¿Entonces definitivamente es esto lo que tenemos? / Adolfo García Ortega

Lo que antes era exacto ahora no encuentra su sitio.

Claudio Rodríguez

 

Paseo por el Puente de Brooklyn

       y pienso en los poetas

que me han precedido

       abriendo sus buenos poemas

a la hospitalidad.

       ¡Qué perfecto ruso

era aquel que dijo

       que éste sería el mejor lugar

para despedirse!

       En mi cerebro se cierran

las puertas del tren

       que lleva a ese oscuro cielo

bien llamado Paraíso.

       No se regresa

de donde no se va,

       dice un proverbio.

De acuerdo: todo se consume

       demasiado pronto

en la lejana región

       de los veinte años.

Puedo leer aquí

       a Wallace Stevens,

dedicar un año de mi vida

       a comprenderlo,

y siempre sacaré algo

       en limpio, como una música

privada que no se va

       de la cabeza, al contrario,

la vuelve frágil y confusa

       igual que un buen consejo.

A cierta edad

       se hacen crueles las estaciones,

se vuelven páginas en blanco

       de oreja a oreja,

o mejor dicho

       de boca a boca,

con sorna y gotas ácidas

       de filósofo cabrón.

Somos abyectos al rojo vivo,

       a cierta edad.

Pero me pregunto

       si es justo pervivir

en medio de una batalla

       cuando todos los demás

yacen en sus lechos

       esperando que el Señor

venga a salvarlos.

       Este Puente de Brooklyn

trae el éxtasis

       de la tierra prometida,

pero a mediodía es una ruta

       para insectos y ciclistas,

y de noche relampaguea en él

       un corte de bisturí

para extraer el corazón

       de su dulce reposo.

¿Entonces definitivamente

       es esto lo que tenemos,

un pie vacilante

       al que un incendio

empuja a saltar?

 

 

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