Camino y mi eternidad se va a buscar la sombra
De todos los almendros. Alguien los ha cortado
Y los vuelvo a sembrar en la memoria. Quizás indagando
Sabré dónde están las frutas que cobijaron
La vastedad de todos los dominios; esas estrellas sucias
Que recrea el grumete regresando de la calma
De su cimitarra hueca,
De los vestigios de esa caza
Y de esa numerología que nos hacía desenterrar los rostros
De las antiguas cabalgatas,
Cuando los campesinos amarraban
Los caballos y éstos sacudían sus belfos
En la corteza señalada por los augurios y el amor de antaño.
Esa corteza fue nuestra madre y la placenta de otra tierra,
De otros espíritus que hoy se enlazan en el brillo
O en la jarcia encaminada
De las iniciales de otros troncos
Yo vuelvo a entrar a la casa de los abuelos con el sol desparramado
En las gradas del verano,
El invierno y sus lluvias
Cosen un traje oscuro para que dome las tinieblas
Cuando hay sangres
De otros espejos tiritando
Entre las hojas secas y verdes
Que hacen renacer el pacto de Dios en la pupila
Que jamás se apaga después de reflejarse en la corola de los cielos.
Nadie me anuncia y llego al patio donde alguna vez estuvieron.
Me reciben sus esqueletos y algunos vestigios de sus vestimentas.
Quisiera imaginar que ahí están mirándome
Con sus gibas y sus promontorios de fruta verde y rosada
Y después color marrón para el asedio de nuestras bocas infantiles.
Ahora el hambre es otro designio
Para esto que no llevo
Y no sé nombrarlo.
Todas las coristas y las núbiles doncellas
Apedreaban la pulpa viva hasta que aparecían los huesos íntimos
De esa fertilidad eterna;
Allí se quedaron nuestros juegos
Y la muerte que es la brisa sacude el patio interior
De ese recuerdo.
Entre la suciedad y el polvo una fruta queda
Para rememorar lo que ya existió.
Tomo una piedra y machaco el milagro,
Aparece la vida y la coloco sobre mi boca
Y mi lengua almendrada rompe a llorar.