Guadalajara, Jalisco, 1992. Estudiante de la Licenciatura en Filosofía del CUCSH y ganador del XII Concurso Literario Luvina Joven, en la categoría Luvinaria / Ensayo.
¡El hombre! El ser natural, el contingente e inacabado hombre. El objeto de estudio más llevado y traído en los trabajos literarios, académicos y científicos. Que aun en ese agotamiento de lo decible y no decible sobre él, nos permite, sin descanso, replantearlo una y otra vez. Y no puede haber descanso mientras la vida humana siga, la atroz vida humana, la que surgió una vez disipado el sortilegio del caos, diría José Revueltas en su novela Los días terrenales.
Es precisamente en su obra donde ese peculiarísimo objeto de estudio tomó parte central. Pero esto poco ha sido revisado en los numerosos trabajos sobre esta. Las más de las veces, dichos textos se limitan a señalar aspectos de su trabajo literario, ignorando por completo que Revueltas no es sólo su obra literaria. Revueltas es su teoría política —que necesariamente incluye su praxis política—, su producción literaria y su significativa obra filosófica. Esta última, me parece, justifica las otras dos, e incluso le justificó a él mismo hasta su muerte. No puede hablarse de un Revueltas literario sin recurrir al Revueltas político (militante intermitente del PCM) ni al Revueltas filósofo.
La particular visión del hombre que me interesa mostrar en este ensayo es la que se encuentra principalmente en su obra literaria aunque, como he dicho anteriormente, tendré que recurrir a las relaciones que guarda con la política y la filosofía. Una relación que no puede ser otra que dialéctica. Ese hombre revueltiano que se desprende de las narraciones literarias del autor luce su lado más animal, más descarnado; se implica a sí mismo como parte de una naturaleza no superada, en búsqueda constante por superarse, por humanizarse. El hombre revueltiano vive en constante lucha por asumir sus contradicciones; llegará un punto en que aceptará que las negaciones de humanidad también son humanas. Ahora bien, fuera de la producción literaria, sus ensayos políticos y filosóficos nos ayudarán a entender sus implicaciones y relaciones con la totalidad de su obra. En el particular caso de José Revueltas, tanto su producción escrita como su vida se entrelazan, y en ese juego dialéctico su antropologismo es parte esencial. Mucho se ignora que, en su formación autodidacta, Revueltas estudia los textos del humanismo marxista que más adelante le llevarán a dar un giro radical en su actividad política. El humanismo marxista que aborda está plasmado también en su obra tardía. Sin dejar ese aspecto de lado, es normal notar algunas contradicciones marcadas a lo largo de su producción, pero de ninguna manera invalidan un intento de análisis totalizador de su obra. Desde luego, con todo lo anterior, este trabajo no busca dar una muestra definitiva del hombre revueltiano, sino ofrecer una particular visión desde la filosofía e incitar también a nuevas formas de leer la obra del Revueltas filósofo-político-literato.
La necesidad, en lo humano, tiende a revelar las estructuras de este. Nadie podrá negar que un hombre sediento y cansado de trabajar muestra con mayor claridad sus contradicciones. Los elementos se vuelven nítidos. En un extremo se halla el impulso de los sentidos básicos, en el otro, la voluntad compleja. La estructura del hombre en Revueltas parece obedecer a un esquema similar. Oscila entre la necesidad y la contingencia. Entre animalidad y humanidad.
Así, los escenarios de algunas de sus narraciones sitúan a los personajes en parajes desolados, comienzan en la necesidad material más hostil. Suponen para el personaje la negación de todo lo alcanzable. Por ejemplo, Úrsulo y Cecilia se descubrían en un ambiente de muerte. El cadáver de Chonita los remitía y situaba en la tierra infértil donde vivían, o más que vivían, morían poco a poco. Tierra que sólo podía producir muerte. Una tierra abandonada:
Allá vivían como perros famélicos […] Era inconcebible que pudieran permanecer seres humanos en aquella soledad […] pensando en el empeño brutal que los tenía unidos a la tierra sin provecho. (Revueltas, 2007)
En su novela El luto humano todos los personajes son incapaces de escapar de la desolada necesidad. Hasta el cura, al mirarse los pies mientras salía a esa tierra de la necesidad, pudo percibir cómo era ser (existir) un hombre en tierra no apta para hombres. «Nuevamente se miró los pies, ahora en movimiento sobre el lodo. Pies fundamentales, sustantivos. Sobre ellos se levanta la estatua del hombre» (Revueltas, 2007). Las referencias o características animales también son signo de esa necesidad, elemento recurrente en sus novelas que buscan reforzar cómo esos personajes viven casi del lado opuesto de la humanidad. En ellos se deja asomar, en forma de descripciones, un tono de pesimismo, y cuando el entorno material no basta para remarcar la invalidez de la humanidad, el personaje se vuelve no-humano, tiende a inclinarse a la naturaleza más azarosa, animal. Esto lo muestra en otra novela, Los días terrenales, cuando describe al Tuerto Ventura:
Porque Ventura parecía obedecer, en efecto, desde su misma esencia, desde los cimientos de su alma, a un congénito y espeso sentido de la negación. (Revueltas, 1985)
Ventura es el cacique, el poseedor de una tierra que se ganó mientras luchaba por la Revolución, el protohombre producto del «triunfo» de una Revolución mexicana ficticia, como la que habita fuera de la novela. Aquí su obra deja ver una crítica política al hombre que resultó de la Revolución, más en específico, al que surgió de la institucionalización de la Revolución, una que desde su origen surge fracturada, sin un programa unificado, con variados frentes. En ese sentido, para Revueltas el único resultado que pudo surgir son los cacicazgos y las disputas de poder, pues no fue una lucha con conciencia de clase, sino una de clase contra clase. En Ensayos sobre México, Revueltas define así una característica de lo que fue la Revolución: «esa entidad abstracta de la que se habla y blasona tanto en México: la revolución se torna un elemento poliforme y de una pluralidad asombrosa». Desde luego, tanto en sus obras literarias como en sus textos políticos, Revueltas fue un crítico mordaz del resultado de la Revolución.
Los elementos mostrados como pertenecientes a los argumentos de la obra literaria son producto, como menciona Revueltas en «Mi posición esencial» del «movimiento interno diferente al movimiento exterior objetivo; diferente, distinto, otra forma de ser del todo-real de fuera». Entonces, los parajes desolados de El luto humano y la descripción del Tuerto Ventura en Los días terrenales, ¿qué aportan a la visión del hombre en Revueltas? Bueno, como menciona el autor en otra parte del mismo ensayo:
Lo que concibo como novela, o sea, esa forma particular del movimiento: el movimiento real percibido, representado e imaginado por medio de los recursos de la literatura […] la novela —ese arte de decir las cosas a fondo. (Revueltas, 1975)
La aportación de las necesidades —como he mencionado sobre los parajes y las características no humanas que Revueltas incluye en sus narraciones— es la tendencia, es decir, la representación de una realidad opaca y abstraída, que forma parte del movimiento del todo-objetivo del mundo. No implica una intención, funge como mera representación de lo opaco humano. Son un momento en la composición del hombre, uno que puede y debe ser superado por otro momento. Es importante no confundir esos recursos literarios con la otra parte de la estructura que ya he mencionado. Los personajes y su entorno son utilizados para describir el lado negativo. Es representación del lado objetivo, real, pero no definitivo del hombre revueltiano.
Fuera de la interacción de la tendencia interna del entorno y los personajes (en clave de recursos y argumentos literarios), Revueltas se da la libertad de plasmar una antropología filosófica del hombre contemporáneo. No es en vano el uso de proposiciones directas que son sentencias de una postura ya plasmadas en obras no literarias, sino más bien políticas y filosóficas. El autor es sutil al utilizar este recurso, pero aprovecha cada espacio para hacer notar, esta vez, la postura que tiene sobre el hombre de su tiempo. Por ejemplo, en Los días terrenales:
[…] el único hombre que existe, en el hombre contemporáneo, real, esencialmente sucio, esencialmente innoble, ruin, despreciable. Ahora bien, el pensar en este hombre significa no pensarlo como un ser exterior a uno mismo, sino precisamente como una unidad moral indivisible a la cual cada uno de nosotros pertenecemos y de la cual somos solidarios y responsables en lo individual. (Revueltas, 1985)
Cada una de las proposiciones de este tipo reclama verdad. Suenan categóricas. Salen directas del autor en un intento por dejarle claro al lector su intención por hacer de la literatura no sólo una representación ficticia.
El hombre desnudo o así, en paños menores, no puede llamarse en conciencia un hombre verdaderamente real, es apenas algo menos que una abstracción, un objeto que no se pertenece, que no está, un ser que sólo es él mismo, lo que equivale a decir nada, un hombre sin jerarquía, casi como sucede con los agonizantes. (Revueltas, 1991)
Estos recursos son el movimiento externo y objetivo de la novela de Revueltas. El lado opuesto de la necesidad, la otra parte de la estructura de la que hablamos, es decir, la contingencia. Elemento que no deja espacio de duda: lo transparente. En fin, lo «otro de nuestra contingencia opaca», dice Revueltas. Lo otro de la novela.
Para él, lo humano es contingente, pues las circunstancias del mundo jamás le pertenecen al hombre, ni siquiera en la novela. El hombre está siempre en movimiento, sucediendo en todas direcciones, en todo momento. Ha sido lo peor humano y lo mejor humano, su historia, toda ella, es el devenir de lo humano, «no olvidemos que también hemos sido Hitler, por mucho que nos repugne» (Revueltas, 1975). En la Dialéctica de la conciencia, su gran obra filosófica, pone énfasis en la importancia de movimiento sin teleologías; ellas implicarán, en algún punto del recorrido del movimiento de la conciencia, un detenerse. El movimiento sin fin, eso es la dialéctica que Revueltas entendía. El devenir que sólo puede nacer en las contradicciones que se suscitan dialécticamente. Incluso entre los lazos que unen la obra literaria y sus demás quehaceres teóricos o prácticos, el autor duranguense trasparenta su postura filosófica más ignorada, e incluso olvidada.
El hombre revueltiano es necesidad y contingencia. La necesidad lo extravía, lo pone de frente a la hostilidad del mundo natural; en su intento por ejercer su acción en la naturaleza, como respuesta ha recibido de ella una influencia en su conciencia, de tal manera que se zoologiza. Tal influencia no superada lo ha conducido a su casi aniquilamiento; a las guerras, a la violencia y, en fin, a la barbarie. Pero el hombre no puede quedarse en esa necesidad. En eterno movimiento, necesidad y contingencia se implican. La una se superpone a la otra. No hay aniquilamiento, no hay desaparición, sólo momento. La contingencia le permite al hombre superar su necesidad material en la cual ha sido arrojado. Es la conciencia racional, humanización armoniosa de naturaleza y sociedad. En la contingencia se olvida de que es un hombre, sólo un hombre, y se percata de que es y ha sido todos los hombres de la historia. Busca su universalidad no como humano, sino la universalidad en su humanidad. Lo humano en la necesidad es el Adán arrojado al paraíso, la humanidad contingente es el otro Adán, el otro hombre.
Bibliografía
Eli de Gortari, La metodología: una discusión y otros ensayos sobre el método (Grijalbo, 1978).
Eli de Gortari, Ensayos filosóficos sobre la ciencia moderna (Grijalbo, 1985).
José Revueltas, Antología personal (Fondo de Cultura Económica, 1975).
José Revueltas, Los días terrenales (Era, 1979).
José Revueltas, Dialéctica de la conciencia (Era, 1982).
José Revueltas, Escritos políticos (Era, 1984).
José Revueltas, Ensayos sobre México (Era, 1985).
José Revueltas, En algún valle de lágrimas (Era, 1991).
José Revueltas, El luto humano (Era, 2007).