Por no expandir el aire la zozobra
pasa zumbando,
intenta remolinos
que lleven a los cielos
el hedor.
Es invierno,
las calles desiertas,
cerradas las casas
cuando la noche cae:
Hombres, mujeres, niños
ya duermen
en su lecho
de muerte.
Huye el aire
en ráfagas, en remolinos,
aúlla,
huye.
¡Madre del amor hermoso
y de la dulce esperanza!
Desde el fondo de mí
y ante esta fosa
común
me arrodillo y te llamo.
¿Me oyes desde ahí?
Aquí nadie me oye.
¿Cómo encontrar la paz para mi alma?
¿Uno de tantos muertos
es mi hijo?
Madre del amor hermoso
y de la santa esperanza,
¡oye mi grito!
Parece ahogarnos esta nube parda
que engatusa, enciende,
inviste de poder a indolentes,
y arma
a unos contra otros, a todos contra todos,
a todos contra uno, a toda hora.
Sé que no ha de triunfar el mal,
no puede
equipararse con el bien,
y por su propio peso el mal caerá.
¿Encima
de nosotros?
¿Por qué se lleva el aire
tantos sueños?
¿Por qué como si fueran las hojas
del otoño,
o los vuelos de pájaros,
o los vuelos de insectos?
Y con un pie en el estribo
para el vuelo.
¿Por qué se lleva el aire
mis sueños?
No se detiene el aire.
No es parte de su naturaleza
detenerse.
Toma fuerza,
arrebata
los anhelo agónicos,
el terror ante la desconocida
muerte.
Ante la idiota condición
de impotencia.
Ah, pero el aire.
¿Su destino es pasar,
huir?
Su destino es cantar.
Como que aúlla pero él algún día
ha de cantar,
sólo cantar.