El Renacimiento representó un peligroso alejamiento de un mundo teocéntrico hacia un blasfemo mundo homocéntrico. A partir de entonces la cultura comenzó a deslizarse hacia un nihilismo destructivo, un cinismo materialista y un ateísmo siniestro. Hoy la cultura occidental está obsesionada con la autogratificación, el hedonismo, el consumo y la ilusión enfebrecida y falsamente redentora de la libertad. El humanismo sin la guía e intimidación que provee la religión se convierte en un culto diabólico de la muerte y la destrucción.
Esta visión apocalíptica de la cultura tiene la peculiaridad de que es compartida por fanáticos religiosos de diversas denominaciones, tanto los fundamentalistas musulmanes como los cristianos que desearían dar marcha atrás a los logros, descubrimientos y creaciones en las artes, las ciencias, la educación, la literatura y prácticamente en todo ámbito humano. De acuerdo con estos retrovisionarios, de no ser por el Renacimiento hoy viviríamos en un beatífico idilio religioso de paz y felicidad. La vital infección de curiosidad, libertad de pensamiento y transgresión que surge en el siglo xiv en lo que hoy es Italia, y que se extendió por toda Europa en el siglo xvi, sembrando el escepticismo en las rancias ideologías medievales y la desconfianza en las autoridades que se decían de linaje divino, equivale para ellos a una influencia satánica.
Antes de que el Renacimiento llegara a Portugal, el rey Manuel I decidió enviar en 1497 a Vasco da Gama en una misión de gran importancia: derrotar al Islam y reconquistar la Tierra Santa para establecerse como el rey de Jerusalén. La idea era un ambicioso disparate, pero Da Gama creía que podría contar con aliados poderosos: los cristianos perdidos en la India de los que hablaba el apóstol Santo Tomás, de acuerdo con el historiador Nigel Cliff en su nuevo libro Holy War. How Vasco da Gama’s Epic Voyages Turned the Tide in a Centuries-Old Clash of Civilizations. Da Gama y sus marinos se aprovecharon de las obsesiones religiosas del rey, pero en realidad soñaban con riquezas insospechadas y placeres terrenales a los que únicamente podrían acceder si podían reclutar a los míticos indios cristianos para destruir el control musulmán de las rutas comerciales en el océano Índico.
Aquellos exploradores desconocían la existencia de otras religiones, como el hinduismo, por lo que al escuchar Krishna no les quedaba duda de que se referían a Cristo. Esta ignorancia es muy relevante cuando se habla de choque de civilizaciones, ya que pone en evidencia que lo que estaba en juego desde entonces no era una lucha por ideas religiosas ni cosmogonías. Cristianos y musulmanes despreciaban y desconocían mutuamente sus ideologías. La lucha, entonces como ahora, era por bienes materiales, por especias, oro y rutas comerciales en el siglo xv, por petróleo, gas e intereses geoestratégicos en el xxi.
Trescientos sesenta y cinco años después de la aventura de Da Gama, otro magnate fanático religioso, el zar Nicolás I, también tuvo la idea desquiciada de lanzar una guerra religiosa en contra del Islam. Una serie de disputas religiosas en torno a Jerusalén y Belén llevaron al zar a declararle la guerra al Imperio Otomano, que entonces controlaba el Medio Oriente. Nicolás se imaginaba también a sí mismo como el liberador de Tierra Santa, una peligrosa ilusión que no le permitió ver que las fuerzas del Imperio Ruso eran muy inferiores a las de los otomanos y sus aliados franceses y británicos. Esta cruzada, que hoy conocemos como la guerra de Crimea de 1853, fue una terrible masacre en la que murieron más de un millón de seres humanos, además de que fue el antecedente de la Primera Guerra Mundial y vino a abrir el mundo islámico a las potencias europeas, las cuales más tarde se lo dividieron como botín, dibujaron fronteras coloniales, impusieron autoridades, idiomas y saquearon sus riquezas. Los conquistadores ignoraron deliberadamente la voluntad o etnicidad de los pueblos que vivían en la región, con lo que se sembró el profundo resentimiento de los árabes en contra de Occidente.
El problema para los fundamentalistas es el conocimiento, el conocimiento prohibido para ser exactos, no la intolerancia ni la ambición desmedida. Para ellos, los problemas del mundo siempre pueden resolverse prohibiendo, censurando y castigando, rara vez creando, escuchando o debatiendo ideas. Los fundamentalistas de todas denominaciones creen fervientemente en el choque de las civilizaciones que pregonaba Samuel Huntington. Ese conflicto es visto como el esperado Armagedón que validaría sus chifladuras. Sin embargo, ese cuento sólo se sostiene en la ignorancia, al despreciar la historia y los hechos. La guerra contra el terror de George Bush y Obama es el más reciente episodio de esta historia criminal de guerras santas y de la campaña fundamentalista en contra del Renacimiento.