El final de la humanidad / Luis Antonio Jiménez Ramírez

Preparatoria Regional de Tala / 2014 B

Recuerdo aquel oscuro y sombrío día, aquel día en que todo lo que conocemos como mundo se fue a la basura.
     Eran las 12.30 del día, regresaba de la escuela, el cielo estaba tan gris y extraño como presagio de que algo terrible estaba por suceder. 
      Observé a la gente correr por la calle, tenía la curiosidad de saber lo que ocurría mas no me detuve, sino que seguí caminando como si nada estuviera sucediendo. Sin embargo al pasar por el hospital miré gente ensangrentada y mutilada a un lado de la acera. De pronto vi a un hombre que parecía un vagabundo, de manera horrorosa devoraba a un niño, consumía sus vísceras como si se tratara de un simple plato de pasta con carne. Fue horrendo observar cómo un ser humano se saciaba con la carne de un niño; tras cada bocado desaparecía todo rastro de existencia de aquel pequeño, cuello, corazón, hígado, intestinos, ojos, todo hasta dejar un trozo de huesos y carne molida. No pude soportar más quedarme allí, tuve que huir corriendo ya que además del miedo las náuseas eran insoportables. 
      De repente aparecieron ante mí otros dos hombres que tenían el mismo aspecto de aquel primer caníbal; no se inmutaron, sólo comenzaron a perseguirme cual perros de caza, con sus vestimentas rotas, ensangrentadas, expulsando líquido oscuro de sus bocas. Saqué fuerzas inexplicables y logré escalar el muro de una casa en la cual me refugié por unas horas. Cuando todo parecía más quieto decidí salir a buscar alimento y provisiones,  y a la vez buscar a alguien conocido que estuviera aún con vida. 
      Deambulé por toda la ciudad, comenzaba a oscurecerse a causa del sol que se ocultaba en el ocaso, aquel sol que iluminó por breves instantes durante el día. Trataba de conservar la calma y no hacer ningún sonido, puesto que sabía del sentido agudo que tenían aquellos seres carnívoros. Llegué a una farmacia, la escena parecía repetirse, un grupo de hambrientos monstruos degustaban carne humana fresca. Estaban a unos cincuenta metros de mí, podrían escucharme en cualquier momento, por lo que decidí entrar con cuidado al negocio: cosas tiradas por todos lados, olor a muerto, sangre en el piso y en las paredes. Llegué al primer estante y tomé todo el pan que pude, lo envolví en mis brazos y salí del lugar. Me refugié en un edificio que había servido de auditorio, era muy amplio pero no tenía luz, por lo que el miedo de no saber que pudiera estar dentro era inmenso. Así que me metí en uno de los baños, cerré la puerta y la atoré con unos trapeadores para obtener un poco de seguridad. 

Lo único que me queda es este recuerdo, desde entonces he pasado días enteros con hambre, miedo, angustia, soledad e intriga. He sido un nómada, he tenido que cazar para sobrevivir, he realizado actos atroces. He visto pasar los días, los meses, los años. 
      Han sido eternos estos cinco años de infierno y estoy cansado de no saber qué me depara el futuro.

 

 

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