El concierto

Miguel Ángel Sanz Chung

(Lima, 1979). Diccionario elemental (Paracaídas, 2017) es uno de sus libros de poemas publicados.

Vuelve la canción como una herida,
vuelve el rayo a eviscerar el árbol con su filo,
a prepararlo para el ungüento que aparta el espíritu del cuerpo. 
Vuelve la hora de golpear el hueso con un trino,
de tocar la médula como la cuerda de un arpa, 
sentir la vibración que sacude el polvo de las sienes
y estremece las plumas antes del despliegue de las alas: 
la lechuza se eleva en la negrura prieta,
con su ojo descubre el agua oscura
y el escondite de la serpiente entre las rocas. 
Vuelve la melodía que todo lo desnuda:
la exhalación que se camufla en el viento, 
el insecto convertido en hoja,
el oso acurrucado dentro de la cueva:
entre las paredes de piedra las notas se multiplican, 
caen ardientes sobre el pelo de la bestia
y el enjambre huérfano encuentra un nuevo nido. 
No puedo hablar de la canción ni de su ritmo, 
sólo contar lo que su aliento hace en el espejo. 
Una mangosta no ve llegar las zarpas del águila,
la hojarasca no conoce el vendaval que la arrastra.
Cuando la canción aparece no muestra otro rostro que el mío 
y el dolor despierta con todas sus púas
como un cepillo que escama para aflorar el latido. 
Todo lo perdido es hallado,
las voces de los muertos cantan en coro sus historias enterradas, 
sus deseos riegan los bosques con arena,
hacen crecer frutos podridos de los árboles secos. 
La memoria burla las fronteras del laberinto,
el sendero prohibido que lleva a los cimientos agrietados, 
la habitación donde se acumulan los juguetes rotos.
Vuelve la música para retomar el viaje 
una y otra vez interrumpido.
Sin preguntar coge las riendas de mis brazos, 
galopa con mis muslos sobre terreno pedregoso,
baila con mis pies descalzos entre astillas encendidas. 
Vuelve la oración de los pájaros a resonar en los oídos, 
la lluvia que estalla como perdigones en día de caza: 
arde la canción en cada herida,
restalla sobre el lomo para aligerar el paso
y la danza se libera como el fuego que corre por los campos. 
Nada detiene la ola del canto,
ráfaga de luz que atraviesa las pupilas, 
magma que forja su propio camino.
Sólo cuando la oscuridad es vencida 
la canción se retira satisfecha, 
saciada de secretos exhumados:
deja mi cuerpo arrasado
para que el espíritu vuelva a habitarlo
sin otra opción que abrazarse al primer árbol.
Nadie dijo que fuera sencillo
enfrentarse al silencio después del concierto,
pero llega un momento en que el temblor de las manos 
también desaparece.
 
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