Estudiante de la Preparatoria 11 de la Universidad de Guadalajara. Con este ensayo ganó el IX Concurso en la categoría Luvina Joven.
Hablemos de un fenómeno, tirano del alma, tan antiguo que caracteriza a una gran parte de la humanidad: la depresión, que afecta de manera brutal a los jóvenes. Existen ciento veintiún millones de antagonistas pueriles en el mundo atrapados por esta enfermedad (según registro de la Organización Mundial de la Salud).
Se ha aparecido en mi vida de un modo peculiar, con frecuencia me la he topado como aire seco en una tarde de otoño o de invierno. Con indulgencia me catalogo a mí misma como un imán andante que atrae enfermos, a aquellos que desvalorizan la vida y tienen una esencia trasmisora de una energía pusilánime, dando como resultado una conexión de dramas mentales. La depresión los maneja de una manera poderosa, insistente como un chicle que no se despega del zapato. La caracterizan como «el titiritero», y yo me pregunto por qué.
Para responder esta pregunta decidí convertir la depresión en el personaje de este texto, como si estuviera omnipresente en todos nosotros. Lo titulé «El –4 de la felicidad» porque el número 4 simboliza la mente, la conciencia cuadrada, el perfecto balance, estabilidad y orden.
No hay que ponerle eufemismos a lo que realmente no sabemos cómo funciona, tenemos el –4 recitando su cualidad.
La depresión ha tenido varias interpretaciones a lo largo de la historia (alteraciones en la esencia), teorías tergiversadas, mitos. Por largo tiempo estuvo considerada como el misterio de la medicina mental, y es temida por muchos. Aunque me parece que es meramente un estado subjetivo, si lo calificáramos con un solo término diría que es «extremo».
En los primeros estudios de la depresión, Hipócrates, el «padre de la medicina», la llamó melancolía. Él propuso que los seres humanos estamos compuestos por cuatro humores o líquidos corporales: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, y el desbalance de ésta última causaba la melancolía. Gracias al análisis de una muestra de sangre pudo llegar a la conclusión de que el desequilibrio de estos humores originaba las enfermedades.
Según la proporción predominante de estos humores que conforman a los individuos, éstos se clasificaban como: flemáticos o equilibrados (flema), melancólicos (bilis negra), violentos (bilis amarilla) o emocionales (sangre).
Wilhelm Griesinger, neurólogo y psiquiatra alemán, utilizó por primera vez el concepto estado de depresión metal como sinónimo
de melancolía.
La depresión es una situación mental compleja de describir, implica el desequilibrio de la amígdala, la parte central del cerebro, la abadía de las emociones y su procesamiento. Aparece en momentos inesperados. Hoy en día sus presas más susceptibles, como lo mencioné antes, somos los jóvenes.
La taxonomía de esta enfermedad incluye la depresión mayor, en cuyo desencadenamiento interfieren muchos factores, y ninguno de sus indicios debe tomarse a la ligera.
Pero también es cierto que tal estado se ha vuelto una moda que se monta en la colectividad. Hay que tener bien claro que la depresión es muy diferente de la tristeza, estamos hablando de un comportamiento anormal, de una enfermedad difícil de curar o al menos controlar.
Hay muchos mitos en torno a la depresión –4: que es sinónimo de debilidad, que es fácil de tratar, que en su origen los conflictos son evidentes, que todas las personas que la sufren se quieren suicidar, que radica sólo en problemas… Pero el –4 no es más que una patología, una tristeza sin razón aparente, arraigada. Sí, tal vez originada por algún conflicto, una pérdida, un apego o una desesperanza, sea consciente o inconsciente, con una variabilidad muy grande. Me aventuro a decir que el –4 puede derivarse de un trauma o un estrés abrumador. ¿Síndrome, síntoma, enfermedad, trastorno; qué es? ¿Acaso siempre debe haber un nombre para todo?
En tiempos antiguos se hablaba de que quienes tenían los síntomas de tdm (trastorno depresivo mayor) estaban poseídos por algún demonio, una especie de espíritu oscuro que acechaba al alma. El teólogo y filósofo Tomás de Aquino sostenía que la melancolía era provocada por demonios e influencias astrales, incluso por el pecado de la pereza. Otros mencionaban que era el desequilibrio de los cuatro humores por influencias sin explicación. Pero todos llegan a lo mismo: la depresión es un tipo de sufrimiento.
El sufrimiento es muy diferente del dolor. El dolor incapacita la visión, es circunstancial, pero el sufrimiento es profundo, sordo, implacable. En mi mente retumba esta frase de Buda: «El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional».
El mundo es nuestra depresión, la sociedad se inclina al dolor, entramos en el espacio de las formas y los símbolos, del lenguaje. El sufrimiento se crea dentro del alma; si no proviene de ahí no existe. Es un símbolo social resultado de las presiones.
Aun así, el entendimiento de un joven cegado por la muerte en vida es meramente limitado, la ayuda tiene que ser parte de la comprensión del panorama… Pongámoslo de esta manera: siempre hay dos opciones, y en este caso yo propongo: los sumisos y los acechantes.
Los sumisos se nutren de la miseria, hacen una carrera sin fin en su propia cabeza, un laberinto sin salidas, nubes negras que generan llovizna sin parar, no hay elecciones. Narcisistas que repelen cualquier gozo, se aterran con susurros, su oscuridad se expande, tanto que afecta a terceras personas.
En cambio los acechantes son sirvientes de esta congregación, hacen más grande el problema del virus enfermizo que ataca sólo a la mente, es como si la bilis negra fuera psíquica, quizá ellos la utilizan para atraer a más personas que los acompañen en la dura batalla en la que no saben cómo vencer.
El panorama está claro: la vida es una dualidad constante, la depresión no sólo causa destrucción. Siempre hay una solución, sólo hay que encontrar y dar valor a lo que realmente hace que la vida sea eso, vivir.
En el libro Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom, Morrie, el protagonista, le dice a Mitch cuando están conversando sobre la muerte: «Para aprender a vivir hay que aprender a morir».
Éste es el significado que rescato de esa frase: aprender a morir es darte cuenta y aceptar tu sufrimiento, aceptar que estás en el hoyo y dejarte ir, o sea decirte: «Lo que tengo es depresión, lo acepto y lo dejo, sigo, entonces ¿qué haré para cambiar ese estado de putrefacción propia? Aprender a vivir, aprender a darle sentido a las pequeñeces, pensar que la carencia da el valor real a las cosas».
Soldados enmascarados auxilian y salvan con su arma, su espada de metal llamada terapia. Son capaces de encerrar a la depresión en una esfera de cristal para que ya no te pueda acompañar más. Después serás capaz de palparla a distancia de vez en cuando, saludándola pero dejándola fluir, dejándola atrás, como una memoria de los días lluviosos, un olor a tierra mojada, con una sonrisa al saber que no te mojas más, que alguien detiene contigo la sombrilla. Compañía y soporte son la mejor medicina.
A veces con recuerdos vagos de escritores, músicos, artistas, incluso empedernidos espíritus escondidos, sacamos lo mejor del hoyo negro, el jugo de la inhibición, para crear ese mundo prometido, y naturalmente, los sumisos y acechantes hacen un pacto al suprimir sus oídos a la voz tormentosa, que se aprecia cada vez más silenciosa.
En nombre de todos los esclavos, engendros del tirano –4, doy gracias por crear una comunidad que ha salido o al menos ha sobrevivido sin miedo. La conciencia de saber que hay más cosas. La realidad es una construcción social, es más fácil de controlar de lo que se cree. Espero que pronto, con esto, pueda hacer llegar el mensaje y hacer más grande la comunidad de sobrevivientes.
No vagues solo por laberintos que no puedes comprender. Además, ¿quién dice que la luna no puede ser tu sol?