El pequeño Supermán / José Ángel Cuevas Sánchez

Un recién nacido tiene ya edad suficiente para morirse.
 Montaigne

Jonathan tenía cinco años, aún no conocía la escuela primaria, pero ya iba al kínder y eso le agradaba. Sus padres lo consentían demasiado, en especial su papá, siempre le comparaba los juguetes que él quería, cumplía sus caprichos. Jonathan usaba su estrategia: se tiraba al piso y daba volteretas mientras lloraba como cerdito. Su madre regularmente no le hacía caso, se ponía a hacer quehaceres del hogar, se tapaba los oídos con algodón y dejaba a Jonathan en su trance.
     El problema era su padre. ¿Por qué llora mi hermoso bebé? A ver, papito, ¿qué necesitas? El niño dejaba de llorar. Esa vez le pidió a su papá un traje de Supermán, estaba obsesionado, había visto a Supermán en caricatura y le encantaba. Tenía su cuarto repleto de muñecos del superhéroe, lo único que le faltaba era el trajecito. Su papá le prometió que al siguiente día, después de regresar de trabajar, lo compraría.
     En la noche, Jonathan soñó que era Supermán: salía por la ventana de su habitación y volaba… Miró hacia abajo y percibió que los autos, los árboles y las personas eran diminutos; lo único grande que vio fueron los edificios, que parecían monstruos gigantes.
     En la habitación contigua, estaban sus papás, acostados; ella criticó a su marido, “No puedes cumplir todos los caprichos de Jonathan, lo vas a echar a perder, cuando crezca no sabrá valorar la vida, no tendrá ganas de luchar porque su papi le da todo”. Él se molestó, “Lo que sucede es que yo si lo quiero”, apagó la luz y se dio la vuelta dándole la espalda a su esposa. Ella siguió con los ojos abiertos, pensando en lo estúpido que era su marido.
     Al siguiente día, el papá buscó el trajecito, lo encontró y lo compró. Subió al auto, encendió el estéreo para escuchar la radio. Estaba tan contento que canturreó las canciones, pensaba en el rostro de felicidad que pondría su pequeño al verlo llegar con el regalo.
     Jonathan se lo probó, le quedó perfectamente, abrazó a su padre a la altura de las piernas y le dijo, “Te quiero mucho, papito”; su madre estaba observándolos, se lamentó. Jonathan corrió por toda la casa, sentía que volaba, que el traje le daba poderes.
     En la tarde prendió el televisor y vio la caricatura de su ídolo. Se hallaba en su habitación, la cual estaba pintada de un color azul que semejaba el cielo; en el techo había estrellas formando las constelaciones del universo. El niño vio a Supermán salvar al mundo, en ese momento gritó y se sintió identificado con el personaje, “Yo debo salvar al mundo”, dijo Jonathan. Cuando terminó la caricatura, apagó la tele, salió corriendo con el brazo derecho extendido imaginando que volaba, llegó a la ventana, la abrió y vio infinidad de ojos de cristal de monstruos gigantes. Observó que en una callejuela un maleante asaltaba a una viejecita, se sentía héroe y su deber era rescatarla como lo haría Supermán en la tele, así que brincó de la ventana, pensó que volaría…
     Las personas se acercaron al cadáver, tenía sangre en la boquita. Avisaron a los padres. Su mamá lloró; después observó el rostro de su esposo, que no lloraba, estaba tan frío y paralizado como los monstruos gigantes.

 

 

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