El huésped (capítulos finales) / Hwang Sok-yong

11. La mesa en que se queda el espíritu

 

Qué voy a ser

Hacía mucho viento. Las hierbas de la colina temblaban fuertemente como si fueran empujadas en una sola dirección por una corriente de agua muy intensa. Los granos de tierra se pegaban en la cara y los lóbulos, el viento empujaba pecho y muslos. Los cuervos no podían volar a gusto. Movían las alas en el cielo y se dejaban caer; uno de ellos estaba a punto de tocar el suelo, pero viró enérgicamente hacia arriba y, en un instante, desapareció en dirección opuesta, como si flotase una hoja en el aire. Los árboles emitían chillidos, las ramas desnudas temblaban.
Varias personas caminaban en una sola dirección con el tronco inclinado, como si una cuerda los jalara de los hombros hacia abajo. La procesión no tenía cabeza ni cola. La sinuosa calle atravesaba el campo y se enlazaba con un gran sistema de montañas violáceas. Las personas no hablaban. Desde aquí sólo se veía su espalda encorvada.
Se ponía el sol. Las nubes flotaban bañadas por el crepúsculo, avanzaban dejando atrás sus huellas deformes, igual que las aves planeaban por la fuerza del viento. El color rojo del cielo se oscureció en un momento y la luna salía en un fondo teñido de azul marino. Bajo su luz la hilera de personas avanzaba lentamente. El sendero de la gran cordillera terminaba en la cima. Abajo se veían las luces del pueblo y el cauce del río de color blanco.
Él volaba como las aves por encima de las personas que se desplazaban despacio. Debajo pasaban las cadenas de colinas y los arroyos estrechos. A lo lejos se oía el mugido de una vaca, el sonido del cencerro y el cacareo de una gallina tras poner un huevo. En el campo se oía cantar a los campesinos que trasplantaban los almácigos de arroz. Además de un rápido sonido de tambor, había uno ligero y metálico que cubría los anteriores. Por otra parte, se oía a una madre llamando a sus hijos: «¡Hijos, a comer!».

El misionero Liu Yosop despertó del sueño de la madrugada. Todavía no era hora de marcharse. Descorrió la cortina y miró la calle desierta. La ciudad de Pyongyang estaba totalmente negra porque las farolas ya estaban apagadas. Del lado opuesto, en el centro del edificio y en la última parte, se veían las luces. ¿Se habrían despertado algunos para salir al trabajo desde temprana hora? En la calle vacía pasaba despacio un automóvil. Se miró a sí mismo tenebrosamente en el cristal de la ventana. En la figura más familiar para él en este mundo.

 

12. Fiesta final

Retírate tú después de alimentarte

Fantasma del viudo muerto y del soltero muerto,
retírate después de alimentarte.
Fantasma de la exorcista muerta y del ciego muerto,
retírate después de alimentarte.
Fantasma de la viuda muerta y de la virgen muerta,
retírate después de alimentarte.
Fantasma del muerto colgado del cuello en el pino alto,
retírate después de alimentarte.
Fantasma del muerto en las aguas,
retírate después de alimentarte.
Fantasma del parto, fantasma de la embarazada, fantasma que lleva un cuenco en la mano, fantasma que peina el cabello desordenado, con el delantal en el costado, con las esteras en el costado, con las tijeras y la bobina en la cintura, el del llanto, retírate después de alimentarte.
Fantasma del muerto por el disparo, por la espada y a palos,
fantasma del muerto por el bombardeo,
fantasma del muerto quemado por el fuego, convertido en cenizas,
fantasma del muerto aplastado por el carruaje, el tren, el camión, el tanque,
fantasma del muerto de tifus, de peste, de cólera, de tifoidea, de neumonía, de viruela,
todos los fantasmas diabólicos,
hoy come bien, come mucho,
come todo y retírate.
Fantasma de esta tierra, el que custodia esta casa,
llénate de alimentos y sin problemas de digestión,
llena tu estómago hambriento, toma agua para tu garganta seca por la sed.
cómete el alimento remojado, llévate el alimento seco, lleva en hombros todo lo tuyo,
llévate otro también encima de tu cabeza,
llévate el alimento envuelto en tu delantal,
vete reconocido por todos, con todos los gastos pagados, a un paraíso.

Traducción del coreano de Chong Gu Sok
y Francisco Carranza Romero
Del libro El Huésped (Ediciones El Ermitaño, México, 2008).

 

 

 

 

Qué voy a ser

Hacía mucho viento. Las hierbas de la colina temblaban fuertemente como si fueran empujadas en una sola dirección por una corriente de agua muy intensa. Los granos de tierra se pegaban en la cara y los lóbulos, el viento empujaba pecho y muslos. Los cuervos no podían volar a gusto. Movían las alas en el cielo y se dejaban caer; uno de ellos estaba a punto de tocar el suelo, pero viró enérgicamente hacia arriba y, en un instante, desapareció en dirección opuesta, como si flotase una hoja en el aire. Los árboles emitían chillidos, las ramas desnudas temblaban.
Varias personas caminaban en una sola dirección con el tronco inclinado, como si una cuerda los jalara de los hombros hacia abajo. La procesión no tenía cabeza ni cola. La sinuosa calle atravesaba el campo y se enlazaba con un gran sistema de montañas violáceas. Las personas no hablaban. Desde aquí sólo se veía su espalda encorvada.
Se ponía el sol. Las nubes flotaban bañadas por el crepúsculo, avanzaban dejando atrás sus huellas deformes, igual que las aves planeaban por la fuerza del viento. El color rojo del cielo se oscureció en un momento y la luna salía en un fondo teñido de azul marino. Bajo su luz la hilera de personas avanzaba lentamente. El sendero de la gran cordillera terminaba en la cima. Abajo se veían las luces del pueblo y el cauce del río de color blanco.
Él volaba como las aves por encima de las personas que se desplazaban despacio. Debajo pasaban las cadenas de colinas y los arroyos estrechos. A lo lejos se oía el mugido de una vaca, el sonido del cencerro y el cacareo de una gallina tras poner un huevo. En el campo se oía cantar a los campesinos que trasplantaban los almácigos de arroz. Además de un rápido sonido de tambor, había uno ligero y metálico que cubría los anteriores. Por otra parte, se oía a una madre llamando a sus hijos: «¡Hijos, a comer!».

El misionero Liu Yosop despertó del sueño de la madrugada. Todavía no era hora de marcharse. Descorrió la cortina y miró la calle desierta. La ciudad de Pyongyang estaba totalmente negra porque las farolas ya estaban apagadas. Del lado opuesto, en el centro del edificio y en la última parte, se veían las luces. ¿Se habrían despertado algunos para salir al trabajo desde temprana hora? En la calle vacía pasaba despacio un automóvil. Se miró a sí mismo tenebrosamente en el cristal de la ventana. En la figura más familiar para él en este mundo.

 

12. Fiesta final

Retírate tú después de alimentarte

Fantasma del viudo muerto y del soltero muerto,
retírate después de alimentarte.
Fantasma de la exorcista muerta y del ciego muerto,
retírate después de alimentarte.
Fantasma de la viuda muerta y de la virgen muerta,
retírate después de alimentarte.
Fantasma del muerto colgado del cuello en el pino alto,
retírate después de alimentarte.
Fantasma del muerto en las aguas,
retírate después de alimentarte.
Fantasma del parto, fantasma de la embarazada, fantasma que lleva un cuenco en la mano, fantasma que peina el cabello desordenado, con el delantal en el costado, con las esteras en el costado, con las tijeras y la bobina en la cintura, el del llanto, retírate después de alimentarte.
Fantasma del muerto por el disparo, por la espada y a palos,
fantasma del muerto por el bombardeo,
fantasma del muerto quemado por el fuego, convertido en cenizas,
fantasma del muerto aplastado por el carruaje, el tren, el camión, el tanque,
fantasma del muerto de tifus, de peste, de cólera, de tifoidea, de neumonía, de viruela,
todos los fantasmas diabólicos,
hoy come bien, come mucho,
come todo y retírate.
Fantasma de esta tierra, el que custodia esta casa,
llénate de alimentos y sin problemas de digestión,
llena tu estómago hambriento, toma agua para tu garganta seca por la sed.
cómete el alimento remojado, llévate el alimento seco, lleva en hombros todo lo tuyo,
llévate otro también encima de tu cabeza,
llévate el alimento envuelto en tu delantal,
vete reconocido por todos, con todos los gastos pagados, a un paraíso.

Traducción del coreano de Chong Gu Sok
y Francisco Carranza Romero
Del libro El Huésped (Ediciones El Ermitaño, México, 2008).

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