modelo billhook por su forma. Este machete es para ti —me susurro al oído, pero apenas lo pude escuchar, el dolor era intenso.
Esta noche, juez y culpable se presentan ante el cielo nocturno para aceptar sus destinos. El culpable morirá y el juez se convertirá en verdugo. Descargó el machete sobre mi hombro y grité de dolor; incluso creí sentir el crujir de mi clavícula al momento de que sacó el machete.
—Hoy morirá un hijo caído de la humanidad.
Entonces volvió a descargar su arma contra mi otro hombro, esta vez con menos fuerza, para romper mi otra clavícula, pero haciendo mucho daño al músculo espinoso de mi hombro. Ahora mi grito sólo fue un gemido apagado.
—Pido disculpas al mundo por el daño que este monstruo provocó y me comprometo…
Levantó de nuevo el machete. Sudaba.
—…a no volver…
Me descubrí sollozando. Ya no sentía miedo, sentía pánico. Noté que una mosca se paró en mis sangrantes muñecas.
— …¡a matar jamás!
Descargó el arma en mi cabeza y yo dejé de existir cuando la mosca voló.