El fin de la inocencia / Jorge Fernández Granados

El 20 de abril de 1970, desde el puente Mirabeau, en París, se lanzó al río Sena un judío de origen rumano y lengua alemana. Tenía 49 años y dejó algunos raros papeles escritos en aquella lengua, que en uno de aquellos papeles definió como «la lengua de los verdugos». Este hombre no hablaba en sentido figurado: literalmente la alemana fue la lengua que hablaban los policías de la ss que irrumpieron una noche en su casa de Czernowitz, 28 años atrás, para detener y deportar a sus padres a un campo de concentración, donde morirían pocos meses después. Él se salvaría sólo por una cadena de circunstancias afortunadas, entre ellas la de haber decidido ir a dormir fuera de casa aquella noche de junio de 1942. Como sobreviviente, aquel judío rumano dejaría escrita más tarde una singular y significativa obra literaria. Pero hasta el último de sus días no pudo dejar de ser atormentado por sus recuerdos, una historia recorrida por las voces de las víctimas, los verdugos y los sobrevivientes.

Incontables episodios como el sucedido en Czernowitz ocurrieron durante la ocupación alemana en pequeñas poblaciones europeas, siempre en una cacería de enemigos reales o imaginarios. Episodios que se repitieron tantas veces que podrían contarse hoy como fábulas o leyendas admonitorias. Específicamente, podrían contarse a los niños como historias de terror. De cierto modo, ésa es parte de la estrategia de Oscuro bosque oscuro,de Jorge Volpi.

De entrada, es preciso despejar una interrogante y dejar sentado que Oscuro bosque oscuro es un libro de narrativa. Se trata de una novela corta que cuenta la historia del Batallón 303 de la policía de reserva de cierto país que se parece mucho a la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial; batallón formado por 500 voluntarios, casi todos ellos hombres mayores de 50 años, quienes terminan por ser protagonistas de episodios que parecen extraídos de terribles fábulas infantiles.

El relato describe cómo el panadero LukEmbler, el fabricante de juguetes ErnoSatrin y el estibador Jon Guridion, por ejemplo, bajo el entrenamiento y las órdenes del subteniente Drajurian, el sargento Amat y un severo y anónimo Capitán, son convertidos de «Viejos en uniforme, / viejos con botas desgastadas, / torpes carcamales» en eficientes asesinos paramilitares. Todo ello en el curso de una vorágine bélica en algún lugar del mundo y de la historia —que también se parece mucho a la Europa de la década de los cuarenta del siglo xx–, donde fantasmales conceptos como la Patria, el Deber, la Causa, el Peligro y los Enemigos son reiterados para justificar la sistemática masacre que les es encomendada.

Con diversos recursos literarios, narrativos y poéticos, Jorge Volpi cuenta una inquietante fábula. Una fábula compuesta a su vez de fábulas populares europeas, en las que todo comienza, por supuesto, con la frase Había una vez…,hay un bosque y personajes no menos inocentes que diabólicos; una fábula, en fin, en la que hay víctimas y victimarios.

Y ¿por qué elegir, como método narrativo, precisamente una fábula? Hay que recordar que una fábula es el discurso didáctico con el que se comunica a una mente joven un conocimiento ancestral. Es, de alguna manera, una vacuna espiritual que lo prepara para la realidad que se avecina.

Pero si bien es cierto que estamos frente a una muy lograda novela corta, no podemos dejar de detenernos en por lo menos dos recursos estilísticos que la enrarecen o la enriquecen —como sea que quiera verse—: la metaficción que la atraviesa y la presentación tipográfica del texto. El primero, la metaficción (es decir, el relato dentro del relato o la ruptura del espacio convencional donde transcurre la ficción), se hace presente de diversas maneras; tal vez la más incisiva de ellas sea involucrar al lector como un personaje al lado de los protagonistas, inquirido y confrontado repetidas veces durante el transcurso de los acontecimientos que plantea la trama, bajo la fórmula «Y tú, lector…». Sobre el segundo, es decir, la disposición tipográfica de este texto en particular, hay tal vez una provocación y seguramente un deliberado interrogante acerca de las convenciones de la lectura. El autor decide jugar un poco con el corte y la disposición de los enunciados sobre la página. El efecto inmediato —sobre todo si no se ha recorrido el texto, sino sólo se le ha echado un vistazo— es suponer que se trata de un libro de versos.

A este respecto puede haber muy diversas opiniones. En la mía en particular, creo que lo que Jorge Volpi practica en este libro no es tanto versificación como liberación de la prosa de su tradicional caja. Hay que tener presente que esta caja
—que a veces es también un ataúd— es una convención tanto o más rígida que la de aquello que solemos definir como versos.
Fue Mallarmé el primero, hasta donde he averiguado, que revisó y planteó a fondo esta cuestión: no es menos convención, en el arte de escribir, la prosa que el verso. E incluso es probable que sea la prosa la invención formal de más reciente aparición en la comunicación escrita. Literariamente hablando, entonces, la liberación de la prosa de su caja que el autor propone en este libro le otorga no sólo singularidad a su forma sino también cierto atractivo ritmo y una «respiración» amplificada. Es un acierto también, desde otro punto de vista, si consideramos que el espacio de la literatura es un territorio breve. Pero es el territorio donde se juega también una alegoría de la libertad. La libertad del pensamiento y de sus caminos de expresión.

Más allá de los variados recursos formales que pone en juego, Oscuro bosque oscuro plantea ante todo una fábula siniestra: aquella que tiene lugar cuando en nombre de los más altos valores de una civilización se terminan realizando sus peores pesadillas. La fábula de la barbarie bajo los rectos argumentos de la razón, o la del crimen agazapado en la inocencia. En pocas palabras, la historia de Abel y Caín, reencarnada una y otra vez.

La trama de terror que se nos cuenta es también una historia en la que el odio es inocente. El odio es un aprendizaje o una herencia. Ignoramos cuál sea el mecanismo que desencadena los últimos reductos del odio. A veces suponemos que es una defensa necesaria o la equidad postergada de la venganza. A veces suponemos que el odio tiene que ver con la conciencia y algún método de su justicia. Pero hay que sospechar que nos equivocamos. El odio es más primitivo y visceral. El odio es una reacción como el miedo o el hambre. El gesto extremo de un animal acorralado. Y en el fondo, el odio es sólo el camino elemental para verter el miedo ante la incertidumbre de la vida. Caín rompe el cráneo de Abel porque es el más asustado de los hombres.

Así, las voces de las víctimas, los verdugos y los sobrevivientes de esos incontables testimonios de odio encontraron una última expiación en la escritura. Tal vez por eso, en un momento del relato, en un capítulo titulado sencillamente «Diario», alguien precisa contar lo que atormenta su conciencia:

 

escribes esto porque no puedes no escribirlo, escribes para no creer que fue una pesadilla,

un cuento de terror en medio de la noche,

una historia de terror en el oscuro bosque oscuro.

 

Efectivamente, la escritura es una forma de expiación y la historia la cuentan los sobrevivientes.

El hombre que aquel 20 de abril de 1970 se suicidó arrojándose a las aguas del río se llamaba Paul Celan, el sobreviviente judío, el hombre que interrogaba a Dios en el preciso y admirable idioma de sus verdugos. Él, como toda una generación, viviría y moriría atormentado por sus muertos. Tal vez fueron finalmente las aguas del Sena las que apagaron su agonía, o tal vez fue la escritura lo que concilió en un oscuro y poderoso lenguaje sus recuerdos. Su conciencia, como la del panadero LukEmbler, la del fabricante de juguetes ErnoSatrin y la del estibador Jon Guridion, no pudo alejarse de aquellos episodios que volvían para interrogarlo y atormentarlo. Paul Celan escribiría los siguientes versos, como un salmo permanente, para no olvidar aquella historia de terror (la traducción es de José María Pérez Gay):

 

Leche negra del alba te bebemos de noche

te bebemos al mediodía

la muerte es un maestro de Alemania

te bebemos en la tarde y de mañana

bebemos y bebemos

la muerte es un maestro de Alemania

sus ojos son azules

te alcanzan sus balas de plomo

te alcanzan sin fallar

un hombre vive en la casa

tu pelo de oro Margarete

lanza sus mastines contra nosotros

nos regala una tumba en el aire

juega con las serpientes y sueña

la muerte es un maestro de Alemania

       tu pelo de oro Margarete

       tu pelo de ceniza Sulamith

 

Oscuro bosque oscuro, de Jorge Volpi. Almadía, Oaxaca, 2009.

 

 

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