Guadalajara, Jalisco
Desde pequeño me he conocido un solo talento. Nunca fui una persona con un espíritu atlético, de hecho jamás he practicado algún deporte, tampoco soy bueno para el canto, ni para tocar algún instrumento, el único talento con el que me fue dotado es la pintura, amo pintar cuadros más que nada en el mundo, simplemente yo nací para eso.
Mis padres no creían que ser pintor era lo mejor para su hijo, pasaron su vida negándose a aceptar mi trabajo, los muy necios hasta el día de su muerte desaprobaron mi vocación.
Comencé a desarrollar mi talento desde pequeño, con esos pequeños trazos que los niños hacemos en nuestros cuadernos. Mi madre solía molestarse tanto cuando encontraba en mis hojas de cuaderno aquellas cosas que ella calificaba como garabatos, cada garabato era causante de un azote, con cada azote sentía que la espalda me ardía, parecía que iba a terminar con la espalda en llamas, al menos esa idea tenía yo de niño, ahora sé que eso sería imposible. Una noche que mi madre estaba muy molesta porque había tenido un pleito con mi padre, tomó mis cuadernos y los revisó hoja por hoja, encontró un total de diez paisajes. Durante días no pude acostarme boca arriba, la espalda la tenía deshecha por los golpes. Mi madre se sintió tan culpable que todos los días me curó las heridas que aquella noche sangraron tanto. Jamás me había curado, jamás se había sentido culpable; fueron los días más felices de mi vida a pesar de haber sentido tanto dolor, a pesar de haber sangrado tanto.
Tal vez mis padres jamás me amaron como hubiera querido, pero yo los amaba más que a nadie, por eso hoy estoy pintando un retrato suyo. Siempre me especialicé en paisajes, los rostros se me complican mucho: los gestos, las muecas… cada emoción distorsiona el estado de reposo en que debería estar nuestro rostro.
El retrato está casi concluido: mi madre parada junto a mi padre, detrás de ellos la sala de mi enorme casa; mi padre, como siempre, viste elegante y mi madre luce hermosa con el vestido que le he dibujado. Hasta ahora sólo me faltan sus rostros, esos benditos y malditos rostros. Durante meses hice borradores con los rostros de mis padres, en uno se veían sonrientes, lucían tan contentos, la felicidad hacia que sus rostros brillaran de una forma hermosa, como jamás los vi, pero por ese motivo el dibujo no resultaba ser más que una farsa, no era ni un poco cercano a la realidad. Otro borrador los mostraba serios, elegantes, tal y como solían lucir a los ojos de los demás; éste era más real, pero no es lo que busco. Por eso decidí empezar el retrato y conforme he ido avanzando pensaba que irían surgiendo los rostros, pero no fue así, en tres meses no avancé nada. Mi madre tenía razón, tal vez he hecho puros garabatos. Tuve que azotarme a mí mismo, hacer garabatos está mal, eso es lo que me han enseñado.
Tres meses más fueron necesarios para terminar, pasé días enteros sin dormir, estos últimos cuatro días no he dormido nada, no puedo permitirme descansar. Mi espalda me está matando, las heridas producidas por mi autoflagelación han sido algo graves, mi madre estaría orgullosa de mí.
El resultado de mi trabajo es mejor de lo que esperaba, ahí está mi padre con ese rostro de desprecio hacia mi madre y hacia mí, con esa mueca de asco que le provocaba su familia, y ahí está mi madre con el enojo deformándole sus facciones, ese rostro que veía yo tantas veces cuando ella me golpeaba porque llenaba mi cuaderno con horrendos garabatos. Creo que ya he terminado con todo esto, no necesito demostrarle nada más a nadie, tomaré dos de mis pinceles y me los clavaré en los ojos, así esperaré hasta que mis padres vengan por mí, al fin y al cabo ya no seré más un pintor.