La niña que se ahogó en un libro / Mariana Isabel Cayeros Parra

Escuela Preparatoria 5 / 2020 A

Es increíble que la soledad sea lo único que logres sentir en una situación así, mientras la oscuridad te arrastra más y más al fondo y el frío inmoviliza tus dedos. No, ella no está siendo arrastrada, está siendo consumida. Es increíble que empieces a recordar en tu último suspiro de vida.
     Las personas malas reciben castigos por sus pecados, todo el mundo le decía eso. No solo a ella, sino a todos los niños de su edad. Se siente tan tonta por haberles creído, pero claro, vivía en un pueblo donde aún creían en brujas, duendes y hadas. Un lugar donde les relataban historias fantasiosas a los niños en un intento de proteger su inocencia de la maldad. Y Sofí, bueno, ella solía perderse en su propio mundo alimentado de ideas. No era muy sociable, pero tenía amigas con quienes jugar. Su mamá nunca se negó a dejarla salir. Claro, siempre y cuando regresara antes de que el sol se ocultara; pues, a esta hora, salían los fieles sirvientes de las brujas en busca de niños para ellas.
     A Sofí le pareció escuchar la voz de su amiga llamándola a través de unas gruesas capas de agua, como el día en que le pidió que la acompañara con su abuela. Aunque en principio Sofí lo dudó, aceptó convencida de que podría pasar a recoger algunas manzanas de los árboles de la montaña en la que vivía la abuela de su amiga. Todos en el pueblo decían que eran las mejores.
     Realmente el viaje de ida era lo más borroso de todo, no lo recordaba. Buscó en su mente. El peso del agua la aturdía y lo único que pudo hallar fue la deliciosa comida que la anciana les había ofrecido a su nieta y a ella. Se la comió deprisa al darse cuenta de que el sol de había escondido. Debían salir ya, si querían regresar antes del anochecer; pero su amiga parecía no importarle. Sofí se enfureció por ello.
     Le pareció eterna la despedida, pero finalmente estaban en camino de regreso. Sofí iba refunfuñando.   Había visto a su padre hacerlo cuando estaba enojado, así que, ¿por qué ella no podía hacerlo? En cambio, su amiga se defendió cuestionando su creencia en los cuentos de los adultos, ya que no pasaba nada malo regresando tarde.
     Si pudiera hablarle ahora, le diría todo lo que vio. Empezaría contándole cuando estaba en aquella gran mansión de sapos gigantes, hablando con copas de vino en sus manos. Cuando entré a una casa que de día parecía abandonada, pero de noche se vistió de grandes ventanales y deslumbrantes adornos dorados en cada esquina visible. La puerta era más grande de lo que recordaba, pero bastó con un pequeño empujón para abrirla. Era un lugar muy amplio, con sillones gigantes y extensas escaleras. Corrió a ellas con la esperanza de no encontrarse a nadie más. El segundo piso era más pequeño, con una puerta a cada lado y un sillón blanco en medio de frente a una gran ventana. Se asomó por ella, y los vio…
     Cierto, no podía seguir contándole, se había saltado una parte. Cuando iban llegando al pueblo, dos personas se les acercaron susurrando, provocando que las dos niñas retrocedieran asustadas. Algo no estaba bien con la forma en que se acercaban hacia ellas, así que salieron corriendo… Creía que su amiga iba detrás de ella, pero no era así. Siguió corriendo hasta que encontró La Casa de los Sapos. Esos que ya había escuchado a través de la puerta a su derecha, murmurando. Eran más de 3, oyó muchas voces. Abrió la puerta con cuidado y encontró sapos gigantes, con traje y sombrero, hablando de cosas que aún no entendía. Se escabulló hasta hacerse bolita en un rincón entre ellos. Así sería más difícil que los hombres que la siguieron la encontraran. ¿Cuánto debía esperar? En medio de su desesperación, los sollozos y las lágrimas se hicieron presentes.
     De repente, en aquel salón abundó el silencio y todos dirigieron sus miradas a una mujer que caminaba hacia el centro. Era bastante mayor y muy grande. Tenía cabello rubio, casi blanco y una media sonrisa en su rostro que asustaba a Sofí. Levantó una copa y todos brindaron. Sofí estaba tan concentrada en la extraña celebración que no se percató del hombre que ahora se encontraba a su lado mirándola extraño. Fue hasta que le extendió una mano que Sofí se sobresaltó dándose cuenta de su presencia. Temerosa, se limita a observarlo. Parecía el más humano de todos en la habitación.
     ― ¿Eres a la que buscan esos entrometidos caballeros? preguntó el hombre.
     ―No los dejé entrar, descuida, pero lo harán. Deberías salir de inmediato,
     Sofí se encontraba tan confundida, no sabía qué hacer o a dónde ir. Lo único que le parecía viable era aceptar la ayuda de ese hombre. Si le advertía de esa forma, era porque estaba preocupado. Tomó su mano, y la ayudó a levantarse. La guió hasta una habitación nueva; esta era más amplia y tenía unas escaleras en medio, donde se encontraba el sillón en la primera habitación. Bajaron lo más rápido posible para finalmente llegar a una sala que parecía ser una gran biblioteca.
     ―Verás, la única forma que encuentro para escapar de ellos es que te escondas, hasta que amanezca de nuevo y puedas regresar a casa. Yo te ayudaré con algún hechizo.
     Pero en cuanto terminó de decirlo, se escuchó en el piso de arriba la voz de la mujer de la habitación pasada:
     ― Lamento no recibirlos como debería, pero estoy agotada. No es fácil planear una fiesta que les agrade a ese tipo de criaturas…
     Inmediatamente, el hombre soltó su mano y todo se tornó oscuro. Ya entiendo, estoy dentro de un libro, se decía a sí misma. Se siente tan frío y húmedo; quizá sea un libro triste, se había estado repitiendo todo este tiempo.

Habían pasado dos semanas desde que encontraron su cuerpo sin vida y con rastros apenas reconocibles de violencia, en el río que rodeaba el pueblo. La otra niña sigue desaparecida.

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