El ogro implora qué

Julio Eutiquio Sarabia

¿Cómo podrás escuchar mis ruegos, plegarias de lo vasto, tú que 
dominas los órdenes de la armonía y las diminutas hebras que ayuntan 
a los hombres? ¿Qué santo y seña habré de pronunciar con ligereza más 
leve que las alas para que las mis quejas no te aturdan? ¿De Hunos
y de Vándalos me despojaré si oculto antiguas excrecencias? El tizne y la 
tintura he lavado pero conservo, en su tosca devoción, la lumbre secreta 
de la grey.

Ropajes deslumbrantes evoco de las criaturas aquellas que discurrían en 
lengua obtusa la vereda locuaz de los adictos.
(Sangrientos alhelíes ornan la pronunciación de los nombres 
cuando sueño las soleadas isquemias de los vacacionistas, el vaporoso 
vuelo sobre el arpa, el metal intempestivo entre los guantes de la 
anestesióloga...
         Oye el ojo cómo crepita el cielo de la indumentaria.

         Oye el ojo la avalancha de insectos siete veces iluminados a la 
sombra de las adormideras.
         Oye el metatarso las taras de una y otra acometida con el bisturí.
         Oye la epidermis el desmoronamiento de la manía oracular en los 
parabienes de Calcante.)
         Conmigo escasas luces iban también si me desintoxicaba.

         Y débiles descubrí mis dotes ancestrales y exigua mi alegría. 
         Ebrio al despertar y ebrio emulador de las estrellas.

Apenas turbias mariposas me atisbaban y ya el nombre tuyo acudía para 
aliviarme de natura.
      Mucha delicia he derramado al invocarte en números y en pócimas 
de feraz advenimiento.

Hazme escuchar el tintineo del orín que me devuelve al deseo y a las 
desavenencias de la diaria conciliación. Asiente con tu sangre. Vela en 
el rumor de la noche tibias raciones de extravío y vocablos de claridad 
meridiana en mis maneras. Desbalaga la angustia con las infusiones que 
tú sabes: gordolobo, árnica, albahaca... Siembra en mí, a perpetuidad, 
la gracia de la revelación: la plena luz bebida de tus pechos y el don 
perenne de tu boca.

Cabeza iluminada, ninguna pira enciendas. Deslúmbrame. Ora por mí. 
Ateridos mis labios se deleitarán bajo tu sombra. No muestres entonces 
sino el espesor de la ceniza en mi lengua.

No tendré cansancio ni alegría. Mohíno por esta altura cóncava de luces 
día tras día disminuidas, volveré alelado a las paredes del bisonte y a los
utensilios de piedra. Conmigo irás a cosechar los bienes de la vigilia y el 
ardor de la abstinencia. Contigo irán emblanquecidos labios míos, ojos 
embelesados, tembeleques piernas en penitencia bajo sol y lluvia.

Dichas palabras que sólo balbuceo, deténlas, haz un collar efímero y 
desdéñalo pronto en la marisma. Que de tu boca surjan las sortijas que 
nombra el deseo: granada de agosto, manzana de septiembre... Que 
nunca un abismo se torne tu regazo sino sangre y cielo a raudales.

Revélate.
      No lustres bisutería con tu gracia ni otorgues el perdón a los fatuos.

Allí donde apenas minucias brotan como un chisporroteo, he visto ya en 
tu corpiño el peso de las aves cuando vuelan.
      Alas blancas erguidas con el sol y de corona breve.
      No esperes que la espuma deponga su esplendor. Canta. Contén los 
minerales nobles del sosiego. Encántame con agua en el cuenco de tus 
manos. Resplandece en viernes y en sábado y en los días menstruales. 
Desecha las ojeras y vierte perfume de vestal en celo. Mis vestidos, 
manchados ya del mundo, también te pertenecen: hilachas, higiene 
irreal...
 

 
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